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miércoles, 23 de enero de 2013

La caída de los Ángeles [Prólogo].

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 “Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente, que decía: Ven y mira. Miré, y he aquí un caballo amarillo, y el que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades le seguía; y le fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad, y con las fieras de la tierra.”

Apocalipsis


En un mes se acabará el mundo, en tres semanas todos sabrán la verdad, en 15 días se recrudecerá la guerra, en 420 horas tendrás que luchar contra tus propios demonios y en dos minutos te despertará el insistente sol que entra por la ventana, un gruñido será lo que escape de tu boca o quizás una maldición. En estos momentos, incluso sin conocer el futuro, sabes que no es perfecto, aunque cuando lo entiendas todo pensarás que deberías haberte sentado con el karma delante de un café a negociar y recordarle a ese hijo de puta que esto no es lo que habíais acordado.

Lo primero que ves al levantarte, como cada mañana, es el enorme tomo negro de piel gastada, letras plateadas y medio borradas por su uso, que se encuentra en la estantería frente a la cama, aunque aquel libro de magia negra no es el único que hay, de hecho, multitud de ellos, de variopintas formas y colores adornan la habitación. Los amuletos tampoco escasean, los más abundantes son las estrellas de cinco puntas con una de ellas en dirección a la base, incluso en un rincón ya olvidado se puede encontrar un saquito de tela púrpura que contiene unas hermosas y elaboradas runas, aunque algunas astilladas por el paso inquebrantable del tiempo, en contraste con todo esto, un ordenador se esconde en la mesa, debajo de prendas de ropa y una tarjeta de felicitación por tu vigésimo cumpleaños, firmada por tus abuelos se encuentra en el suelo.

Cuando el sol ya es lo suficientemente fuerte como para traspasar las sábanas con las que te tapas la cabeza, suspiras y lentamente, aún con los ojos entornados, te incorporas bostezando, intentando acostumbrarte a la luz y buscando con la mirada el reloj que siempre se encuentra sobre una oscura mesilla cercana a la cama, junto a una libreta y un bolígrafo, en el que muchas veces escribes tus pesadillas con la intención de que nunca se hagan realidad, aunque por la mañana maldices momentáneamente la debilidad que te lleva a hacer eso, a seguir ese patrón cada vez que ocurre, acostumbrada a mostrar una sonrisa infantil y una forma de ser despreocupada, en esos momentos de temor, a pesar de ser más sincera que nunca, sientes que traicionas de alguna manera tu forma de ser. Sin embargo, ves que la hoja sigue en blanco y el bolígrafo en el mismo sitio en el que lo dejaste, esta noche tus sueños han sido tranquilos, o casi, porque por la mirada que Kit-Kat te dirige sabes que más de una vez le has debido tirar de la cama en la que dormía contigo y con una sonrisa divertida observas como sale dignamente de la habitación, con la cabeza alta y el pelo marrón del lomo erizado, desde luego si no fuera un gato sería el rey del drama.

Tus pies se posan en el suelo y un escalofrío recorre tu espalda, en esta época del año el frío todavía no se ha ido y permanece anclado en cada esquina de la ciudad, aunque por suerte hoy el sol no es ocultado por ninguna nube, algo es algo… Te pones unas zapillas cómodas de color rojo, que sí, no es que peguen en absoluto con el pijama rosa, pero a quién le importa, y te diriges tranquilamente, con toda la parsimonia del mundo, a la cocina, dónde Kit-Kat te dirige una mirada y te ordena- no, no te pide, te ordena- que le des su desayuno, tú resoplas en una mezcla de diversión y de “maldito gato, como me vuelvas a ordenar hacer algo te meteré en una Pokéball, ya verás que risa” El minino parece captar a la perfección el segundo mensaje y pocos segundos después él desaparecerá mientras tú coges una taza de alguno de los armarios. Mientras la leche se calienta en el microondas te asomas por la ventana, miras y ves la estrecha acera que se extiende varios metros por debajo de ti y que llegado a un determinado punto gira bruscamente hacia la derecha, imposibilitando que lo puedas seguir con la mirada. Antes de que la alarma del microondas suene, avisándote que la leche ya está a la temperatura deseada, diriges un último vistazo al canal, mucho más ancho que el suelo firme y también mucho más hermoso.

