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miércoles, 16 de diciembre de 2015

Campbell's

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Como cada día a las dos y media el olor a sopa de tomate invade la casa. Sopa de tomate de lata, por supuesto, ya que ella no tiene ni idea de cocinar. Comemos esa especie de líquido menstrual todos los días, sin cansarnos de él pues le tenemos aprecio, pero aburridos de su sabor artificial. Y es que Helena aborrece la cocina. Sí, es así, debe ser la única ama de casa americana que no cocine. Pero quizá es mejor. La última vez que lo intentó quemó un pollo hasta tal punto que creí poder convertirlo en diamante.  Por eso le tenemos tanto cariño a la comida prefabricada, la que evita que nos muramos de hambre.

Estoy sentado en el sofá que cogimos de la casa de  la abuela de Helena cuando se fue a la residencia. Ella misma dijo que podíamos quedárnoslo, o al  menos eso entendimos. Bueno, el hecho es que estoy aquí sentado, con el culo pegado al cuero y sudando como un cerdo. Hace un calor insoportable. No tenemos aparato de aire acondicionado por supuesto, mi sueldo no da para más como me recuerda Helena siempre, y un nimio ventilador eléctrico es el encargado de evitar que me derrita sobre este sillón. Es gracioso ver como esas aspas tan pequeñas giran deprisa, haciendo un esfuerzo inhumano por expulsar algo de aire. No entiendo como no es el ventilador el que rompe a sudar. Supongo que estará acostumbrado a esto, a que le fuercen mas allá de su capacidad. Tiene práctica. Otros no tenemos tanta suerte. Suerte no, pero hambre sí. Y no es que me entusiasme la sopa, pero solo el olor ha hecho que me ruja el estómago. Rugidos que parecen decir que lo alimente, que eche leña al fuego. Ufff... fuego, no por dios, no con este calor. El infierno en la tierra y yo esperando en este sofá anticuado, hay que joderse... Cuarenta grados a la sombra dice el hombre del tiempo. Seguro que ese no tiene que sufrirlos. Me apuesto lo que quieras a que sí que tiene aparato de aire acondicionado, Helena estaría contentísima con él. Así no tendría que despreciar a mi pequeño ventilador. Pobrecillo, con lo que se esfuerza. En fin, que tengo hambre, mucha. Y Helena sigue metida en la cocina, como siempre. El reloj de pared lleva tiempo parado, me he fijado en que las manecillas no se mueven desde hace rato. Se han quedado ancladas en las dos y media, ahora tienen que ser cerca de las tres menos cuarto, calculo que todavía queda media hora para comer. Tres y cuarto, la hora de siempre. Y creo que aunque la comida ya esté hecha antes de esa hora Helena espera hasta y cuarto, seguro. Solo para fastidiarme. Sabe que estoy famélico pero ella no me alimenta, no, no lo hace. ¿Puede llamarse alimento a esa asquerosidad de sopa?

Cada vez siento las axilas más húmedas. Y noto como gotas de sudor caen de mi frente y se estrellan contra el cuero.  La calle está desierta, se puede ver desde aquí, a través de la ventana. Ni un alma. Tenemos la casa plagada de ratas y ni siquiera ellas se atreven a asomar el hocico hoy. Demasiado calor ahí fuera. Tiene que ser como una cámara de gas, asfixiante. Hay que tener valor para salir ahí, y yo no lo tengo desde luego. Lo que tengo es hambre. ¿Cuándo me llamará Helena? Si que tarda sí. Estará hablando con su madre. Esa bruja. Nunca quiso que se casara conmigo. No lo ha dicho abiertamente, pero yo lo sé. ¿Por qué si no iba a venir a "visitarnos" un día sí y otro también? Quiere controlarlo todo, que agobiante. La tenemos encima continuamente. Aunque hoy no ha aparecido todavía. Es raro, suele venir justo cuando estamos comiendo.

¿Por qué me casaría con esta mujer? El día de nuestra boda hacía un calor insoportable, como hoy. Llevaba el chaqué empapado y el pelo grasiento porque el sudor se mezclaba con la gomina barata. Pero es que Helena no estaba mejor: llevaba el vestido con el que se casó mi querida suegra, y que había sido de su abuela o algo así. Se le rompió al subir al altar, creo que se pisó la cola con un zapato o se le enganchó en un escalón, una cosa de esas. El hecho es que la gente no se rió por prudencia, pero vamos, todos lo habían notado. Cuando destapé el velo para besarla me encontré con un tomate, así de roja estaba Helena. En el fondo me casé con un tomate, lo tengo claro.

Mi hambre aumenta y el hombre del tiempo no se calla. ¿Cuánto duran estos noticiarios? Parece que llevo viéndolo toda la mañana, madre de dios... Otra vez con lo mismo de los cuarenta grados a la sombra, ya te he entendido palurdo, muchas gracias. "¡Helena!" Grito y ni caso. ¿Éste sofá cada vez se está hundiendo más o me lo parece a mí? Creo que al final voy a tener que levantarme e ir a ver qué pasa, no es normal que tarde tanto en preparar una maldita sopa prefabricada.  Me siento pegajoso, quizá debería darme una ducha de agua fría, me vendría bien. Me cuesta respirar, que agobio de tiempo, es como denso. Estoy harto.

