-->
 

lunes, 21 de octubre de 2013

La virtud de las palabras.

1 comentarios
Tengo los ojos abiertos y aun así parece que todavía mantengo mis párpados cerrados. Lo único que me rodea es oscuridad, una negrura densa que repta por todas partes inundándolo todo. De vez en cuando me llega algún pitido lejano, intermitente, descarriado, indicándome que todavía, y muy a mi pesar, estoy anclado a la vida de allá arriba. Aquí se está bien pese a la falta de luz, no hay dolor, ni sufrimiento, ni tristeza, ni alegría, ni nada. Reina el silencio, el silencio del sepulcro al que me encamino, el silencio de la muerte que avanza inexorablemente hacia mí. Mi mente se ha parado y los pensamientos ya no fluyen con claridad, los recuerdos se desvanecen lentamente mientras en algún lugar, muy lejano ya, mi cuerpo descansa sobre una cama de hospital atendido continuamente por médicos que no encuentran una solución a mi estado y que observan como, poco a poco, me voy desvaneciendo. Antes, cuando todo este proceso de decrepitud comenzó, me aferraba fuertemente a la vida, luchando cada día por despertar y viendo mis intentos frustrados una y otra vez, escuchando, con más claridad que ahora, todos esos ruidos mecánicos que no hacían sino darme fuerzas para seguir intentándolo. Pero llegó un momento en que eso no era suficiente, me cansé, sí, simplemente me cansé de pelear. Aceptar mi destino y resignarme me pareció la opción más acertada y poco a poco fui notando como me alejaba de la existencia terrenal para hundirme cada vez más en la oscuridad. Ahora simplemente espero cruzado de brazos, metafísicamente hablando por supuesto, flotando en esta espesura, aguardando la llegada de aquel mítico esqueleto con guadaña que me cruce al otro lado de la laguna Estigia.

Y aquí me encuentro, sin nada que hacer, sin nada que ver, sin nada que sentir. Los pitidos se van apagando, cada vez suenan menos. Las voces de los médicos se ahogan lacónicamente y yo mismo voy perdiendo consistencia. Me siento arrastrado por una fuerza invisible hacia algún lugar, succionado sin remedio como un vulgar trapo sucio ¿Será esto lo que llevo esperando tanto tiempo? ¿Ha llegado mi hora por fin? Las tinieblas que me rodean van cogiendo forma y me sorprendo al comprobar que reconozco esas figuras aunque hace mucho tiempo que no las veo: un árbol, un banco desconchado y sin pintar, hojas secas en un suelo de tierra… Y de pronto lo oigo: “Sé fuerte”. La voz suena clara, limpia, sin interferencias. Suena milagrosa para mis oídos. “Recuerda el día en que nos conocimos”.  Me resulta familiar el tono, la cadencia hasta las pausas. “No puedes dejar que esto te supere”. ‘¡Anne! ¡Oh Dios mío es Anne! ¡Es ella sin duda! Y rápidamente, como movido por un remolino de aguas turbulentas, aparezco sentado en ese banco de aspecto desvencijado observando el sinuoso camino que se adentra en los árboles. Y precisamente por ese camino aparece, como tantos años atrás, una silueta de mujer que camina tranquilamente justo hacia donde yo estoy. “Te quiero”. Y las palabras, que resuenan por todo el onírico paisaje, me levantan de mi asiento. “No puedo perderte”. Doy un paso hacia aquella chica de veinte años. “Por favor, sé fuerte”. Miro su rostro, la reconozco, reconozco el momento. Ahora ella me hablará, me preguntará que si vengo habitualmente a pasear aquí. “Crhistian, por favor”. De pronto comienza a llover, esto no lo recuerdo. Las gotas de lluvia caen sobre mi cuerpo como lágrimas…como lágrimas…