Vuelves tranquilamente a tu habitación, con la humeante taza de Cola-Cao en una de tus manos, mientras que la otra sujeta un paquete de galletas con chocolate, si, de esas que más te gustan y de las cuales en menos de 5 minutos no quedará ninguna. Diriges tus pasos hacia una mesita blanca pegada a la pared y acercas la silla del escritorio a esta. Quizás la parte más ordenada de la habitación sea en la que te acomodas ahora, o al menos parece que se mantiene ajena al desbarajuste que reina por el resto de la estancia. Coges una de las galletas y te la llevas sin contemplaciones a la boca, para a continuación comenzar a peinarte el rojizo cabello que te llega hasta la altura del pecho y que ves reflejado en el espejo que poco a poco parece empañarse por el vapor de la taza que has dejado frente a él. El tono pelirrojo de la melena contrasta vívidamente con una piel de porcelana, moteada de pecas, sobre todo esparcidas por los pómulos dándole un enfoque más infantil a tu rostro. Destacando en él, unos grandes e impactantes ojos, verdes como esmeraldas que te proporcionan una mirada felina. Unos ojos siempre chispeando, expresivos, ya sea de burla, diversión o alegría, siempre contrastando con tu aparente inocencia aniñada.
Es en ese momento en el que ves como una pequeña llama de fuego parece estar dentro del espejo, no te asustas y ni si quiera supone para ti una sorpresa, sabes de sobra que eso es solo un mensaje, así que cuando ves que ya se aproxima a la superficie del espejo buscas rápidamente un trozo de hoja. El pequeño retazo chispeante atraviesa la superficie del cristal y se queda suspendido delante de tus ojos.

— Siempre me he preguntado si esto quema de verdad— murmuras segundos antes de alzar uno de tus dedos y tocarlo, lo retiras casi al instante, sintiendo una lacerante sensación de dolor en el índice y quejándote con un “¡Ay!” — Pues sí, sí quema.

Ahora ya con algo más de reticencia, acercas la hoja a la llama y la colocas debajo, en ese momento el fuego vuelve a cobrar actividad, dividiéndose y cayendo sobre el papel para formar palabras a base de quemaduras. Aproximas el mensaje para poder leerlo y apenas terminas de hacerlo cuando te levantas como un rayo y te acercas al armario, cogiendo esos pantalones que tanto te gustan y aquella camiseta que compraste apenas dos días atrás, sales corriendo por el pasillo a la pata coja, mientras intentas ponerte unas botas militares que te quedan a medio abrochar y justo antes de traspasar la puerta recoges una capa larga negra y la máscara blanca y plateada que te cubre la mitad superior del rostro. Una vez en la calle, maldices el haberte olvidado alguna prenda de abrigo y es que… ¿Cómo se te ocurre olvidarte eso? Quizás algún día pagues caro tus despistes.

Tus pasos no hacen sino alejarte de Plaza de San Marcos y llevarte a las calles más apartadas, allí donde los turistas que llegan para contemplar los carnavales no son otra cosa que parte del murmullo incesante de la ciudad que se escucha a lo lejos. Caminas durante bastante rato mirando insistentemente el reloj que llevas en la muñeca y sin fijarte en tu entorno, total, para ti esta ciudad no tiene ya ningún secreto. Cuando llegas a la esquina de una de las tantas calles por las que pasas te detienes, contemplando los alrededores un momento y apoyas la espalda en la pared de ladrillo que te queda más cercana para esbozar una sonrisa mientras suspiras y alzas la cabeza para observar como las nubes se empiezan a acumular en el cielo.