Helena joder, ¿qué estás haciendo?. Lo único que siento es calor y hambre, por lo demás me encuentro bastante bien. Pero es como si tuviera un hueco en el estómago, lo que daría ahora mismo porque la sopa estuviese ya preparada. Ahora que lo pienso, no recuerdo que he hecho esta mañana. Creo que hoy es domingo. ¡Bah! Seguramente haya estado en este sillón todo el puto día. ¡Claro! Helena habrá ido a misa, por eso tarda tanto. Cree que por rezar se va a convertir en una buena esposa, cuando a su marido lo tiene muerto de hambre. Cuanta hipocresía.

Fuera sigue sin verse a nadie. Las plantas del jardín se están marchitando, es este insoportable calor tan repentino, lo quema todo. Hace unos días el tiempo era diferente, no sé qué coño pasa en el mundo últimamente,  lo mismo hace frío que de pronto estamos así, chorreando. Qué asco. Voy a ir a la cocina de una maldita vez, aunque haya ido a la iglesia no es normal que tarde tanto. Voy a exigir mis derechos, tengo derecho a mi sopa de tomate y la quiero ya.

¡Hostia! El pomo de la puerta está ardiendo. Deberíamos haber cambiado esta mierda de tiradores de metal, se calientan demasiado en verano. Se lo habré dicho mil veces a Helena, pero claro, ni caso.  Al menos no me saldrá ampolla ni nada, parece que no me he hecho ninguna señal, curioso.

"¿Helena? ¿Dónde cojones está mi sopa, sabes qué hora es?" Pero ¿Cómo lo va a saber? El reloj de la cocina tampoco funciona, aquí también son las dos y media. Aun así parece que no me ha oído, no está donde debería estar: enfrente del fuego calentando mi comida. Ese es su sitio, siempre lo ha sido. La cocina parece una cueva con las persianas bajadas, hay un bote con algo blanco sobre la encimera. Es el mata ratas en polvo que compramos a granel, sin esto esta casa sería todavía más asquerosa. Qué raro que Helena lo guarde  aquí, debería estar en el sótano, ya hablaré con ella. ¿Pero dónde se ha metido esta mujer? Seguro que en el comedor, ahí es donde suele ponerse a hablar con su madre por teléfono, para que yo no la escuche. Que hija de perra...


La mesa del comedor, donde almorzamos diariamente, está ocupada. Hay dos personas sentadas. La comida ya está servida y los cubiertos dispuestos. ¡Mi sopa de tomate! ¡Por fin! Uno de los comensales es Helena, está en el lugar de siempre, lejos de mi sitio, no me gusta que coma junto a mí, me recuerda a un cerdo en una pocilga, carece de modales. Tiene la cabeza hacia atrás, casi colgando, y un agujero en ella a través del cual se ve el horrible papel de pared -que ella eligió- manchado de sangre. Tiene una pistola en la mano. La otra persona se sienta a la cabecera de la mesa y soy yo. Tengo la cara sumergida en el plato, qué guarrada. Mi mano, lo que agarra, es una cuchara. En el suelo hay una lata, es de sopa de tomate Campbell's. Parece que hoy me quedaré con hambre. Este tiempo no es normal, hace demasiado calor últimamente.

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sábado, 28 de noviembre de 2015

Hechizo de amor para cuerpos jóvenes.

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Los cuerpos, juntos, inseparables, descansaban plácidamente sobre la cama, que podría haber sido el mar. Como dos náufragos que se agarran al tablón que será su salvavidas, ellos se abrazaban en la inmensidad de la llanura blanca, rezando porque ese momento no acabara nunca. Eran uno solo, eran el sueño y la vigilia, eran la noche y el día, eran la ciudad y el bosque; lo eran todo. Dos hombres que se aman y duermen, dos hombres que se han amado y descansan. Era curiosa la forma en la que las caderas de uno encajaban con la curva perfecta de la espalda del otro, unidos así en sagrada comunión, convirtiendo sus cuerpos en el cuerpo del dios, que los miraba con envidia. En esa cama, en ese mar, en esa llanura y aun en ese universo intrincado de almohadas planetarias y movimientos orbitales, pasaba el tiempo. Les atacaban los años y se marchaban vencidos, la nieve llegaba a sus cabezas y reposaba tranquila, las arrugas de las sábanas se convertían en las de la piel, la forma de sus cuerpos en el colchón se fosilizaba y el latido de sus corazones menguaba y se relajaba. Todo esto no les afectaba, ellos estaban más allá de cualquier horario, porque el tiempo del amor es, sin duda, incomprensible para cualquier reloj. Basta decir que uno de ellos movió un brazo y así pasaron diez años. El otro dobló un poco más la pierna izquierda, y retrocedieron veinticinco años. Volvieron a su infancia y avanzaron hasta su vejez, todo esto mientras buscaban la posición perfecta.

Juntos, juntos, juntos...era el eco silencioso que se repetía en todos los lugares. ¿Dónde estaban ellos cuando se amaban? ¿A dónde iban cuando se sentían? Quizá a ese lugar comprendido entre el otoño y el invierno, entre una palabra y otra, entre el cielo y la tierra o entre una lágrima de tristeza y otra de alegría. Eran ambos todos los lugares y eran sus pieles todas las fronteras. Los ojos cerrados los volcanes inactivos, las bocas abiertas las fallas y cañones, el torso la gran estepa libertadora y el sexo el único paraíso verdadero.  Su amor tectónico quedaría grabado en el atlas de sus vidas que juntos, juntos, juntos, terminarían por cerrar.

Y así, una vez más, el mundo quedó en silencio. Nada tenían que decir el resto de los hombres, nada nuevo podrían añadir. Todo estaba dicho, todo estaba hecho. Aquellos jóvenes, viejos, viajeros, filósofos, poetas, que se abrazaban, que se atrevían a  sentirse y a sentirnos, nos miraban con los ojos cerrados y sin emitir palabra alguna decían: "Este es mi cuerpo, sangre de la alianza nueva y eterna que será entregada por vosotros".

