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lunes, 27 de mayo de 2013

Bienvenido a Raven's House. [I]

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[Primera parte.]

Ahora que ya todo ha pasado, que la oscuridad ya no nos persigue, creo que debería conocer la historia que me obligó a salir huyendo de la mansión de mi querido tío Ferdinand.
Se que es un hombre impaciente, pero este macabro relato debe ser contado sin prisas pues los horrores que viví en aquella casa, apartada de la civilización, necesitan tiempo para ser descritos.
Coja ahora varios papeles y la pluma que guarda en su portadocumentos pues si lo que venía buscando era algo sorprendente créame que lo ha encontrado.

Bien, empecemos por el motivo que me llevó a visitar a mi tío, al que hacía años que no veía y del que poco recordaba, solo lo que en la familia se oye, sabe usted, sobre un familiar poco común: lo solitario y excéntrico de su persona, la misteriosa presencia de su mujer de la que nada parecían conocer, el deterioro de la mansión donde vivía, etc, etc, etc. Realmente el tío Ferdinand era la oveja negra que toda familia importante tiene, el eslabón más alejado del que se siente miedo y respeto al mismo tiempo. Yo, personalmente, tenía una fascinación platónica por su persona, pues mi espíritu es salvaje y no se acoge a moldes y mi tío parecía ser la misma clase de individuo. Mas me equivocaba ya que Ferdinand era esto y mucho más.
Pero no nos desviemos del comienzo, ya habrá tiempo para desentrañar la personalidad de mi pariente.


Por aquel entonces yo era joven y emprendedor, había finalizado la carrera de Derecho con insuperables notas y me había incorporado a un importante bufete de abogados, de los más prestigiosos de Londres. Los casos llegaban y yo los ganaba, obtenía importantes ingresos que servían para mantener las promesas que le hacía a mi querida Elizabeth de que algún día nos compraríamos una gran casa apartada del mundo y pasaríamos los años juntos, lejos de la capital, de la gente y de los asfixiantes lazos de mi familia. Todo se desarrollaba bajo esta rutina hasta que un día recibí una misteriosa llamada. Recuerdo ese día en especial porque fue el que desencadenó la serie de grotescos sucesos que hoy me dispongo a contarle.
 Bien, como decía recibí una llamada proveniente de Raven´s House (la mansión de mi tío que, como puede percibir, hasta el nombre encierra oscuridad) y al otro lado de la línea una voz, que manifestaba pertenecer al mayordomo de la casa, me decía que mi tío requería de mis servicios. Como puede imaginarse mi sorpresa fue descomunal ya que, como le he dicho antes, poco recordaba del tal Ferdinand y dudaba de que él precisamente me recordase a mi. Pero la voz me explicó que mi pariente estaba informado, gracias a que leía la prensa diariamente, de los casos que había ganado con anterioridad y pensaba que yo era la persona idónea para realizar un importante trabajo y que además, al ser de la familia, la discreción y la confianza estaban garantizadas. Pregunté, por supuesto, en varias ocasiones sobre el asunto en el que tenía que trabajar pero el mayordomo me daba evasivas y me instaba a trasladarme a la mansión lo antes posible, donde sería tratado el tema con tranquilidad. Turbado y desconcertado miraba a Elizabeth, que en ese momento se encontraba conmigo, que a su vez me miraba sorprendida por las respuestas incongruentes y extrañas, como si de una absurda conversación se tratara, daba a mi interlocutor. Por más que lo intentaba la información que obtenía era escasa y siempre la misma: mi tío Ferdinand estaba llegando al término de su vida y necesitaba, antes de morir, dejar unos asuntos atados y aclarados y yo era la única persona que podía hacerlo. ¿Qué asuntos? Si quería responder a esa pregunta tendría que desplazarme a Wellow, un pequeño pueblo en la remota Isla de Wight a ciento seis millas de Londres, donde se encontraba Raven’s House. Allí me esperarían el señor y su esposa a lo largo de la misma semana.