— Lamento el destrozar todas tus fantasías, pero no soy tu mascota, no vendré corriendo cada vez que me llames, para eso deberías comprarte un perro— En ningún momento la sonrisa irónica abandona tus labios. No ves a tu interlocutor, pero sabes que está cerca, para ser exactos si dieras un paso más lo podrías observar apoyado en la misma pared en la que tú te reclinas tranquilamente.

— Haces estupendamente bien ese papel, no veo porqué debería de reemplazarte por ahora— Escuchas su voz femenina, bastante más seria que la tuya y sabes perfectamente que aunque no haya ignorado tu comentario, te está reprochando el no tomarte nada en serio, cosa en la que probablemente tenga razón.

— Bueno, bueno, después de este emotivo reencuentro lo mejor será que me digas si encontraste algo— Aunque tu actitud denota tranquilidad y quizás algo de pasotismo no puedes evitar que un deje de esperanza se escape con las palabras que pronuncias.

— No gran cosa— y esa frase es la que te devuelve a la cruel realidad— Cubre muy bien sus huellas y no pude seguirle la pista durante mucho tiempo.

Una queja apenas audible surge de tu garganta, maldiciéndole mentalmente— Malditos brujos, sin vosotros estaríamos mucho mejor, no sería un mundo perfecto pero tendríamos paz— No refrenas las palabras que salen por tu boca, como si hablaras para ti misma en lugar de en voz alta y sin embargo la sonrisa no desaparece de tu rostro, como si solo fuera un comentario irónico o anhelante.

— ¿Y qué es para ti un mundo perfecto?

La pregunta te toma por sorpresa, no esperabas eso, sino que más bien soltara algún comentario hiriente. Meditas unos segundos antes de responder— Creo que para mí el mundo perfecto sería aquel en el que todas las ciudades tuvieran playa y todas las comidas bacon.

— Creo que deberías saber cuando parar de bromear

— Y tú cuando comenzar

— ¿Acaso nunca has querido tomarte la vida en serio, ser una heroína?

— Mi padre mató muchos brujos, al igual que el tuyo mató a muchos inquisidores, entre los míos ellos son brillantes héroes que dieron su vida por la paz, entre vosotros será al revés, unos malditos locos que disfrutaban con el placer de matar… solo los vencedores dirán quien hace el papel de villano y quien el de héroe, hasta entonces es inútil preocuparse por cosas tan banales como esas— y por una vez en toda la conversación tu semblante permanece serio, realmente duele recordar el pasado. Ya habías separado la espalda de la pared dispuesta a retirarte cuando su voz vuelve a resonar en tus oídos.

— Te espero esta noche, en la fiesta del Palazzo Dario, hay un perro tras mi pista, me lo quitaré de encima allí y tú me ayudarás—  Sonreíste ante el desprecio que mostraba por aquellos que tenían el mismo objetivo que tú deberías de tener y es que una relación de enemistad entre dos razas durante siglos no podía desaparecer así como así, mucho rencor, odio y seres cercanos perdidos como para olvidar.

— Espero que no te estén vigilando ahora, creía que sabías encargarte de tus problemas— tus ojos analizan con rapidez el entorno, fijándose en cada mínimo detalle buscando cosas fuera de lugar o indicios de que alguien estuviera cerca, para tu alivio no encontraste nada— además no estoy invitada.

— Me encargo de mis asuntos, pero creí que intentarías mantenerlos alejados- su voz suena irritada, sabías que a ella no le gustaba que dudasen de sus capacidades— no te preocupes por la invitación, corre de mi cuenta.

Suspiraste, en el fondo sabías que se lo debías, de no ser por ella tardarías mucho más en dar con aquel brujo que hundió tu vida— Allí nos vemos— y sin añadir nada más echaste a caminar sin siquiera mirar atrás.


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viernes, 18 de enero de 2013

"Gracias" Una gran palabra.