Comamos y bebamos todos de él.



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martes, 1 de septiembre de 2015

Memoria -Últimos días- (#ProyectoParaDos)

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[Estos son los últimos días del relato titulado Memoria que he escrito junto con Juls García. Ha sido una experiencia increíble trabajar con ella, y espero que lo disfrutéis tanto como lo hemos hecho nosotros.
Para leer los primeros días de esta historia id al blog de Julia: Explosiones en la cabeza.]


19 de noviembre.
No sé bien cómo narrar los sucesos ocurridos hoy ni cuánto tiempo ha pasado desde que he llegado a mi habitación. Ni siquiera sé cuántos minutos llevo sosteniendo la pluma a milímetros del papel, pensando sin cesar en las palabras adecuadas, aquellas que mejor describan lo que siento, lo que ha pasado entre estos muros que ahora me parecen tan diferentes. Es el mismo lugar que me intrigaba, son los mismos pasillos interminables, las mismas salas desiertas con los mismos muebles, las mismas obras de arte insulsas y aterradoras, hasta el aire tiene que ser el mismo que respiré el primer día. Aun así todo ha cambiado, nada se percibe de la misma forma. He viajado a una realidad paralela que trata de engañarme, intentando hacerme creer que todo sigue igual. Pero después de lo que ha sucedido esta mañana no puedo fingir que nada ha cambiado.

Las horas de la tarde han pasado como si no hubieran existido, y me han trasladado hasta ahora como si el tiempo hubiera dado un salto desde que, bebiendo un trago de vino en el comedor principal a la hora de comer, me ha parecido ver una figura a través del cristal de la copa. He pensado, en principio, que se trataba de la mujer del otro día, pero al dejar la copa sobre la mesa, he descubierto a alguien… o algo totalmente distinto.

Un hombre de aspecto joven se apoyaba en la mesa. La palma de la mano izquierda extendida sobre la madera oscura, en la mano derecha un objeto. Lo que en un principio deduje como algo inerte hizo un pequeño movimiento, se agitaba levemente en el puño del hombre. No me hicieron falta más segundos para darme cuenta de que se trataba de un pájaro, un jilguero probablemente. Él lo miraba con pasividad, casi sin prestarle atención. He podido apreciar los músculos del hombre tensándose bajo su piel cuando el jilguero intentaba zafarse. Finalmente, ha roto su cuello. Ha sido tan inesperado que me he atragantado. ¿Qué sentido tenía mostrarme esa imagen?

-Es muy sencillo morir - ha dicho con voz tranquila, abriendo la mano. El animal parecía casi dormido, pero sus ojos carecían del brillo de la vida, igual que los orbes oscuros del hombre cuando me ha mirado, dejando caer el cadáver del pájaro al suelo, y ha dicho - Por favor, sígueme.

Me he levantado como un autómata. Mis músculos no obedecían a ningún estímulo cerebral, actuaban impulsados por algo muy diferente, algo que ya no me pertenecía. Mi cuerpo entero ha obedecido a su petición. Me he sentido desde fuera siguiendo a aquel personaje por la casa, fija mi mirada en su espalda. Me daba la sensación de estar caminando solo, aunque tuviera la vista clavada en su camisa blanca y supiera con certeza que, de alargar el brazo, podría tocarle sin problemas. Era como si su presencia fuera imperceptible, como si careciera de algo vital que nos hace reconocer y sentir a otros incluso sin verlos.

Finalmente, hemos llegado a una puerta cerrada que ha abierto él con una llave que colgaba de su cuello. Le seguí por unas oscuras y angostas escaleras de escalones desgastados, con la piedra hundida allí donde otros pies, lejanos en el tiempo, subieron y bajaron numerosas veces, como ahora lo hacíamos nosotros  - ¿cuánto tiempo lleva construido este lugar? -.

Entramos a una sala con planta de cruz latina, como las iglesias convencionales, aunque me temo que es lo único convencional. En la nave central no hay bancos, como cabría esperar, sino que varias figuras flanquean los costados hasta el ábside. Son representaciones de antiguos dioses paganos griegos y romanos. Estatuas de mármol blanco que te miran mientras avanzas, recordándote que ellos fueron dueños del mundo hace milenios y que tú eres simplemente una mota de polvo entre tantas. Miraba sobrecogido en todas direcciones mientras mis piernas caminaban. Llegar al crucero solo hizo que sintiera que mi psique se desmoronaba. Era incapaz de asimilar todo lo que estaba viendo. Por encima de mí se alzaba una cúpula perfecta que me situaba en el centro de miles de personas pintadas que me miraban.

Estaba desnudo ante ellas, se reían de mí. Sus cuerpos pigmentados eran perfectos, el mío un desecho escuálido y penoso. Sus ojos estaban fijos en cada pliegue de mi piel, me juzgaban y decidían mi destino como inquisidores implacables que me conducían al cadalso. Traté de fijarme en otro punto totalmente opuesto, pero sólo encontré la desolación de un gran Buda que sentía lástima por mí. Su rechoncho cuerpo de bronce era incluso más puro que mi alma, cada detalle de su vestimenta más elevado que mi propia existencia. Giré sobre mí mismo y en el lado opuesto me di de lleno con un ejército de seres aterradores tejidos en un tapiz de grandes dimensiones. Demonios de caras rojizas, colmillos punzantes y cuernos retorcidos peleaban con seres azulados y demenciales. Criaturas de diez brazos que agarraban cabezas humanas goteantes, que pisaban cuerpos desmembrados y se bebían la sangre caliente de los muertos.

