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martes, 1 de septiembre de 2015

Memoria -Últimos días- (#ProyectoParaDos)

9comentarios
[Estos son los últimos días del relato titulado Memoria que he escrito junto con Juls García. Ha sido una experiencia increíble trabajar con ella, y espero que lo disfrutéis tanto como lo hemos hecho nosotros.
Para leer los primeros días de esta historia id al blog de Julia: Explosiones en la cabeza.]


19 de noviembre.
No sé bien cómo narrar los sucesos ocurridos hoy ni cuánto tiempo ha pasado desde que he llegado a mi habitación. Ni siquiera sé cuántos minutos llevo sosteniendo la pluma a milímetros del papel, pensando sin cesar en las palabras adecuadas, aquellas que mejor describan lo que siento, lo que ha pasado entre estos muros que ahora me parecen tan diferentes. Es el mismo lugar que me intrigaba, son los mismos pasillos interminables, las mismas salas desiertas con los mismos muebles, las mismas obras de arte insulsas y aterradoras, hasta el aire tiene que ser el mismo que respiré el primer día. Aun así todo ha cambiado, nada se percibe de la misma forma. He viajado a una realidad paralela que trata de engañarme, intentando hacerme creer que todo sigue igual. Pero después de lo que ha sucedido esta mañana no puedo fingir que nada ha cambiado.

Las horas de la tarde han pasado como si no hubieran existido, y me han trasladado hasta ahora como si el tiempo hubiera dado un salto desde que, bebiendo un trago de vino en el comedor principal a la hora de comer, me ha parecido ver una figura a través del cristal de la copa. He pensado, en principio, que se trataba de la mujer del otro día, pero al dejar la copa sobre la mesa, he descubierto a alguien… o algo totalmente distinto.

Un hombre de aspecto joven se apoyaba en la mesa. La palma de la mano izquierda extendida sobre la madera oscura, en la mano derecha un objeto. Lo que en un principio deduje como algo inerte hizo un pequeño movimiento, se agitaba levemente en el puño del hombre. No me hicieron falta más segundos para darme cuenta de que se trataba de un pájaro, un jilguero probablemente. Él lo miraba con pasividad, casi sin prestarle atención. He podido apreciar los músculos del hombre tensándose bajo su piel cuando el jilguero intentaba zafarse. Finalmente, ha roto su cuello. Ha sido tan inesperado que me he atragantado. ¿Qué sentido tenía mostrarme esa imagen?

-Es muy sencillo morir - ha dicho con voz tranquila, abriendo la mano. El animal parecía casi dormido, pero sus ojos carecían del brillo de la vida, igual que los orbes oscuros del hombre cuando me ha mirado, dejando caer el cadáver del pájaro al suelo, y ha dicho - Por favor, sígueme.

Me he levantado como un autómata. Mis músculos no obedecían a ningún estímulo cerebral, actuaban impulsados por algo muy diferente, algo que ya no me pertenecía. Mi cuerpo entero ha obedecido a su petición. Me he sentido desde fuera siguiendo a aquel personaje por la casa, fija mi mirada en su espalda. Me daba la sensación de estar caminando solo, aunque tuviera la vista clavada en su camisa blanca y supiera con certeza que, de alargar el brazo, podría tocarle sin problemas. Era como si su presencia fuera imperceptible, como si careciera de algo vital que nos hace reconocer y sentir a otros incluso sin verlos.

Finalmente, hemos llegado a una puerta cerrada que ha abierto él con una llave que colgaba de su cuello. Le seguí por unas oscuras y angostas escaleras de escalones desgastados, con la piedra hundida allí donde otros pies, lejanos en el tiempo, subieron y bajaron numerosas veces, como ahora lo hacíamos nosotros  - ¿cuánto tiempo lleva construido este lugar? -.

Entramos a una sala con planta de cruz latina, como las iglesias convencionales, aunque me temo que es lo único convencional. En la nave central no hay bancos, como cabría esperar, sino que varias figuras flanquean los costados hasta el ábside. Son representaciones de antiguos dioses paganos griegos y romanos. Estatuas de mármol blanco que te miran mientras avanzas, recordándote que ellos fueron dueños del mundo hace milenios y que tú eres simplemente una mota de polvo entre tantas. Miraba sobrecogido en todas direcciones mientras mis piernas caminaban. Llegar al crucero solo hizo que sintiera que mi psique se desmoronaba. Era incapaz de asimilar todo lo que estaba viendo. Por encima de mí se alzaba una cúpula perfecta que me situaba en el centro de miles de personas pintadas que me miraban.

Estaba desnudo ante ellas, se reían de mí. Sus cuerpos pigmentados eran perfectos, el mío un desecho escuálido y penoso. Sus ojos estaban fijos en cada pliegue de mi piel, me juzgaban y decidían mi destino como inquisidores implacables que me conducían al cadalso. Traté de fijarme en otro punto totalmente opuesto, pero sólo encontré la desolación de un gran Buda que sentía lástima por mí. Su rechoncho cuerpo de bronce era incluso más puro que mi alma, cada detalle de su vestimenta más elevado que mi propia existencia. Giré sobre mí mismo y en el lado opuesto me di de lleno con un ejército de seres aterradores tejidos en un tapiz de grandes dimensiones. Demonios de caras rojizas, colmillos punzantes y cuernos retorcidos peleaban con seres azulados y demenciales. Criaturas de diez brazos que agarraban cabezas humanas goteantes, que pisaban cuerpos desmembrados y se bebían la sangre caliente de los muertos.

