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lunes, 1 de abril de 2013

La simplicidad de pintar un cuadro...


Te observo, te admiro, resaltas en el acantilado, donde la silueta de tu cuerpo parece un faro, desafiando al mar, a las rocas, al viento, a que te derriben si es que pueden. Tu boca es como el clima, variable, nunca se sabe cuando curvarás las comisuras hacia arriba, resaltando el rubor de tus mejillas o cuando, enojada, tus labios se mantendrán firmes como si de un puente se tratara, sin embargo no puedo separar mi vista de ellos, de su perfección como si de panales de miel se tratase, de su mortal hermosura.
Tus ojos parecen haber sido pintados con humo, grises, como recuerdos que se conservan de un viejo sueño ya pasado. El cabello rojo, desordenado y llevado por el viento, parece el huracán que aporta ferocidad a tu inocente rostro. Ferocidad e inocencia, dos palabras contrarias, dos significados, dos épocas del año pintadas en un mismo cuadro.

Cuando coges aire para respirar, tu pecho se eleva al cielo como un ave que quiere volar, sobrepasar las fronteras de la realidad, y es entonces cuando mis palabras como notas musicales, se elevan al cielo implorando tu liberación, pero también deseando que el primer nombre que aparezca escrito en la hoja blanca que es tu corazón sea el mío.

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