Cuando colgué le conté a la sorprendida Elizabeth todos los detalles del diálogo con el mayordomo y lo primero que me dijo es que ni se me pasase por la mente acudir a esa cita tan extraña. ¡Qué cosas horribles podrían sucederme en una alejada isla con un señor del que poco sabía y que lo que conocía de él era cuanto menos enigmático!. Sus argumentos, ahora me doy cuenta, iban cargados de advertencias sobre posibles peligros que yo desechaba alegando que un miembro de mi propia familia no iba a hacerme ningún daño. Ojalá hubiera escuchado, ojalá hubiera actuado sin seguir el impulso que me llamaba a reunirme con mi tío. Pero bueno, ahora ya es demasiado tarde y solo puedo ceñirme a los hechos.

Acepté sin dudar la oferta del mayordomo quedando en que al día siguiente cogería el primer tren que saliera para Yarmouth y una vez allí tomaría el ferry a Lymington donde me esperaría un coche que me trasladaría a la mansión.

Después de discutir con Elizabeth sobre lo beneficioso que podría resultar este asunto para mi carrera pues, creo que no lo he mencionado antes, pero mi tío era un afamado cirujano ya retirado que había amasado una gran fortuna lo cual significaba que mi tarea, seguramente, era encauzar o dirigir ese dinero en el testamento lo que, si todo salía bien, me consagraría como abogado familiar. Bien, pues después de toda esta retahíla de argumentos convincentes comencé a buscar en mi estudio todos los papeles que podrían serme útiles en Raven’s House, véase dosieres de casos parecidos en los que había trabajado, algún que otro libro de leyes e incluso un testamento que guardaba de unos antiguos clientes. Todo esto lo metía a prisa en mi bolsa de mano ante la atenta mirada de mi prometida. Como no sabía exactamente los días que iba a pasar en la isla metí abundante ropa en un baúl de viaje de mediano tamaño y lo coloqué junto a la entrada pensado e incluso rogando que todas las prendas que había colocado fueran excesivas para el tiempo que durase mi estancia allí.

Llegó la noche y acuciantes nervios me impedían dormir, pensaba en lo rápido que había sucedido todo, en lo aburrido e insulso que se presentaba el día hasta que la llamada del mayordomo hizo girar todo trescientos sesenta grados. Reflexionaba sobre qué sería exactamente lo que mi tío esperaba de mí y por otro lado me sentía extrañamente excitado por lo que al día siguiente descubriría en la mansión, por fin analizaría con mis propios ojos la aparente decadencia de la familia de Ferdinand y confirmaría o desecharía todos los rumores que había escuchado desde que era niño.

Sonó el viejo reloj de cuco del salón indicando las siete de la mañana. De un salto salí de la cama mientras Elizabeth, a mi lado, se desperezaba para preparar el té matutino. Me duché y me afeité con el estómago encogido por la emoción, me bebí el dulce té casi de un sorbo, agarré la cartera con los documentos y cargué con la maleta. Me despedí de mi prometida con un apasionado beso, casi como si fuera el último que nos diéramos en mucho tiempo, y salí por la puerta repitiendo la misma cantinela de que estaría bien, que escribiría todos los días y que trataría de volver lo antes posible. ¡Ay, si llego a saber lo que al final del viaje me esperaba nunca habría cruzado esa puerta!

Me dirigí a la estación de tren donde cogí el expreso de las ocho y allí me ocurrió el primer extraño episodio que daría pie a muchos otros: Estando a punto de pagar mi billete, la taquillera me miró extrañada y me dijo: “¿No tendrá usted intención de coger el ferry en Yarmouth verdad?” A lo que yo respondí que ese era mi principal objetivo y pregunté, airado, el porqué de su curiosidad: “No quiero entrometerme en sus asuntos” me dijo “Pero dicen que en la Isla de Wight pasan cosas raras últimamente”. “Tonterías” repliqué yo “Habladurías sin importancia, usted limítese a darme el billete no vaya a ser que pierda el tren por su culpa”. Hasta yo mismo me sorprendí puesto que una contestación tan brusca no suele ser propia de mí, pero los nervios me atenazaban el estómago y un temor inexplicable comenzaba a embargarme lentamente.