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Solo quería decirte gracias, gracias por hacerme la vida más fácil, gracias por ir a mi lado incluso cuando andaba perdida y en círculos, gracias por las risas, por las experiencias que me has contado, por las aventuras que por las noches susurras en mis oídos. Gracias por tus sentimientos, por tu filosofía, por tu ayuda, por comprenderme cuando nadie más lo hizo y enseñarme lo que puede haber más allá. Gracias por permanecer en silencio cuando lo necesitaba, por hacerme reír cuando nadie más pudo y por aguardar en un rincón a que fuera contigo. Gracias por acogerme con los brazos abiertos sin recriminarme nada, por alentarme a perseguir mis sueños y demostrarme que se pueden cumplir, que todos podemos y que nunca nadie estará solo. Gracias por no convertirme en un miembro más de esta sociedad, por enseñarme todo lo que sabes, por brindarme la oportunidad de brillar, de ir más allá y abrirme los ojos para que me diera cuenta de que ningún obstáculo me puede detener. Gracias por dejarme estar a tu lado y por demostrarme que nuestra vida se basa en esquemas que podemos romper y ser libres. Gracias por enseñarme a ver el poder que las palabras ocultan a nuestros ojos y demuestran a nuestra alma.

Gracias por tus eternas e imborrables palabras.
Gracias por permanecer en mi mesilla de noche.
Gracias, libros.

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miércoles, 16 de enero de 2013

Realidades, patos y otras cuestiones filosóficas.

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Tengo entendido que la racionalidad rige el mundo, que impone sus leyes lógicas y domina la realidad con mano de hierro impidiendo que algo se escape del raciocinio o por lo menos de los cánones establecidos para la normalidad.
 Se supone que estas leyes son las que son porque no pueden ser otra cosa, es decir: un pato, por ejemplo, es un pato porque no hay nada que demuestre lo contrario y por lo tanto cualquier posibilidad de que sea otra cosa queda anulada ¿no?.
 También tengo entendido que hay gente que se cree esto. Gente que vive confiando plenamente en la realidad y no saben que la realidad no es precisamente la mejor amiga del hombre. Nuestra especie, los homínidos, somos una raza avanzada, supuestamente superior -remarquemos el supuestamente que es importante- con un cerebro equipado con funciones cognitivas que nos hacen la vida mas fácil.

Bien, y con tanto adelanto que tenemos ¿Por qué nos limitamos a seguir a la realidad? ¿Qué es la realidad para que sea ella la que dirija nuestras vidas? Yo creo que la tal "realidad" esa, no existe. Claro, ahora es cuando miles de científicos, que tienen las cosas muy claras, piden mi cabeza -o por lo menos mi cerebro ya que la cabeza de poco les sirve- pero pregunto yo: ¿Alguien puede dar una definición de realidad? O por lo menos aportar una prueba física de que la realidad existe. [...]
 Esos puntos suspensivos serian la respuesta, el más absoluto silencio, miles de personas buscando como locas en su memoria argumentos que defiendan la existencia de la realidad, porque ¿como no va a existir lo que se supone que es la existencia en si?. Nadie encontraría nada y nos daríamos cuenta de que un pato es un pato porque no hay nada que demuestre lo contrario.
Así podemos sacar en clave que la vida no es tan difícil como la pintan, que somos nosotros los únicos que decidimos como queremos que sea nuestro paso por este pequeño mundo, ya que lo que si que existe es nuestra realidad, porque no hay una realidad, sino muchas -7.000 millones para ser exactos-. Teniendo claros estos conceptos podemos salir airosos de la carrera de obstáculos violentos que es la vida.

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lunes, 14 de enero de 2013

Los que han muerto te saludan.

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Todo es oscuro, sin rastro aparente de alguna luz esperanzadora. Ni siquiera el velo de los fantasmas que antes paseaban por aquí queda como muestra de su irrefutable existencia.
Cuesta acostumbrares al silencio sepulcral, a la soledad infinita y al eterno letargo, pero supongo que esta es la parte mala que tiene la muerte, no podía ser todo tan bueno como se presentaba al principio ¿Verdad?

