Las olas se arrastran por la arena, clamando al cielo no
volver al mar. Los acantilados observan de cerca, alzando sus paredes cubiertas
de sal hasta tapar el sol. Pequeños animales marinos, los crustáceos que
consiguen vivir aquí, quedan varados en la orilla y mueren.
Ella se mueve entre el agua. Aparta el líquido trasparente
con los brazos mientras sus pies luchan por avanzar y poco a poco van notando
que se elevan. El pelo azul, tan oscuro que el negro pugna por colorearlo, se desborda
por su espalda y continúa en el agua. Los ojos vidriosos y completamente verdes,
sin distinción alguna entre iris, pupila o esclerótica, se fijan en el
horizonte viendo más allá de todo. La piel, escamosa y resbaladiza, es como un
manto níveo que cubre un interior vacío movido simplemente por la fuerza del
espíritu. Las manos, de dedos largos y estilizados, se hunden en el fluido y lo
obliga a retroceder, aunque luego vuelve a retomar su posición.
Miles de cuerpos flotan insensibles en el agua, unos boca
abajo, otros boca arriba, algunos de costado, pero ninguno logra hundirse. Los
ojos abiertos o cerrados, la cara con la misma expresión de terror. Un reto
supone el identificarlos ya que nadie son y poco importan. El agua de este mar
se introduce por las regiones de sus cuerpos que le dejan paso e inunda sus
interiores estáticos mezclándose con sangre y vísceras.
Parece que ella consigue sumergirse en el agua, bucea y se
desliza en su interior con los ojos abiertos, sin importarle aparentemente el
daño que la sal pueda causarles. Sale a la superficie, rompiendo como una
sirena la constante quietud del fino velo que diferencia el interior del
exterior. Ahora junta sus manos y las convierte en un pequeño y delicado tazón
con el que coge agua y se la lleva a la boca, da un largo sorbo y luego otro…
No ocurre nada, lo que el organismo de cualquier persona normal no hubiera
tolerado a ella parece que le sienta incluso bien. Pero recordemos que ella no
tiene organismo que pueda matarla, ella esta vacía por dentro…
Los cadáveres siguen flotando, quién sabe quizá a ellos si
les mató el agua. Sin darse cuenta un cuerpo roza el brazo de la mujer que
nada, ella se gira lo ve y sonríe.
-Os dije que algún día pasaría y nadie me escuchó. Os hice
miles de advertencias y nadie las oyó. Siento que esto haya tenido que acabar
así, pero no diréis que no os lo advertí. Ahora ya no podréis seguir matándome.
La Madre Naturaleza
sigue nadando indiferente a todo y de pronto los cuerpos se duplican, ya no son
miles, sino millones y cubren la totalidad del mar donde nos encontramos. La
humanidad flota en el agua, sin rumbo, puesto que no lo necesita ya. El fluido
que les dio la vida es ahora el que los acoge en la muerte. Una muerte conocida
por todos y atraída lo más rápidamente posible.
¿Y quién es, finalmente, el ganador de esta guerra absurda?
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