Subí al tren no sin antes echar un último vistazo atrás, como para retener en la memoria  la última imagen de Londres por si nunca volvía a pisarlo.
Caía la tarde cuando el tren paró al final del trayecto. Raudo y con la maleta a cuestas me dirigí al pequeño puerto para coger el primer barco que partiese. Compré el ticket y me subí a la pequeña embarcación de madera.
El viaje era corto, pero el tiempo me engañaba alargando los minutos, riéndose de mí haciendo que el trayecto se me hiciese interminable. Una espesa niebla lo cubría todo, yo dudaba de cómo el capitán del ferry podía ver por dónde íbamos ya que el mar parecía haber desaparecido bajo un manto blanco.
 El Sol ya se había ocultado y por fin, a lo lejos, divisé, no sin cierto pavor, el final del viaje: el puerto de Lymington con su pequeño faro guiándonos entre la niebla como moscas hacía la luz.

El ferry escupió su carga y yo me encontré, cartera en mano, en un camino de tierra frente a un coche del que se bajó el hombre más peculiar que había visto en mucho tiempo: vestía un uniforme pasado de época y llevaba el pelo cano peinado hacia atrás despejando su cara de rasgos afilados y amenazadores. Su rostro surcado de mil arrugas decía muchas cosas acerca de su vejez y sus años pero lo que más me sorprendió fueron sus ojos grises, fríos y duros como el acero, pero aún así extrañamente serviciales.
-Señor Howard, bienvenido a la Isla de Wight, su tío le espera.- No pregunté cómo había sabido que era yo la persona a la que buscaba, tampoco pregunté el porqué de un coche tirado por caballos en vez de las maravillas de vehículos a motor que se vendían desde hacía algún tiempo, simplemente me subí a la parte de atrás del anticuado, aunque lujoso, carro y me encaminé hacia Raven’s House…

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jueves, 23 de mayo de 2013

Un diario en las trincheras. [I]

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[Primera parte.]


Cargar, apuntar, disparar, correr, esconderse, cargar, apuntar, disparar, correr, esconderse, cargar, apuntar, disparar, correr, esconderse… ese era el ciclo eterno al que se encontraban sometidos los soldados, y como banda sonora, para alentarles a continuar la lucha, se escuchaban los cañonazos y el sonido de las bayonetas al clavarse en la carne, todo un deleite para los sentidos de las personas que allí se encontraban. Quizás, viendo esta escena, Rousseau se hubiera pensado más el decir que el ser humano es bueno por naturaleza.
En el campo de batalla trozos de tierra saltaban continuamente, por el impacto de los proyectiles, y el terreno que no estaba cubierto por cuerpos, tanto de aliados como de enemigos, presentaba el color granate de la sangre al mezclarse con la arena y hacer un macabro barro. Pero está bien, esa horrible visión ya era el pan de cada día, se había convertido en algo que los acompañaría de por vida, incluso sin vencían y conseguían volver a casa, sabían a ciencia cierta que todas las noches volverían a estar allí, peleando, con el olor de la pólvora entrando por sus fosas nasales y el peso de sus armas en la mano derecha, pero todo por la patria, por defender los colores de una bandera.

Poco a poco cada soldado se ha ido retirando a su base, parece que hoy no ha conseguido avanzar ninguno de los dos jugadores de este ajedrez gigante, y solo han perdido vidas, quizás cientos de ellas, gastadas inútilmente.


Mark estaba sentado, con la espalda apoyada en una de las paredes de tierra, manchándose el uniforme, pero ese era el menor de sus problemas, con la vista fija en la pared contraria, gastaba sus minutos limpiando con un viejo y sucio pañuelo el arma que siempre le acompañaba. Los sonidos de pasos y los gritos de unos militares a otros no conseguían que el soldado reaccionara, cosa que no parecía importarle mucho a los que caminaban, e iban de un lado a otro, pasando por delante de él, la mayoría cargados con cajas, los últimos restos de municiones, armas y vendas.