Caí de rodillas extenuado, incapaz de soportar todas esas imágenes. Luché para impedirme seguir mirando, pero mi mente ya no era mía y levanté la cabeza del suelo sólo para encontrarme con el último de todos mis jueces: un Cristo crucificado lloraba por mí, los brazos de madera parecían querer abrazarme y yo le miré, le miré porque era mi única salvación, le miré porque mis pecados pesaban y resultaban insoportables. “¡Acaba ya con este dolor! ¡Mátame si es lo que deseas! Pero devuélveme todo lo que me has arrebatado. ¡Dime qué hago en este lugar!” le gritaba sin emitir sonido alguno, pero yo sabía que me escuchaba, era consciente de que en ese momento el universo entero se limitaba a Él y a mí. Y junto a su dolorosa figura, otra estatua que transmitía la tristeza más lacerante: su madre. La Virgen María no contemplaba a su hijo en la cruz porque lo tenía arropado entre sus brazos. El tiempo había avanzado, Jesús había descendido de su calvario y su cuerpo sin vida reposaba plácidamente. Era una piedad angustiosa pero tierna, que guardaba todo el sufrimiento del mundo y me lo transmitía de forma sosegada, como diciendo “así es la vida de los mortales”. Y entonces supe que me había roto. Todas mis defensas se quebraron definitivamente y no pude más que desviar mi rostro hacia el hombre que me había llevado hasta allí.

Me miraba igual que al jilguero, con absoluta pasividad. A pesar del temblor de mis manos, de las lágrimas que apenas podía contener, de que con toda probabilidad mi imagen debía ser indefensa, capaz de generar algo de clemencia o preocupación en cualquier ser humano… él me miraba como si no fuera nada, absolutamente nada. Me sentí pequeño, inútil, estúpido… irrelevante.

Se acercó a mí con una tranquilidad que sigo sin comprender y dijo en el mismo tono que en el comedor:

-Las preguntas que consumen tu mente las tuve yo hace… tiempo - esbozó una débil sonrisa, divertido - Las iré respondiendo poco a poco, día a día, en esta capilla, hasta que considere que estás preparado. Ya sabes cómo llegar. Habrá una copia de la llave en tu cuarto cuando vuelvas.

-¿Preparado para… qué? - pregunté notando mi voz temblorosa como pocas veces.

-Para ser el siguiente.

-¿El siguiente en qué? - comencé a arrastrarme hacia atrás, huyendo de él - ¿Qué pretende hacer conmigo?

-El siguiente en guardar la memoria de la humanidad.

-¿Y qué le hace pensar que me quedaré para hacerlo?

-Temes a la muerte como cualquier otro ser vivo. Te quedarás, no tengo ninguna duda.- contestó, acercándose a mí con calma mientras yo seguía arrastrándome hacia atrás. Mi espalda topó con la pared cuando formulé la siguiente pregunta:

-¿Acaso va a matarme si trato de huir?

-Por favor - su tono sonó ofendido un instante - Para huir es necesario estar encerrado, puedes irte si quieres, pero sé que no lo harás.

-¿Y por qué está tan seguro?

-Porque para ti guardo la victoria frente al único enemigo que tu especie nunca vencerá - se acuclilló frente a mí. Su mirada oscura parecía llegar a los secretos mejor guardados de mi alma, como si ya me conociese de antes, como si me hubiera observado desde el día en que nací - Puedo ofrecerte la inmortalidad.



25 de noviembre

                Durante este tiempo he ido diariamente a la capilla a recoger los fragmentos de mi alma. El que se ha convertido en mi mentor me ayuda con este proceso, aunque al mismo tiempo, siento que la propia capilla, con todas sus figuras, comienza a ser un apoyo. Hoy, incluso, he pasado algunas horas solo allí, observando al Buda, el Cristo, la piedad… y los he sentido cercanos.

Cuando algo se destruye, es posible reconstruirlo, pero ahora hay piezas que no encajan. Mi mentor se encarga de rellenar los huecos que quedan vacíos en mí, o de desechar aquellos pedazos que ya no necesito. El aprendizaje es arduo, pues se trata de dejar atrás todo lo que soy y convertirme en algo nuevo. He de renacer como un fénix y aprender a vivir otra vez. Soy como un niño, aprendiendo a dar sus primeros pasos, a decir su primera palabra, a elaborar su primer pensamiento lógico. La figura de mi mentor se comporta como un padre benevolente, que con paciencia, guía el comienzo de mi nueva vida.

Son muchas las cosas que no comprendo. Como médico, sé que todo tiene un principio y un fin, que ningún ser vivo es eterno, y ahora me encuentro ante un horizonte infinito. No hay nadie que me espere para llevarme al otro lado, no hay paraíso ni infierno para mí. Me prometen que la esquelética figura con guadaña nunca me molestará.