Caí de rodillas extenuado, incapaz de soportar todas esas imágenes. Luché para impedirme seguir mirando, pero mi mente ya no era mía y levanté la cabeza del suelo sólo para encontrarme con el último de todos mis jueces: un Cristo crucificado lloraba por mí, los brazos de madera parecían querer abrazarme y yo le miré, le miré porque era mi única salvación, le miré porque mis pecados pesaban y resultaban insoportables. “¡Acaba ya con este dolor! ¡Mátame si es lo que deseas! Pero devuélveme todo lo que me has arrebatado. ¡Dime qué hago en este lugar!” le gritaba sin emitir sonido alguno, pero yo sabía que me escuchaba, era consciente de que en ese momento el universo entero se limitaba a Él y a mí. Y junto a su dolorosa figura, otra estatua que transmitía la tristeza más lacerante: su madre. La Virgen María no contemplaba a su hijo en la cruz porque lo tenía arropado entre sus brazos. El tiempo había avanzado, Jesús había descendido de su calvario y su cuerpo sin vida reposaba plácidamente. Era una piedad angustiosa pero tierna, que guardaba todo el sufrimiento del mundo y me lo transmitía de forma sosegada, como diciendo “así es la vida de los mortales”. Y entonces supe que me había roto. Todas mis defensas se quebraron definitivamente y no pude más que desviar mi rostro hacia el hombre que me había llevado hasta allí.

Me miraba igual que al jilguero, con absoluta pasividad. A pesar del temblor de mis manos, de las lágrimas que apenas podía contener, de que con toda probabilidad mi imagen debía ser indefensa, capaz de generar algo de clemencia o preocupación en cualquier ser humano… él me miraba como si no fuera nada, absolutamente nada. Me sentí pequeño, inútil, estúpido… irrelevante.

Se acercó a mí con una tranquilidad que sigo sin comprender y dijo en el mismo tono que en el comedor:

-Las preguntas que consumen tu mente las tuve yo hace… tiempo - esbozó una débil sonrisa, divertido - Las iré respondiendo poco a poco, día a día, en esta capilla, hasta que considere que estás preparado. Ya sabes cómo llegar. Habrá una copia de la llave en tu cuarto cuando vuelvas.

-¿Preparado para… qué? - pregunté notando mi voz temblorosa como pocas veces.

-Para ser el siguiente.

-¿El siguiente en qué? - comencé a arrastrarme hacia atrás, huyendo de él - ¿Qué pretende hacer conmigo?

-El siguiente en guardar la memoria de la humanidad.

-¿Y qué le hace pensar que me quedaré para hacerlo?

-Temes a la muerte como cualquier otro ser vivo. Te quedarás, no tengo ninguna duda.- contestó, acercándose a mí con calma mientras yo seguía arrastrándome hacia atrás. Mi espalda topó con la pared cuando formulé la siguiente pregunta:

-¿Acaso va a matarme si trato de huir?

-Por favor - su tono sonó ofendido un instante - Para huir es necesario estar encerrado, puedes irte si quieres, pero sé que no lo harás.

-¿Y por qué está tan seguro?

-Porque para ti guardo la victoria frente al único enemigo que tu especie nunca vencerá - se acuclilló frente a mí. Su mirada oscura parecía llegar a los secretos mejor guardados de mi alma, como si ya me conociese de antes, como si me hubiera observado desde el día en que nací - Puedo ofrecerte la inmortalidad.



25 de noviembre

                Durante este tiempo he ido diariamente a la capilla a recoger los fragmentos de mi alma. El que se ha convertido en mi mentor me ayuda con este proceso, aunque al mismo tiempo, siento que la propia capilla, con todas sus figuras, comienza a ser un apoyo. Hoy, incluso, he pasado algunas horas solo allí, observando al Buda, el Cristo, la piedad… y los he sentido cercanos.

Cuando algo se destruye, es posible reconstruirlo, pero ahora hay piezas que no encajan. Mi mentor se encarga de rellenar los huecos que quedan vacíos en mí, o de desechar aquellos pedazos que ya no necesito. El aprendizaje es arduo, pues se trata de dejar atrás todo lo que soy y convertirme en algo nuevo. He de renacer como un fénix y aprender a vivir otra vez. Soy como un niño, aprendiendo a dar sus primeros pasos, a decir su primera palabra, a elaborar su primer pensamiento lógico. La figura de mi mentor se comporta como un padre benevolente, que con paciencia, guía el comienzo de mi nueva vida.

Son muchas las cosas que no comprendo. Como médico, sé que todo tiene un principio y un fin, que ningún ser vivo es eterno, y ahora me encuentro ante un horizonte infinito. No hay nadie que me espere para llevarme al otro lado, no hay paraíso ni infierno para mí. Me prometen que la esquelética figura con guadaña nunca me molestará.

Esto es lo más difícil, aunque hay otras cosas. Soy el heredero de la vida de mi mentor y de muchos otros antes que él. Soy el siguiente. He de continuar con una tarea fundamental que he comprendido hoy mismo. Hablando con él, con los ojos a su altura, uno frente al otro, me ha dicho:

-Me dedico a observar. He recorrido durante siglos las mismas calles. He visto nacer y morir a muchos. Las ciudades cambian al ritmo de la humanidad, aunque los actos se repiten. La miseria del hombre se iguala a su esplendor. Las escenas más cruentas no son mayores que las más tiernas. Mientras cientos de soldados mueren en batallas, cientos de madres abrazan a sus hijos. El hombre ama y odia de la misma manera. Estos hechos se suceden en el tiempo mientras yo me mantengo. A distancia, contemplo y guardo.