Levantó la vista cuando un joven corriendo, con una de esas cajas en las manos, le golpeó en el pie, este no se detuvo a disculparse y simplemente siguió a lo suyo. Mark miró su arma como si lo hiciera por primera vez en mucho tiempo, y al ver que ya estaba limpia, se ató el mugroso pañuelo alrededor de la reciente herida que se había hecho, apenas unos días atrás, algún que otro medico militar ya lo había regañado por hacer eso, pero su respuesta siempre era la misma “Si no tengo mi arma preparada moriré aquí, solo así tengo alguna oportunidad de volver a casa” ¿Pero de verdad quería volver a casa? No, realmente no, no le esperaba nadie allí donde fuese, hacía tiempo que había perdido su familia, y quizás por temor, nunca pensó en formar una nueva, y así estaba ahora él, un soldado que no le importaba a nadie, en mitad de una guerra que le daba igual y sin nada que perder.

— ¡Soldado!— Gritó de repente una voz autoritaria, que hizo que Mark levantara la vista alarmado después de haberse atado la venda.

Su mirada se relajó al darse cuenta de quién era— Misha— Se quejó— ¿Qué quieres?

— No puedes pasarte aquí toda la noche… otra vez— Cruzó los brazos sobre el pecho, en esos momentos no llevaba el arma— Ven a beber, antes de que se acabe lo que queda.

— ¿Y qué celebramos?

— Que llueve, que no llueve, que hace sol, que está nublado, que ganamos, que perdimos… Elije— respondió con una sonrisa, que Mark no sabría definir si era macabra o sarcástica.

— Prefiero quedarme aquí con Brigitte— Fue lo único que dijo dando por terminada la conversación.

— ¿Brigitte?— Cuestionó extrañado— ¡Oh! Ya, tu dichosa arma— Suspiró exasperado— Si trataras a una mujer de la misma forma en que tratas a tu bayoneta no tendrías problemas en conseguirla— El silencio se hizo entre ellos y cuando Misha vio que no iba a responderle, se dio la vuelta, marchándose por donde había venido con un fuerte resoplido.

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jueves, 16 de mayo de 2013

¿Un discurso para una vida?

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Quizás debamos observar a nuestros amigos y ver cómo han evolucionado, o más importante, como hemos crecido con ellos, gracias a ellos.

Aceptar que el tiempo pasa, que no somos imperecederos, que la vida no se va a repetir, que es única.

Contemplar nuestros fallos y nuestros aciertos, nuestras aventuras y desventuras, nuestros momentos de mala o buena suerte.

Es el momento de aceptar las despedidas que al fin y al cabo son algo necesario para que haya un nuevo comienzo, ni mejor ni peor, solo diferente.

Es el momento de hacer planes nuevos, de destrozar los antiguos.

Es el momento de romper moldes y de abrirnos a nuevos encuentros que rompan los nuestros.

Creo que es el momento de dejar de preguntarnos el porqué de las cosas y empezar a preguntarnos ¿Por qué no?

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domingo, 5 de mayo de 2013

Bono Morti Sociedad Anónima.

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El edificio aparentaba normalidad. Era la clase de edificio aburrido con oficinas aburridas dentro y trabajadores muy muy aburridos que tomaban café o entraban en facebook sin que el jefe les pillara. La fachada era insulsamente blanca, con grandes ventanas que, por un extraño efecto óptico, no dejaban ver nada de lo que ocurría en el interior. Un gigantesco letrero de metal ligero rezaba en letras rojas: “La solución está aquí. No busque más, Bono Morti S.A es la respuesta.”

Un hombre ataviado con un elegante traje y portando un maletín negro en la mano se detuvo y leyó el cartel.

-Bien, parece que es aquí.- Dijo soltando un suspiro típico de la persona que tiene algo que hacer y que no le agrada en absoluto.