Esto es lo más difícil, aunque hay otras cosas. Soy el heredero de la vida de mi mentor y de muchos otros antes que él. Soy el siguiente. He de continuar con una tarea fundamental que he comprendido hoy mismo. Hablando con él, con los ojos a su altura, uno frente al otro, me ha dicho:

-Me dedico a observar. He recorrido durante siglos las mismas calles. He visto nacer y morir a muchos. Las ciudades cambian al ritmo de la humanidad, aunque los actos se repiten. La miseria del hombre se iguala a su esplendor. Las escenas más cruentas no son mayores que las más tiernas. Mientras cientos de soldados mueren en batallas, cientos de madres abrazan a sus hijos. El hombre ama y odia de la misma manera. Estos hechos se suceden en el tiempo mientras yo me mantengo. A distancia, contemplo y guardo.

-Pero, ¿de qué sirve observar si no intervienes? ¿Qué sentido tiene, por ejemplo, ver a un asesino acercándose a su víctima y no salvarla?

-Mantener la memoria de este mundo tan terrenal sin cambiar los hechos. Ese es el sentido, ya que las cosas han de suceder. Se llama libre albedrío y contra eso nadie puede hacer nada. Es un don concedido a vuestra especie, no tenéis un destino que os ate, ningún hado que os marque un camino del que no podéis salir.

Entonces, una sombra ha recorrido su mirada, oscureciéndola más aún. Ha bajado la vista al suelo y ha continuado hablando:

-He cogido demasiado cariño a esta especie que antes sólo observaba. He entrado en sus juegos, me he rodeado del calor de sus individuos, he imitado su comportamiento, llegando a olvidar mi tarea en ocasiones. Igual que tú, estoy cambiando. Por eso estás aquí.

Para seguir sus pasos, es necesario que destierre todo lo humano que hay en mí. En principio puede parecer complicado, pero si lo pienso, ya había iniciado este viaje hacia tiempo. Todas las operaciones, todos mis pacientes, la cercanía constante a la muerte me habían preparado para esto. Quizás por eso he sido elegido.



30 de noviembre

              Qué lejanas parecen mis anteriores palabras, escritas hace menos de un mes, pero pertenecientes a alguien totalmente diferente. Mi cuerpo es el mismo, pero algo se ha ido para dejar espacio a algo nuevo. Me siento ligero, joven, fuerte… aunque vacío. Tendré que acostumbrarme a esta nueva sensación.

Escribo la última página de este diario, pues cuando ponga el punto y final, lo llevaré a la biblioteca y lo colocaré en el lugar que le corresponde.

El que ha sido mi guía y amigo durante estas semanas, se ha despedido de mí entre las estanterías repletas de memoria. Hemos entrado juntos y me ha hecho mirar cada uno de los volúmenes que allí descansan. Los libros se extienden desde el suelo hasta el techo, cubriendo las paredes como si fuesen
un gran tapiz, invadiendo cada rincón de la vasta biblioteca. Como una plaga, dominan el lugar. Me pregunto si podré leerlos todos. Desde luego, siento curiosidad por la historia desconocida que guardan en sus páginas. La esencia del ser humano recopilada en palabras que narran su día a día. Este tesoro será el que los salve del olvido.

-Todo lo que aquí ves es la razón de tu estancia en este lugar y de tu futura existencia - me ha dicho - Ya sabes todo lo que has de saber. Sólo nos queda hacer el intercambio.

-¿Intercambio? - he preguntado. Y esas han sido mis últimas palabras como mortal.

-Claro. Tú eres mi heredero, pero yo soy el tuyo. Yo te daré la inmortalidad, pero alguien tiene que continuar tu vida hasta el final. Así, podré morir, por fin.

Puso sus manos calientes con cuidado sobre mi cuello, como hiciera con aquel jilguero, y al igual que ese día, me sorprendió. Acercó su rostro al mío, deprisa, casi con ansia, y antes de que pudiera hacer nada, sentí sus labios sobre los míos. En principio no reaccioné, pero enseguida me vi arrastrado por algo incontrolable. Algo fluía de mí hacia él, y de él hacia mí. Cada movimiento de nuestras bocas cedía ese algo al otro y la fuerza que siento ahora, la juventud, la ligereza, se fue instalando en mí, dejando tras de sí el vacío.

Cuando se separó de mí, sus ojos ya no parecían tan oscuros. Nos miramos unos instantes y supe que sentíamos lo mismo. Habíamos cambiado.

Sin decir nada más, caminamos juntos fuera de la biblioteca. Recorrimos todos los pasillos, siendo ahora nuestros pasos los que llenaban su espacio, nuestras respiraciones las que resonaban en cada recoveco, nuestras miradas las que recorrían las obras de arte. No me sentí, sin embargo, un extraño.

Le acompañé por el jardín hasta la puerta exterior, y allí le vi por última vez, alejándose por el mismo camino que me trajo hasta aquí. Me di la vuelta, entonces, para observar la casa unos instantes. Luego entré, sabiendo que no volvería a tener noticias de él.

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