Y ella desaparece, el recuerdo cambia y un muro se materializa justo enfrente de mí. Es de ladrillo visto y en él hay una ventana de madera cerrada a cal y canto. Me quedo parado, sin saber qué hacer, la lluvia mojándome el pelo, recorriendo mi rostro…inmediatamente tomo conciencia de que tengo que avanzar. Doy un paso y el figurado Sol parece perder intensidad. Otro paso más y los colores se van perdiendo. Agarro el tirador de una de las batientes y todo se vuelve negro otra vez. Tiro de él y cuando la ventana se abre una intensa luz lo inunda todo. Un fogonazo de energía me impacta y siento un dolor intenso que mengua rápidamente. Oigo pasos nerviosos, voces dormidas que despiertan en mi cabeza. Los pitidos chillan en mi oído y cuando abro los ojos me encuentro ante  caras sorprendidas que me miran fijamente. Y a mi lado, llorando junto a mi hombro, la mujer cuyas palabras me han despertado.

Licencia de Creative Commons

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Entre la Parca y la pared- Taller de escritura- Be Literature #1

3comentarios
Inspiraciones:


Entre la Parca y la pared

Siempre entre la vida y la muerte, siempre entre el cielo y el infierno, siempre mostrando el camino. Soy la que acabo con las luchas por la supervivencia, la que se lleva tanto a los que han perdido la batalla como a los que querían ganarla, porque la victoria no les pertenece a ellos. Soy el árbitro que decide cuándo ha terminado el partido y cuándo hay prórroga. Soy la única que imparte verdadera justicia. Y aún así, estoy en la más absoluta oscuridad.

Un nuevo nombre apareció en la lista. Sé que en el momento en que me acerqué a ti me viste, supiste que estaba ahí. A tus familiares les recorrió un escalofrío, un mal augurio. Observé como apretaron más fuerte tu mano, como contemplaron tu rostro, como acariciaron tus cabellos brillantes y yo les prometí que te mostraría el camino, no es ningún consuelo, lo sé, pero es lo único que puedo ofrecer.

Solo fue un momento, pero cuando me tendiste la mano de forma resignada, un pitido constante sonó en la habitación. Y yo no me quedé allí, ya había contemplado esa situación miles de veces, solo tus ojos miraron atrás, como muchos habían hecho antes. Supongo que lo siento, como tantas otras veces que he hecho esto, pero es mi deber.

Las puertas del cielo se abrieron ante tu llegada, tenías suerte, el Paraíso te esperaba. Te animé a caminar hacia delante, asintiendo con la cabeza, y con una sonrisa en mis descarnados labios, lo que quizás compondría una mueca macabra, pero por suerte, la capucha no te permitía ver nada de mí.

Un brillante ángel se presentó, su mano tendida gentilmente hacia ti. Aceptaste gustosa la invitación. Antes de que las puertas se cerraran, el alado me dirigió una mirada de advertencia, como todas las otras veces, me recordaba que no podía dar un paso más, que no tenía permitido entrar. No hasta que todo mi trabajo estuviera hecho.
Me di la vuelta, alejando mi vista de la promesa que no sabía si algún día sería capaz de alcanzar, y extendí la mano por entre la capa negra para materializar un viejo pergamino, dos nombres más se habían inscrito en él.

Me marché de allí, mientras volvía a esconder las esqueléticas manos dentro de la túnica. Tenía trabajo que hacer.

lunes, 26 de agosto de 2013

Cuando llegue el momento.

2comentarios
Habrá un momento en el que me abrazaré a la foto en la que aparecen mis mejores amigos, un momento en el que solo mirando la imagen recuerde cada segundo, cada risa, cada palabra dicha en voz alta, incluso los pensamientos que brillaban en sus ojos. Habrá un momento en el que pasaré la yema de mi dedo por el frío cristal, y aún así, sentiré el calor en mi interior. Habrá un momento en el que con cuidado abriré la carcasa del marco, dejando que mis dedos se encuentren directamente con nuestros rostros sonrientes. Y sé, que en ese momento, voces se colarán en mi cabeza:
— ¡Eh! ¿Quién te crees que eres? Deja de acaparar la cámara
— ¡Enana! Para de comer, estamos haciendo la foto
— ¡Esperadme!
— Esta noche podremos ver las estrellas
— ¡Bah! Si quisiera ver las estrellas me miraría en el espejo
— ¡Sonreír! El temporizador ya está puesto
— ¿Y qué gracia tiene acampar si no te gusta el campo?
— Vosotros me habéis traído a este nido de bichos
— ¡Decid patata!
— Nunca he entendido porqué patata, siempre terminas con cara de idiota
— Podemos decir cheese
— Y a ti te pareció buena idea
— Porque todos dijisteis que sí. Asco de presión de grupo
— ¡No! De cheese nada, aquí patata
— ¡Oh! ¡Venga! No puedes salir comiéndote un bollo. Esta foto pasará a la posteridad.
— Mucho mejor, así nunca se me olvidará de qué marca y tipo son mis favoritos.
— ¡Parad y sonreír o mañana os levantaré con cazos de agua!