-Pero, ¿de qué sirve observar si no intervienes? ¿Qué sentido tiene, por ejemplo, ver a un asesino acercándose a su víctima y no salvarla?

-Mantener la memoria de este mundo tan terrenal sin cambiar los hechos. Ese es el sentido, ya que las cosas han de suceder. Se llama libre albedrío y contra eso nadie puede hacer nada. Es un don concedido a vuestra especie, no tenéis un destino que os ate, ningún hado que os marque un camino del que no podéis salir.

Entonces, una sombra ha recorrido su mirada, oscureciéndola más aún. Ha bajado la vista al suelo y ha continuado hablando:

-He cogido demasiado cariño a esta especie que antes sólo observaba. He entrado en sus juegos, me he rodeado del calor de sus individuos, he imitado su comportamiento, llegando a olvidar mi tarea en ocasiones. Igual que tú, estoy cambiando. Por eso estás aquí.

Para seguir sus pasos, es necesario que destierre todo lo humano que hay en mí. En principio puede parecer complicado, pero si lo pienso, ya había iniciado este viaje hacia tiempo. Todas las operaciones, todos mis pacientes, la cercanía constante a la muerte me habían preparado para esto. Quizás por eso he sido elegido.



30 de noviembre

              Qué lejanas parecen mis anteriores palabras, escritas hace menos de un mes, pero pertenecientes a alguien totalmente diferente. Mi cuerpo es el mismo, pero algo se ha ido para dejar espacio a algo nuevo. Me siento ligero, joven, fuerte… aunque vacío. Tendré que acostumbrarme a esta nueva sensación.

Escribo la última página de este diario, pues cuando ponga el punto y final, lo llevaré a la biblioteca y lo colocaré en el lugar que le corresponde.

El que ha sido mi guía y amigo durante estas semanas, se ha despedido de mí entre las estanterías repletas de memoria. Hemos entrado juntos y me ha hecho mirar cada uno de los volúmenes que allí descansan. Los libros se extienden desde el suelo hasta el techo, cubriendo las paredes como si fuesen
un gran tapiz, invadiendo cada rincón de la vasta biblioteca. Como una plaga, dominan el lugar. Me pregunto si podré leerlos todos. Desde luego, siento curiosidad por la historia desconocida que guardan en sus páginas. La esencia del ser humano recopilada en palabras que narran su día a día. Este tesoro será el que los salve del olvido.

-Todo lo que aquí ves es la razón de tu estancia en este lugar y de tu futura existencia - me ha dicho - Ya sabes todo lo que has de saber. Sólo nos queda hacer el intercambio.

-¿Intercambio? - he preguntado. Y esas han sido mis últimas palabras como mortal.

-Claro. Tú eres mi heredero, pero yo soy el tuyo. Yo te daré la inmortalidad, pero alguien tiene que continuar tu vida hasta el final. Así, podré morir, por fin.

Puso sus manos calientes con cuidado sobre mi cuello, como hiciera con aquel jilguero, y al igual que ese día, me sorprendió. Acercó su rostro al mío, deprisa, casi con ansia, y antes de que pudiera hacer nada, sentí sus labios sobre los míos. En principio no reaccioné, pero enseguida me vi arrastrado por algo incontrolable. Algo fluía de mí hacia él, y de él hacia mí. Cada movimiento de nuestras bocas cedía ese algo al otro y la fuerza que siento ahora, la juventud, la ligereza, se fue instalando en mí, dejando tras de sí el vacío.

Cuando se separó de mí, sus ojos ya no parecían tan oscuros. Nos miramos unos instantes y supe que sentíamos lo mismo. Habíamos cambiado.

Sin decir nada más, caminamos juntos fuera de la biblioteca. Recorrimos todos los pasillos, siendo ahora nuestros pasos los que llenaban su espacio, nuestras respiraciones las que resonaban en cada recoveco, nuestras miradas las que recorrían las obras de arte. No me sentí, sin embargo, un extraño.

Le acompañé por el jardín hasta la puerta exterior, y allí le vi por última vez, alejándose por el mismo camino que me trajo hasta aquí. Me di la vuelta, entonces, para observar la casa unos instantes. Luego entré, sabiendo que no volvería a tener noticias de él.

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domingo, 30 de agosto de 2015

Love.

