Te observo, te admiro, resaltas en el acantilado, donde la
silueta de tu cuerpo parece un faro, desafiando al mar, a las rocas, al viento,
a que te derriben si es que pueden. Tu boca es como el clima, variable, nunca
se sabe cuando curvarás las comisuras hacia arriba, resaltando el rubor de tus
mejillas o cuando, enojada, tus labios se mantendrán firmes como si de un
puente se tratara, sin embargo no puedo separar mi vista de ellos, de su
perfección como si de panales de miel se tratase, de su mortal hermosura.
Tus ojos parecen haber sido pintados con humo, grises, como
recuerdos que se conservan de un viejo sueño ya pasado. El cabello rojo,
desordenado y llevado por el viento, parece el huracán que aporta ferocidad a
tu inocente rostro. Ferocidad e inocencia, dos palabras contrarias, dos
significados, dos épocas del año pintadas en un mismo cuadro.
Cuando coges aire para respirar, tu pecho se eleva al cielo
como un ave que quiere volar, sobrepasar las fronteras de la realidad, y es entonces
cuando mis palabras como notas musicales, se elevan al cielo implorando tu
liberación, pero también deseando que el primer nombre que aparezca escrito en
la hoja blanca que es tu corazón sea el mío.
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