Un grito, una petición, un comentario, una respuesta sarcástica, otra irónica, una risa… Una foto juntos, un pasado en común. Un futuro condicionado por la persona que eres, y que tus amigos te ayudaron a formar. Un “¡Eh! ¿Qué tal estás?” cuando vayamos por la carretera, y un “No me puedo creer que ya hayamos llegado” cuando se acerque el final del viaje. Una despedida de amigos que uno a uno se van marchado. Una sonrisa que permanece imperecedera en cada mente.
La lágrima que de felicidad resbala por mi mejilla, el pitido repetitivo de la máquina que mantiene una vida, la mente cargada de recuerdos como si hubiera vivido más de una vez, la paz, resignación y aceptación, presentes en cada rincón de la habitación.

Y entonces una risa, una palabra amable, unos rostros jóvenes. Y una promesa, la última promesa, es en aquel momento cumplida “Cuando te canses de vivir vendremos a recogerte”

En mis labios se formó una sonrisa, la sonrisa de haber sido tocado por ángeles.

Licencia de Creative Commons

miércoles, 21 de agosto de 2013

Música para las bestias.

4comentarios

"Όταν θέλουμε κάτι που δεν σταματούν να καταστρέψει."

(Cuando queremos algo no paramos hasta destruirlo.)


Sola. Sola en este triste lugar, donde la luz del Sol no llega, donde mis únicos compañeros son monstruos y bestias y donde mi marido me tiene confinada. Así pasarán mis días, junto a un hombre que me ama por capricho, pero al que he llegado a coger cierto cariño. Es verdad que Hades se preocupa por agasajarme como a la reina que ve en mí, pero no se da cuenta de que mi lugar no está en el inframundo, que yo pertenezco a la tierra y a la vida, como mi madre, y que aquí solo hay muerte y almas perdidas. Pero aun así me resigno, porque ¿qué otra cosa puedo hacer? Ahora reino en el infierno, junto a él y eso es algo por lo que tengo que estar agradecida, ¿no?

Hades puede parecer un dios frío, un ser oscuro y terrible cuyos dominios son tan hostiles como él mismo. Pero si algo he podido observar en los largos años que llevo junto a él es que hasta el dios de los muertos está vivo, siente tanto, o incluso más, que el propio Apolo. Aunque no lo parezca su corazón late. He tardado mucho en darme cuenta de esto, quizá porque al principio solo sentía odio hacía él por haberme separado de mi madre, del mundo exterior y de todo lo que quería. Fue entonces cuando amé a otros hombres, cuando los deseaba por pura lascivia y sed de venganza, cuando luché por Adonis y humillé a Afrodita y sobre todo cuando conocí a Orfeo.

 ¡Oh Orfeo! Aun hoy, en el frío lecho junto a mi esposo, me acuerdo de ti. Recuerdo tu tez blanquecina como de mármol, tus fuertes brazos, tu torso ancho y fornido, tus ojos azules como el mar de Posidón…pero sobre todo, lo que todavía me hace suspirar, es el recuerdo de esa música que me cautivó y que me hizo amarte. Las notas profundas que sacabas de esa lira que era como una extensión de tu propio cuerpo, inundando los salones de este palacio siempre vacío, siempre frío.