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Una silueta femenina mira a través de una ventana en una habitación oscura. Alguien la observa desde atrás. Es de noche. Las farolas del exterior transmiten una luz amarilla, como de pus.  En el cuarto hay una cama y está desordenada, las sábanas hechas jirones cuelgan como trozos de carne en un matadero y las almohadas, acuchilladas, están vacías de plumas. Hay sangre seca por las paredes.
-Nunca supimos estar juntos. Lo hemos intentado y siempre acabamos igual.- La mujer sigue mirando la calle a través del cristal.
-Tú te empeñaste, yo sabía que era imposible. Nunca me haces caso.
-¡Así que es eso! La culpa siempre la tengo yo ¿no?- Se da la vuelta y encara al hombre que tiene enfrente.- ¡Tú fuiste quien iniciaste este juego macabro! ¡Yo tenía una vida!
El hombre se peina el pelo hacia atrás con la mano, se queda callado, observando, y dice:
-Tú me seguiste. Al principio esto te parecía bien. Te advertí y aun así continuamos. Ahora ya no hay vuelta atrás.
-No...no sé qué va a pasar ahora. ¿Qué va a pasar Rick? ¿Lo nuestro ya se ha acabado? Dímelo tú por favor. Yo te quiero y no quiero perderte. Por favor Rick, por favor...
-No, no, tranquila. Creo que lo mejor es que nos separemos. Al menos por un tiempo. Déjame limpiar todo esto y veremos qué pasa después. Solo nos queda rezar.
-No quiero que nos cojan Rick. No. Si lo hacen nos separarán para siempre y no podría soportarlo, no podría...
Rick avanza hacia ella. Un cuerpo sin vida, el de una mujer, se interpone entre ellos. Lo sortea pasando por encima. Cuando llega junto a la ventana la coge por la cintura y la mira directamente a los ojos.
-Lo sé preciosa, pero es necesario. Esto se nos ha ido de las manos. Y no nos van a coger, no te preocupes. Pero para que eso no ocurra debemos separarnos.
-Yo solo quería complacerte. Haría todo lo que me pidieras ya lo sabes. Pero tienes razón, quizá esto es demasiado.
-No llores. Sé que todo lo hiciste por mí. He pasado el mejor año de mi vida desde que te conocí. Y créeme que lo que ha ocurrido esta noche ha sido la hostia. Pero si queremos que lo nuestro siga debemos pasar un tiempo alejados el uno del otro. ¿Comprendes?
-Sí, sí, claro, entiendo.
-Pues ya está. Ayúdame a limpiar todo este desastre. Coge el ácido de la mochila mientras llevo el cuerpo a la bañera. Se buena, pequeña.
Rick se echa el pelo hacia atrás, se agacha y con cara de esfuerzo coge el cadáver por los hombros. Lo arrastra varios metros por la habitación dejando un sendero de sangre. Al girar hacia el baño golpea una mesilla y cae algo. Un cuchillo manchado de rojo. Sigue con el cuerpo hasta que lo deja en la bañera.
-Cariño, se me ha caído el cuchillo. Ahí, sobre la alfombra. Recógelo anda, no me gusta que se golpee, era de mi abuelo.
La mujer coge el cuchillo y lo deja sobre la cama. Va hacia el baño con un bote de cristal en cuyo interior hay un líquido amarillento. Lo vacía sobre el cuerpo y poco a poco la carne, los músculos y toda la materia orgánica comienza a desaparecer.
-Al final lo vas a hacer mejor que yo nena. Ahora las sábanas y la alfombra.
Vuelven al dormitorio. Ella quita la alfombra manchada de sangre y la mete en una bolsa de basura. Él quita las sábanas de un tirón. El cuchillo vuelve a caer pero nadie lo ve. Ella le tiende la bolsa y él introduce ahí las sábanas. Luego se estira para coger las almohadas y al hacerlo mete de un puntapié el cuchillo bajo la cama. Las almohadas también van a la bolsa.
-Y ahora, ¿Qué hacemos Rick?
-Solo nos queda fregar las paredes y podremos irnos.
-Irnos...Cada uno por su lado. Y no volverte a ver. No sé si podré.
-Podrás. Has de hacerlo. Es eso o la cárcel. Tú en una para mujeres y yo en otra de máxima seguridad. Y entonces sí que no nos volveríamos a ver. ¿Quieres eso?
-No, no quiero...
No hablan más. Limpian la sangre de las paredes, cierran la bolsa de basura y se dirigen a la salida. Antes de irse Rick echa un vistazo para asegurarse de que todo está en orden. Abren la puerta y salen.
-Ahora irás a un vertedero, lo más lejos que puedas, y quemarás la bolsa, ¿vale? Yo cogeré el coche y me iré hacia el norte, tú debes  ir al sur. Cuanto más lejos mejor.
-Te quiero Rick. Más que a nadie. No voy a poder vivir sin ti.
-Sé que me quieres, ya me lo has demostrado. Por eso precisamente debemos separarnos. Pero por un tiempo. Pasados algunos años podremos encontrarnos y quizá volver a jugar a esto. Pero ahora es peligroso que sigamos viéndonos ¿entiendes?.
-Muy bien. Adiós Rick.- Se pone de puntillas y le besa.
-Adiós muñeca.
Él se pasa la mano por el pelo, hacia atrás. Se dan la espalda y se van. Cada uno por un camino diferente. Es de noche. Hace frío. El cuchillo sigue debajo de la cama.

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lunes, 13 de julio de 2015

Iconoclasia. (#UnaImagenMilPalabras)

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¡Oh hermanas, mirad! Ya viene el Caminante. ¿No sentís sus pasos en ésta nuestra tierra? ¡Escuchad! En silencio hermanas, pues aunque queramos hablar no podemos. Está ahí arriba, por encima de todos nosotros; y avanza, avanza con paso firme. ¡No se detiene! ¿Os dais cuenta? Sigue, sigue, sigue; está a punto de llegar. Queridas mías es él, sin duda, el Caminante. Centrad vuestros ojos en la distancia, esquivad los riscos que nos impiden ver, deslizad vuestra visión por éste agua y decidme cómo son sus ropas. La niebla es densa lo sé, pero pronto se disipará. Pronto la luz del gran astro iluminará éste lugar de sombras. Muy pronto queridas mías, muy pronto.

Llevamos siglos aquí abajo, en este reino baldío y desolado. Flotamos etéreas entre las ruinas de millones de rascacielos y cada día contemplamos el horizonte llenas de esperanza. Nuestras manos atraviesan todo lo que tocan, y creednos cuando decimos que estamos malditas. Corazones que no laten desde hace milenios, venas vacías por las que no circula la sangre, músculos atrofiados y miembros inútiles. Consumiéndose bajo tierra se hallan nuestros cuerpos, pero nosotras somos algo más que simple carne. Somos aquello que solo se consigue con la muerte. Pero estamos atrapadas, permanecemos ancladas a un sitio al que ya no pertenecemos. Queremos escapar y por eso esperamos anhelantes al Caminante. Él es el único que nos sacará de aquí.