Se acercó decidido a la puerta de entrada y la abrió. Dentro se podía haber celebrado perfectamente un funeral o cualquier acto que requiriese ambiente de luto pues el silencio imperaba sobre todas las cosas. No era un silencio amargo, ni uno de esos silencios incómodos que se generan entre dos personas que hablan y fingen al mismo tiempo, sino más bien un silencio vacío, un silencio propio sin el cual te sentirías extraño o incluso incompleto. El hombre lo notó y un escalofrío recorrió su espalda. Sus ojos se posaron lentamente sobre lo que parecía una salita de espera bastante poco trabajada: apenas cuatro sillas, una mesa comprada por piezas y montada lo más torpemente posible y una planta seca y marchita. Luego desvió la mirada hacia el otro lado y descubrió dos figuras, un hombre y una mujer, que hablaban en susurros detrás de un mostrador.

-Mira, un cliente.- Decía el de género masculino a su compañera en tono emocionado.
-Ya, y este déjamelo a mí ¿eh?.- Contestaba ella.
El hombre trajeado se acercó y dijo:
-Hola, buenos días. Vengo a…
-¡Hola, hola!- Dijo la mujer antes de que el otro acabara de presentarse. Y casi saltando por encima del mostrador se plantó frente al sorprendido hombre. -¿Qué tal todo? Bueno, que pregunta más absurda ¿no? Jajajaja. En fin, yo soy Evelyn y este de aquí Thomas. Nos alegramos de que haya usted venido aquí. Vamos a ayudarle en todo lo que podamos, usted no tiene que preocuparse por nada…
-No, si yo solo venía a por…
-¡Si, si! Lo sabemos, por eso estamos aquí. Ha hecho lo correcto, contratar nuestros servicios es lo más sensato. Bien, y ¿Qué tipo de suicidio podemos ofrecerle?.
-¿¡Cómo suicidio!? ¡Pero oiga…
-Bueno, bueno. Nosotros preferimos llamarlo Solución Definitiva, ya sabe, más poético ¿no? Jajajaja. Somos una empresa líder en este sector, quizá se deba a la poca competencia que tenemos, no sé, quizá…

Evelyn hablaba enérgicamente, casi sin dejar espacio entre las palabras. Había encontrado un cliente y estaba dispuesta a hacer lo que fuera para que no se marchara como los cincuenta últimos. Tal vez les asustó el precio… bueno, pero desde entonces ya los habían bajado.

-Oiga señora…
-Llámeme Evelyn.
-Bueno, Evelyn, yo no sé qué es esto de la Solución Definitiva ni quiero tener que ver en absolutamente nada, yo solo he venido a…
-Pero vamos a ver ¿No siente la necesidad de quitarse la vida? Seguro que hay algún problema que le atormenta enormemente y por eso estamos nosotros aquí.- Una sonrisa complaciente iluminaba su cara.
-No la verdad es que no. Mi vida es bastante buena…
-¿Nada? ¿Su mujer no le engaña? ¿Su trabajo no es absolutamente nefasto? ¿Ni siquiera su perro se hace pis en la alfombra y no puede hacer nada para evitarlo?
-No, no tengo perro…
-Bueno, la primera fase es la negación…
-Pero yo solo he venido, como llevo rato intentando decirle, a…
-A acabar con sus problemas claramente, le hemos visto leyendo el cartel de fuera.
-¿Ah si?- Es lo único que alcanzó a preguntar, su mente era un mar de dudas, todo estaba sucediendo demasiado rápido y él nunca había sido una persona avispada con lo que le costaba reaccionar ante situaciones de este tipo.
-¿Bonito eh? Aún así no atrae a mucha gente, creo que debería ser más grande. ¡Thomas!- El interpelado sacó la cabeza de detrás del mostrador rápidamente, asustado. –El cartel tiene que ser más grande, te lo he dicho mil veces.
-¿Eh? Si, si, no te preocupes mañana lo amplío.- Y volvió a sumergir la cabeza tras la barra.
-Bueno, bueno. ¿Y cuál es su nombre señor?.
-Mmmm, Henry, me llamo Henry.
-¡Oh, que nombre más bonito! ¡Quedara perfecto en la lápida, ya verá!
-¡¿Cómo en la lápida?!
-Claro, claro. Aquí nos gusta rematar el trabajo, es nuestro sello de identidad. Tenemos una funeraria asociada.
-Oh, que previsores.
-¿Verdad qué si? Bueno, vayamos a lo que nos importa. Contamos con numerosos tipos de suicidio: suicidio Clásico, Artístico, Feliz, Dramático… Aquí le dejo unos folletos, vaya a la sala de espera y écheles un vistazo.
-Pero yo…
-Ya, ya. Usted mírelos, ya verá cómo cambia de opinión en seguida. Mientras tanto aquí le esperaremos.- Y la sonrisa nunca se iba de su rostro, estaba realmente feliz.