Recuerdo que cuando te presentaste ante nosotros nos dejaste sorprendidos porque habías conseguido dormir a nuestro can Cerbero, algo que nadie había logrado antes. En cuanto te vi, en medio de la sala del trono tan pequeño e indefenso mirando, nervioso, hacía donde nos sentábamos Hades y yo, me vino el olor de la tierra y el rumor del agua. ¡Venías del exterior! De aquél lugar que había dejado atrás y que añoraba profundamente. No pude hacer otra cosa que fijarme de una manera especial en ti, dando paso a los primeros síntomas del amor.

Era obvio que algo querías, por algún motivo habías cruzado junto a Caronte la laguna Estigia y te habías presentado ante nosotros corriendo tantos peligros. Yo creía que mi esposo iba a echarte de allí ofendido por la presencia de un mortal en su reino, pero Hades, tan sorprendido como yo, te instó a hablar; algo que ahora hubiera preferido que nunca ocurriera. Entonces nos contaste tu historia. Venías a buscar a tu amada Eurídice que había muerto por la picadura de una serpiente. Nos rogaste que te la devolviéramos, que no sabías vivir sin ella. Tu rostro, compungido y sincero, nos ablandó el corazón, aún así no cedimos. Hades no pensaba incumplir sus propias normas y devolver un alma a la vida y yo… yo odiaba a Eurídice. Si, en cuanto la nombraste y le diste la categoría de tu amada unos celos infundados y absurdos me invadieron. ¿Qué tenía Eurídice que no tuviera yo? ¡Yo, Perséfone, hija de Démeter! Yo debía ser tu amada, no ella. Y por un momento me alegré de que hubiera muerto.

Pensamientos crueles, ahora me doy cuenta. Pero ¿qué esperabas? Estaba recluida en el infierno, secuestrada por el hombre que me amaba y al que yo, en ese momento, odiaba. Verte fue un soplo de aire fresco que inundó mis pulmones llenos de ceniza. Además eras la venganza perfecta, tú que rechazabas a todas las ninfas que se enamoraban de ti. Imagínate que cara hubiera puesto Hades si le hubiésemos confesado nuestro amor furtivo. Habría pagado por verla… ¡Pero tenía que entrometerse esa a la que decías que amabas! Todas mis cábalas destruidas en cuanto pronunciaste su nombre.

Por eso nos mostramos tan duros contigo, por eso te ordenamos que salieses cuanto antes de allí si no querías quedarte para siempre. Te llamamos cobarde por ir a buscar a tu esposa estando vivo y no haberte atrevido a morir por ella, como hizo Alcestis que cambió el destino de su amado Admeto muriendo en su lugar. Pero tú aguantaste todos estos envites e hiciste algo sorprendente, algo que nos dejó callados sin opción a réplica. Te sentaste en el vasto suelo de mármol negro y comenzaste a tocar tu lira. Era evidente que no pensabas moverte de allí  hasta que accediéramos a devolverte a Eurídice y mientras, la dulce música lo envolvía todo. De pronto la luz solar pareció penetrar en el palacio, cosa imposible ya que estábamos a muchos metros bajo tierra. Un viento suave y fresco, cargado con el perfume de las flores que mi madre hacía florecer en primavera, se coló por todos los resquicios. La melodía era embriagadora, nos llenaba por dentro limpiando nuestras almas inmortales y entonces entendimos porqué Jasón te necesitó en su expedición para acallar el canto de las sirenas. Entendimos porqué las ninfas te adoraban y porqué Apolo te envidiaba. Todo brillaba y refulgía y entonces, cuando ya no podíamos contener las lágrimas, dejaste de tocar. La magia se rompió y la oscuridad retornó a su lugar.