Antes, cuando mi pulso era todavía perceptible, la muerte me parecía la mejor opción…o quizá no la mejor, sino simplemente la única. Llevar mi vida a término era lo único que ocupaba mi mente en los últimos días de mi martirizada vida; era una necesidad imperiosa impuesta por los seres que se ocupaban de mi castigo.
 Desde que el Sol –¡Oh Dios mío! Como echo de menos la luz de ese gran astro- salía hasta que volvía a esconderse mi vida se desarrollaba dentro de una aparente normalidad, pero cuando la noche caía y era la Luna la reina del cielo ellos venían a atormentarme. Miles de fantasmas acudían a mi casa buscando la morbosa diversión de la tortura. Creaban imágenes grotescas en mi mente, jugaban con mi percepción  y me hacían ver cosas que en realidad no existían, cambiaban objetos de lugar una y otra vez para que me volviera loco. Pero a pesar de todo eso yo aguantaba, las noches se convertían en largas y agónicas vigilias, pero la esperanza de que en algún momento la luz volvería a aparecer tras la línea del horizonte y que con su llegada se irían las terribles sombras, me mantenía vivo y me impulsaba a levantarme una mañana más. Sin embargo prolongar esta lucha era algo absurdo, cada noche que pasaba me debilitaba un poco más, mis fuerzas menguaban igual que mis ánimos por sobrevivir. Al principio pensaba que sería algo temporal, que los extraños espectros se cansarían y se marcharían, pero no me daba cuenta de que me enfrentaba a seres eternos para los cuales el tiempo o el cansancio no significan nada.

Finalmente lo que estaba escrito de antemano se cumplió y llegó el día en el que abandonaría este mundo por mi propia voluntad. Tengo pocos recuerdos de mi vida pasada y aún menos de ese día exacto, pero hay símbolos que nunca me abandonarán, sentimientos que ya no puedo sentir pero que seguirán presentes en el perpetuo castigo de quedarme anclado a la tierra sin poder descansar en paz.

Cuando llegué aquí, un segundo después de que la sangre abandonara mi cuerpo a causa de los cortes que me había hecho en las muñecas, me estaban esperando esos miles de fantasmas que me habían fustigado durante tanto tiempo y que por fin habían conseguido lo que ansiaban: ver a su asesino muerto como ellos, la persona que les había arrebatado la vida condenada al igual que sus pobres almas inocentes.

Sí, yo maté a toda esa gente y este es el castigo que merezco por aquello. Aquí  todo es oscuro, sin rastro aparente de alguna luz esperanzadora.

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jueves, 10 de enero de 2013

Requiescat in pace.

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Supongo que hay momentos en los que debemos retirarnos, aceptar y pasar el testigo, somos lo que nuestras memorias nos cuentan, nada más… y nada menos. Luchamos en guerras que ganamos o perdemos; mentimos, asesinamos, usamos, traicionamos y en ningún momento hay tiempo para el duelo. Podéis decir monstruos, si, pero alguien debe desempeñar ese papel, alguien debe sufrir para que otro esté en paz, alguien se debe sacrificar para que otro viva. No, no somos monstruos, somos los protectores de una ciudad silenciosa que no se defiende, somos la línea que intenta mantener el mundo a salvo.

Las puertas al futuro están cerradas y es que nunca nos correspondió abrirlas, el esqueleto que las guarda observa todo con sus cuencas vacías porque incluso él tiene prohibido mirar, pues su hora ya pasó y nada puede hacer ni por el presente ni por el futuro. Sus manos crujen cuando mueve sus blanquecinos dedos, guardando entre ellos la llave del destino y fantasmas traslúcidos la merodean, arrojando de sus transparentes cuerpos una luz plateada.

La escena tétrica atenaza nuestros cuerpos, nos crea un nudo en la garganta, nos impide respirar, movernos, pensar y es que tan fácilmente como nacemos morimos, sin que nada esté nunca en nuestras manos.

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''Stop! It's Tea Time'' © 2010

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