Henry se sentó en una de las sillas, y pensó. Al cabo de un rato volvió al mostrador con los ojos rojos y la nariz hinchada.

-¡Mi vida es una mierda!- Se desplomó sobre el cristal y comenzó a llorar a lágrima viva. -¡No tengo nada! ¡Odio mi trabajo, no tengo mujer y dudo que alguien alguna vez quiera casarse conmigo, si casi ni tengo amigos!- Las lágrimas se derramaban empapándolo todo.
-Bueno, por eso estamos nosotros aquí, ¿Ha decidido ya señor Henry?
-¡Si, los quiero todos, quiero morirme!
-Bien, el completo entonces. Serán novecientos euros. ¿Cómo piensa abonarlos?
-¡Tome!- Y tiró la cartera contra el mostrador- ¡El número de la tarjeta es uno, dos, dos, uno! ¡Qué vida más triste!
-Perfecto, si es tan amable de acompañarme…

Evelyn guió a Henry hasta una puerta tras la cual se escuchaban ruidos estridentes, como de cuchillas girando a gran velocidad o taladros puestos a máxima potencia. Henry dudó un momento de si realmente no sería una empresa de albañilería encubierta… Qué tontería, ¿Para qué iba a querer un albañil esconderse?. Pensado esto cruzó la puerta y no volvió a salir de allí jamás. Evelyn retornó a su puesto de recepcionista junto a Thomas.

-Buena caja hemos hecho hoy ¿eh?.- Dijo Thomas tecleando en el datáfono el número secreto de la tarjeta.
-Por cierto, ¿Sabes quién era ese? Porque a mí me sonaba un montón…
-¡Claro! Era el cobrador del banco, debemos seis meses de agua y de luz.
-¡Ah!
Y otra vez el silencio lo envolvió todo, así hasta que entrase algún otro cliente.

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miércoles, 1 de mayo de 2013

Tótem.

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Noche negra sobre un campo verde. Árboles que hacen guardia impertérritos en la oscuridad. Animales que guardan sus vidas en madrigueras o cuevas esperando la llegada del nuevo día. La luz de la Luna, plateada, pura, limpia, se derrite por todo el extenso bosque que duerme. Todo es paz y tranquilidad, pero no solo animales y plantas viven en él, los humanos comparten el mismo espacio que estas criaturas en absoluta armonía. Hombres y mujeres que viven en un poblado de apenas cuatro chozas de paja y adobe, vistiendo con prendas confeccionadas a mano con cáñamo, lino o algodón, con una jerarquía política muy diferente de la nuestra, simple y sencilla en apariencia pero con el trasfondo de la tradición avalándola.

El fuego se alza en medio del poblado, lamiendo con sus llamas la madera que sirve de combustible y arrojando una luz rojiza que compite con la argentada de la Luna. Los indígenas se reúnen en torno a esta hoguera formando un círculo, y es Tayel, el jefe de la tribu, el que habla.

-Hoy la noche es más oscura, sombras temibles de nuevos Dioses nos acechan. Más unidos que nunca hoy debemos estar. El Chamán ha visto cosas en las entrañas de los animales y lo que ha visto bueno no parece. Hermano Surem, que tu voz se oiga ahora y que todos sepamos a lo que nos debemos enfrentar.