Hades se levantó y se acercó a ti, a su lado parecías un joven cervatillo muerto de miedo, y te dijo que podías recuperar a tu amada.  Tus rasgos compusieron una mueca de increíble felicidad y fue en ese momento cuando mi ira estaba en su punto más álgido. No podía permitir, después de lo que había escuchado, dejar que Eurídice volviera contigo como si tal cosa, aunque no pudiera revocar la decisión de mi esposo. Recuerdo, con mucho pesar, que alcé la voz y te maldije poniéndote una condición cruel e inhumana para volver con tu amada. Te dije que ella volvería contigo, pero que en el trayecto de regreso al mundo de los mortales iríais uno detrás del otro y tú siempre delante. Si en algún momento volvías la cabeza para mirarla, aunque solo fuera un segundo, Eurídice desaparecería y no la volverías a ver.
Nunca me he arrepentido tanto de mi crueldad, todavía hoy no comprendo por qué lo hice si te amaba.

Te vimos partir, delante, siempre delante, sin girarte ni una vez. Eurídice iba detrás, pero tu curiosidad, o tú preocupación por saber si ella realmente estaba ahí y se encontraba bien, hicieron que te dieras la vuelta cuando ya casi lo habíais logrado. Como predije tu amada desapareció y retornó al mundo de los muertos y tú te quedaste destrozado, tanto esfuerzo para nada. Tanto sudor derramado en vano, tantas lágrimas… Y entonces, esta vez sí, decidiste volver con nosotros como lo hacen todas las almas, muriendo.


Lo siento Orfeo, no sé si algún día podrás perdonarme, pero es necesario que sepas que ahora, cuando me asomo a la ventana y os veo a Eurídice y a ti flotando en el Elíseo, solo pienso en que por fin seréis felices eternamente.

Licencia de Creative Commons

jueves, 15 de agosto de 2013

La bala y la conciencia.

1 comentarios
El disparo sonó certero. La bala recorrió la pequeña distancia que separaba a los dos hombres y penetró en el cuerpo de uno de ellos, perforando la carne, abriéndose paso desgarrando músculos y tendones hasta que salió por el lado contrario, no sin antes romper algunas vértebras. En ese momento el mundo quedó en silencio. El cuerpo inerte cayó sobre el suelo de tierra y la sangre comenzó a mancharlo todo de rojo, formando un gran charco bajo el cadáver.
La silueta que sujetaba el arma con una mano miraba impasible la mortal escena. Sus ojos del color del acero mostraban un brillo especial, como de alegría ante una victoria. Se apartó rápido del cuerpo antes de que la sangre, que avanzaba rápido, le manchase sus zapatos nuevos. Se dio la vuelta y se alejó silbando siniestramente una vieja canción de Cat Stevens.

DOS HORAS ANTES…

El aire nocturno era frío y húmedo, las farolas arrojaban una quirúrgica luz blanquecina que se difuminaba entre la espesa niebla de Londres. El Asesino respiraba relajadamente mientras su cabeza maquinaba. Vestía unos pantalones tan ajustados que casi intentaban fusionarse con su piel y una camisa de seda blanca, todo esto debajo de una gabardina marrón anudada con un cinturón de hebilla prominente. Sobre la cabeza un sombrero de ala ancha ocultaba un pelo tan negro como el ala de un cuervo. El Asesino andaba de manera tan imperceptible y sutil que parecía que la gran avenida, desierta a esas horas de la noche, avanzaba hacia él ahorrándole el esfuerzo de mover las piernas. Tenía mucho que agradecer a esa forma de caminar, pues gracias a sus pasos muchas personas no habían sentido la presencia de la muerte hasta que la tenían encima. El recuerdo de algunos de sus asesinatos le hizo sonreír pues cada uno era mejor que el anterior. Se superaba día a día, ideando nuevas formas de matar, jugando con las vidas humanas como si de un dios se tratase. Realmente así se sentía, como un auténtico dios capaz de decidir quién vivía y quién moría. Recordaba especialmente, y con cierto cariño morboso, uno de sus trabajos más limpios. El objetivo era acabar con una joven universitaria de veinte años que había contraído una importante deuda con la gente que le facilitaba la marihuana que tanto le gustaba fumar. Si todo salía bien sería su víctima más joven, un nuevo logro en su carrera. Fue a su casa a medianoche, cuando todo el vecindario dormía. Entró por una ventana del primer piso que estaba abierta y se encontró en un salón enorme lujosamente decorado. Una música inundaba el ambiente, ahora no era capaz de acordarse de quién cantaba, aunque estaba seguro que era un hombre. La joven estaba de espaldas a él, sentada frente a una mesa, cenando sola. Que fácil había sido, desenfundó su pistola y disparó. La cabeza de la chica cayó cómicamente sobre el plato de comida, pero lo más gracioso fue descubrir que había alguien más en la casa, seguramente su padre o un hermano, algún varón por los pasos agigantados que dio cuando oyó el tiro. ¡Pero no pudo hacer nada! Cuando llegó al salón él ya se había ido y el trabajo estaba hecho. La adrenalina del recuerdo le inundó por dentro y le hizo darse cuenta de lo bueno que era.