Aunque no podamos hablar nuestra voz se oye clara y es profunda. Gritamos en la oscuridad y nos convertimos en un eco transfigurado que clama por la salvación. ¡Que venga a nosotras tu reino! Pero hágase nuestra voluntad, satisfáganse nuestros deseos y sean escuchadas nuestras plegarias. Solo pedimos salir de aquí. Estamos hartas de vagar eternamente, cuando ya el mundo dejó de creer en nosotras. Nadamos en este mar blanquecino sobre el que se alza el Caminante. Este océano glauco que tuvo muchos nombres y que todavía ha de ser nombrado: unos lo llamaron laguna Estigia, otros Niflheim, Mictlán, o Hitodama.

 Fuimos olvidadas y hubo un tiempo en el que éramos diferentes, pero ahora somos la misma cosa. Antes teníamos atributos, cada uno el suyo, con los que nos adoraban y nos hacían ofrendas. Recibíamos sacrificios y eso nos hacía fuertes, pero de pronto todo desapareció. Se acabaron los rezos, las oraciones e incluso el nombrarnos con fe. Perdimos el poder y así fuimos desterradas. Enterraron nuestros cuerpos de bronce, que ahora se pudren, y escribieron nuestros nombres en libros de ficción. Ya no renaceremos y nunca veremos el Ragnarök acabar con el mundo, ni la barcaza solar de Ra surcar los cielos. Tampoco asistiremos al rencuentro de Perséfone con Démeter y la germinación de los campos, ni contemplaremos las patas de la gran tortuga Ao sosteniendo la bóveda celeste.

 Eso es cosa del pasado, creencias de unos hombres primitivos que murieron hace tiempo. Los que dominan el mundo en el presente adoran a un dios informe que ni siquiera tiene nombre. Veneran una trinidad absurda y patética que los domina a todos. ¿Por Él nos habéis cambiado? ¿Por ese que durante cuarenta días y cuarenta noches os mandó un diluvio para destruiros? ¿Aquél que es justo y bondadoso y permite la miseria humana y los pecados capitales? Pobres los mortales, pues al menos nosotras éramos sinceras y nos mostrábamos completas. Pero el Caminante viene. Sus huellas se acercan y cuando alcance la cumbre más alta, todo será descubierto. El humo se disipará y el Dios de ahora morirá como todos los demás. Las divinidades olvidadas seremos liberadas al fin y las religiones futuras se aplastarán antes de haber sido creadas. Todo se iluminará y el hombre caminará solo a través de su propia creación. Cristo será crucificado por segunda vez  y Osiris despedazado de nuevo. El Caminante desenmascarará a la virgen María y a Buda y él reinará omnipotente en la tierra como en el cielo.

Porque el Caminante es la Verdad y cuando sea revelada, todo habrá acabado.


Y aquí os dejo mi relato para el proyecto Una Imagen Mil Palabras de Reivindicando Blogger. Espero que lo disfrutéis y echéis un vistazo a la

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martes, 7 de julio de 2015

Lesbos en el corazón.

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"κὤττι μοι μάλιστα θέλω γένεσθαι
μαινόλᾳ θύμῳ, τίνα δηὖτε πείθω
μαῖς ἄγην ἐς σὰν φιλότατα τίς τ, ὦ
Ψάπφ᾽, ἀδίκηει;"
                                                                                                      "¿Arde de nuevo el corazón inquieto?
¿A quién pretendes enredar en suave
Lazo de amores? ¿Quién tu red evita,
Mísera Safo?"


Yo, un cuerpo azotado por el viento que trata de no marearse demasiado por el movimiento del barco. Bajo mi triste existencia el mar. Mercurio líquido que brilla, casi sólido, y golpea furioso la quilla. Cuánto daría por arrojarme por la borda, hundirme lentamente hacia el vientre primigenio de la tierra y una vez allí, por fin, estar en paz. Pero no, aquí sigo, ondeando como una bandera sobre las ruinas de Ilión. Yo, que serví a las musas y las honré en mi casa; yo, que fui mujer como ninguna otra; yo, que caminé humana entre monstruos, que amé dolorosamente y fui correspondida.

No miro hacia proa, no me interesa lo que haya en el horizonte, soy una figura dorada que da la espalda al mundo y se concentra en un pedacito de tierra lejano. Casi ni se distingue en la distancia, pero si frunces el ceño y fuerzas tus ojos hasta que casi sangren, quizá veas el pequeño puerto o la cúspide del faro. Pero la nave avanza inexorablemente y es cada vez más difícil, más humillante. Me agarro como puedo a esta imagen, porque dentro de unos años será lo único que tenga. Allí, en esa pequeña isla, se queda mi corazón junto al templo de Afrodita. En esa mancha de tierra se quedan los mejores años de mi vida, cuando todo consistía en vivirnos y en sentir que nada era más fuerte que nosotras. Se quedan la pureza y la inocencia, la música y la poesía, se quedan tus manos sobre las mías y tus labios sobre mi cuello. Yo me llevo el dolor, la agonía; me guardo la tristeza y la añoranza y en las bodegas, viajan como polizones la ira, la rabia y el odio. Allí fui feliz, aquí... simplemente no soy.