 Al lado de Tayel se encuentra un anciano enjuto y demacrado, con el rostro surcado por mil arrugas y rasgos afilados, con la nariz atravesada por una fina caña de bambú.

-¡Hermanos todos somos!- Su voz, azuzada por miles de espíritus antepasados, inunda el poblado y se extiende por todo el bosque.- Hoy Maman Brigitte, nuestra gran diosa del ciclo vital, me ha enviado visiones que esclarecer no puedo. En las entrañas de los pájaros vi la muerte de nuestra pequeña civilización. –Al decir esto miles de murmullos se extienden entre los habitantes de la tribu, pero Surem los hace callar a todos con un simple gesto de la mano. –Hombres vendrán y nos destruirán, altos y con extrañas ropas cubriéndolos. Con artilugios misteriosos en sus manos capaces de causar la muerte de varios de nosotros. –Esta vez no hay ningún murmullo. Un niño de cabello negro como el carbón da un paso al frente y mirando desde su pequeña altura directamente a los ojos del gran chamán dice:
-Poderoso Surem ¿Nuestros Dioses abandonarnos han decidido?.
-Pequeño Tsijiari, nuestros Dioses son y dejarán de ser, pues el mundo de fuera avanza.  Nosotros nos reuniremos con ellos allá en el Otro Mundo. Allí impacientes nos esperan.

EL niño baja la mirada y comprendiendo al fin el destino que le espera a él y a toda su familia vuelve con los demás, resignado.

-Hermanos, no debéis sentir temor. –Prosigue el chamán- Vivimos aquí desde hace muchas Lunas. Nuestros antepasados duermen en cada árbol y cada piedra y aquí seguirán cuándo nosotros nos marchemos. El mundo de afuera peligroso es y ahora viene a matarnos, pero gracias a eso ese mundo nos conocerá y así nuestra tradición jamás olvidada será.
-¿Y qué dioses tan poderosos son los que acabarán con los nuestros?- Tayel habla preocupado, desea saber, conocer, vislumbrar la respuesta, el porqué de todo lo que viene.
-Por raro que ahora os parezca, no son dioses, sino dios. Desconozco cuál es su verdadero nombre, solo sé que así lo llaman simplemente las personas que en él creen: Dios. Y este es su símbolo. –Se agacha con dificultad oyendo como los huesos de su estropeada espalda crujen por el esfuerzo. Coge dos largos palos y los superpone formando una cruz, la alza para que todos la contemplen. Ante la visión del símbolo maldito los indígenas se tapan los ojos horrorizados.
-¡¿Cómo un simple dios sin nombre es capaz de derrotar a los padres de la tierra, a los que crearnos decidieron?!- El jefe de la tribu grita furioso al pacífico anciano.
-Tayel, más poderoso ahora Él es pues los hombres extranjeros le dan valor. Desea alzarse contra todos los dioses y dominar. Mas así ha de ser, pues somos muy pequeños y el mundo muy grande. Ahora hermanos, despidámonos de la tierra.

Y juntos comienzan un canto qué inunda la selva. Los animales escuchan expectantes pues están unidos con la tribu. La lluvia comienza a caer mojando el suelo habitado por miles de espíritus. La lluvia les trae algo más que humedad, pues las gotas, al mojar sus cuerpos, les hacen caer en un sueño profundo del que jamás regresarán.

Así son las guerras de los Dioses: para que el mundo avance Ellos deben pelear en épicas batallas. Unos caen y con ellos muere una civilización, pero así otra nueva se impone y el mundo se renueva. ¿Qué Dios o Dioses surgirán en el futuro? Nuestro único Dios redentor también se verá derrotado en algún momento, y será entonces cuando hombres nuevos, armados con la palabra de otras Deidades, gobernarán la tierra relegando nuestras creencias a simples mitos y leyendas ficticias. Y nadie puede impedirlo, pues así es como el mundo ha sobrevivido durante millones de años y de la única manera que puede seguir haciéndolo.

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