¡Pero hoy no podía ocupar su mente con evocaciones absurdas del pasado! Tenía que estar despejado pues estaba a punto de cometer el crimen de su vida. Por la mañana, cuando el reloj marcaba las doce, había recibido una llamada de alguien que quería encargarle un trabajo. Un hecho común y cotidiano para él hasta que la persona que estaba al otro lado de la línea le había dicho a quién debía aniquilar. Le pagarían una enorme suma de dinero si acababa con Charles Easton, dueño de una importante multinacional inglesa con fuerte influencia en el parlamento. Al parecer el querido Charles, muy apreciado por la prensa y las autoridades por su conocida labor humanitaria, había engañado y estafado a sus propios trabajadores que ahora pedían venganza ya que en los tribunales no la habían obtenido, quizá por tratarse el demandado de quien se trataba. Realmente esto le resultaba del todo indiferente, lo que más ansiaba era quitarle la vida a un pez gordo, pues esos mueren de una manera distinta a la de las demás personas.
El asesinato tendría lugar a las cuatro y media de la madrugada exactamente, en el Hyde Park and Kensington Gardens dónde se esperaba que el magnate acudiría, como tantos otros días, sin escolta alguna. El pago por el trabajo realizado se efectuaría después como era costumbre.

La niebla seguía anclada a la tierra cuando el Asesino divisó la entrada del parque, trepó por la valla cerrada y cayó al otro lado. Al levantarse se sacudió el polvo de la gabardina, se limpió los zapatos y se encaminó hacía Speaker’s Corner donde ya debería estar el tal Charles.
Cuando llegó por un camino cubierto de maleza le sorprendió no ver a nadie y más le sorprendió la voz que escuchó justo detrás de él.
-Hola. No existe ningún grupo de ex-trabajadores del señor Charles Easton. Tampoco es cierto que necesitara de tus servicios. Yo te llamé y me lo inventé todo. Tenerte aquí delante, de nuevo, es algo perturbador no te voy a engañar.-La figura hablaba enérgicamente, y al Asesino le costó comprender que estaba pasando hasta que su vista se desvió hacia la mano del sujeto que amarraba firmemente una pistola.- Tú mataste a mi hija conmigo delante. Rose, mi pequeña Rose. No tuviste ni la decencia de dejar que el disco del gramófono acabase de escupir las últimas notas de esa canción de Cat Stevens que ella siempre escuchaba. Pero en fin, no pasa nada, he venido a vengarla, así que hasta luego.

Todo sucedió muy rápido, sin que el Asesino tuviera opción a reaccionar. El disparo sonó certero y todo se volvió oscuro para el hombre que tantas vidas había quitado…

Licencia de Creative Commons

martes, 13 de agosto de 2013

She.