Cada vez hay más agua entre nosotras y cuanto más me alejo, más me parece que todo fue un sueño. Pero tú estás ahí, sobre la roca de Léucade, leyendo mis versos o quemándolos, quién sabe. Estás cerca del Olimpo querida mía, dile a la trenzadora de engaños que tenía razón, que nuestras discusiones fueron absurdas, que al final el amor te vacía por dentro. 
Y seguimos navegando, rajando el mar  como un saco del que se escapan miles de diamantes. La brillante esfera solar es solo un semicírculo insertado en el horizonte y sospecho que no llegaremos nunca. Siento el calor en mi espalda, es agradable, como el abrazo de una madre o el beso prohibido de un amante. El calor se extiende por todo mi cuerpo, lo inunda dulcemente y me provoca somnolencia, un sopor tranquilo y relajado. Pronto estaré dormida, pero de momento tengo que aguantar, he de seguir haciendo guardia, no soportaría cerrar los ojos y al abrirlos ver que la tierra lejana ya no está. 

Mis odas al Amor eran tuyas vida mía. Fuiste siempre aquella triste sombra que inundaba mis pensamientos, una sombra que contaminaba mi espíritu y me cegaba. La inspiración de los dioses que fue negada a muchos, a mí se me entregó con el verbo de tu carne. Apolo maldijo mi nombre y maldecida, con el peso de los divinos sobre mi espalda, me enamoré de ti. ¡Oh amiga del alma, qué tristes fueron mis lamentos!  Qué amargas las lágrimas que derramé sobre el cáliz de tu senos, qué injuriosas las palabras que pronuncié contra el hado. ¡Destruidos sean los templos de la diosa! ¡Profanados los altares y quemadas las ofrendas! ¡Qué cada día se me entregue la cabeza sangrante de una paloma blanca y miles de rosas marchitas! Solo así veré mi sed saciada, pues el agua que bebo es salada y me quema por dentro.

Los augures nos adivinaron un futuro grandioso:  "Como los hombres inmortales de la Primera Era, vuestro amor será eterno" dijeron. "Como el de Orfeo y Eurídice vuestro amor será poderoso, pero aun más  puro, pues proviene del único amante lesbiano" estas fueron sus palabras. Pero ahora nuestro amor quizá sea más parecido al de Medea y Jasón o tal vez al de Ariadna y Teseo. De la misma manera que estas dos mujeres me siento traicionada y abandonada, pero yo no mataré a mis hijos que son mis cantos, sino que los dejaré libres y  serán mi lanza emponzoñada.

Recojo mi hilo dorado y me alejo de ti. Me despido para siempre de la espuma del mar y de mi patria. Dile adiós a mis alumnas, todavía les quedaba mucho por aprender. Dile adiós a la arena de la playa, y a los cangrejos que siempre venían a saludarme. Dile adiós a todo aquello de lo que no me pude despedir yo misma y planta un beso en tu mejilla por mi; así, quién sabe, algún día germine y tendré un motivo para volver.

 Dormiré ahora, pero antes quiero ver amanecer, estoy cansada de mirar hacia atrás. 

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miércoles, 22 de abril de 2015

El rojo te sienta tan bien. (#PGLiteratos)

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Huye Yukio, escapa. No mires atrás. No dejes de correr. No lo hagas. O al final el destino te dará caza. ¿Cómo es la senda Yukio, dime, cómo es? ¿Ves el suelo bajo tus pies? Ya sé que no, tu vista te ha fallado, pero que no lo hagan tus pies. ¡Qué no lo hagan! La niebla que te envuelve es densa ¿Verdad? Aceitosa, espesa. Atraviésala, ¡Pártele el alma! Y observa los trozos que se desprenden de ella. Son recuerdos Yukio, los de una vida tras una máscara informe que iba pegada a tu propio rostro. ¿La conseguiste arrancar? Claro que no, claro que no.

 Besabas a mujeres y no lo disfrutabas, amabas otra cosa Yukio, amabas la muerte. Pero la muerte con torso masculino, aquella de huesos blancos que te miraba desde un rincón. Convivías con ella mientras te masturbabas pensando en aquel chico, el matón de tu clase ¿no es así? E imaginabas sus sangre oscura surcar tu vientre y su pene erecto introducirse en ti como una salamandra acusadora. Y llegabas al orgasmo más íntimo y más universal al mismo tiempo, aquel orgasmo de espíritu que expulsaba de tu cuerpo el semen caliente, sin vida, de un hombre torturado. Torturado por el pasado marchito. Ese pasado que deseabas, que anhelabas como si alguna vez hubiera sido tuyo.

 Era tu abuela la que te contaba todas esas historias de poderosos emperadores y peligrosos guerreros ¿No es así? ¿Son esas historias las que te han llevado a desenvainar la espada Yukio? Alzas el filo para que el mundo lo contemple, pero el mundo está ciego y tú no puedes devolverle los ojos. No llores más, no te refugies en la oscuridad. Es la hora Yukio, mátalos a todos.
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Yukio Mishima (cuyo verdadero nombre era Kimitake Hiraoka), nacido en Tokio el 14 de enero de 1925, fue un escritor atormentado, carcomido por el dolor que le producía una sociedad que no entendía y que veía abocada al fracaso. Sus obras son de una intensidad trágica, intimistas y cargadas de un sentimentalismo doloroso y a la vez profundamente humano. 
Murió el 25 de noviembre de 1970 realizándose el ancestral rito del seppuku demostrando así que no podía seguir viviendo tras la máscara que el mismo se había impuesto. Ahora solo nos quedan sus libros: la muerte y la vida hablando a través de sus textos.  


 

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