1 comentarios
Abrir los ojos y descubrir que algo ha cambiado. Despertarte una mañana y darte cuenta de que tu vida ya no va a ser la misma. Acercarte al espejo como cada día y observar que si, te han salido tetas. Efectivamente, unas nuevas protuberancias se instalan en tu pecho y te preguntas que talla de sujetador usarás. Pero eso no es lo único que ha cambiado, notas que falta algo, te sientes vacío y echas de menos alguna cosa, aunque no sabes qué exactamente. Y de pronto la evidencia salta ante ti y te hace caer de espaldas contra la cama, deslizas tu mano hasta la entrepierna y…efectivamente, ahí no hay nada. Lo que antes colgaba y te hacía presumir ante tus amigos ahora se ha retraído misteriosamente y te hace sentir extraño, porque lo de los pechos está bien, pero esto ya…

 ¿Y ahora qué? Te preguntas. Te levantas a duras penas de la cama y vuelves al espejo. La verdad es que estás cañón: el pelo negro canoso que empezaba a escasear se ha transformado en una melena roja que se desborda en bucles mareantes por tus nuevos hombros más delgados y definidos. Los rasgos faciales se han redondeado, los pómulos se han hinchado y han adquirido un característico rubor e incluso te ha salido un pequeño lunar encima de los labios, que ahora son más carnosos. Los ojos siguen siendo marrones, algo al menos queda de tu masculino pasado. 
Te pones a pensar en lo que vas a hacer a continuación y asombrosamente tu mente empieza a llevarte de un tema a otro relacionándolos todos de la manera más incomprensible e inconexa. Se muestra ante ti la lista de la compra que hiciste el día anterior y te das cuenta de que está incompleta, el armario donde guardas tus inútiles camisas aparece también y decides que hay que reorganizarlo entero, incluso te da tiempo a pensar en que deberías reformar el baño. Obligas a tu mente a detenerse y te das cuenta de que no solo has cambiado físicamente, tu forma de pensar también ha sufrido una metamorfosis.

Sin saber todavía que hacer te quitas el pijama de horribles cuadros azules que le sienta espantosamente mal a tu nuevo cuerpo y te vistes con unos vaqueros que se te van cayendo a cada paso y con una camisa rosa, por ir entrando en las costumbres femeninas. Sales a la calle y te sorprende que, aunque todo sigue igual, tú lo ves de forma distinta. El día anterior no te hubieras fijado en absoluto en esa caca de perro que está enfrente de ti, pero hoy te parece la cosa más repugnante que has visto nunca y te alejas tapándote la nariz casi a punto de vomitar. Descubres a lo lejos a la señora Douvoir, la vecina de arriba que nunca te caía bien por motivos que desconocías, hasta hoy que se presentan todos de golpe y descubres que es una hipócrita, una mujer amargada que lo único que sabe hacer es cotillear sobre la vida de la gente y que encima usa un tinte de  pelo que no le favorece en absoluto, será perra… Pasa a tú lado y la saludas, ella te mira extrañada y sigue su camino sin detenerse siquiera.
Sigues sin saber que hacer, así que continuas andando torpemente con tus deportivas de la talla cuarenta y tres que lo único que consiguen es hacerte tropezar. Entonces lo ves claro, necesitas comprar algo y rápido. Te encaminas hacía la zapatería de la esquina y cuando entras vas, casi sin darte cuenta, a la sección de calzado de señora donde te encuentras más a gusto que en el propio Valhalla. Los nombres de los diseñadores entran en ti y los reconoces absolutamente a todos: Jean Paul Gaultier, Manolo Blahnik, Yves Saint Laurent… a partir de ahora se convierten en tus mejores amigos.
Eliges unos tacones rojos y los pones en la caja para pagar, sacas la tarjeta de crédito y se la das al dependiente, luego le muestras el DNI y esperas. El empleado te mira, después baja la vista de nuevo al DNI, otra vez te mira, otra vez al DNI, a ti, al DNI… y caes en la cuenta de que quizá no salgas lo suficientemente favorecedora en la foto de carné o tal vez el bigote que lucías antes es lo que desconcierta tanto al dependiente. Guardas el DNI casi indignada y fijas la mirada en los ojos del hombre, una mirada que podría matar por si sola. Al empleado no le pasa desapercibida la amenaza e introduce la tarjeta en el datáfono, tecleas el número secreto y te marchas casi sin oír el “vuelva pronto” que el aturdido vendedor dice a tu espalda. A pesar de todo estás feliz por tu nueva adquisición.

Vuelves a casa y te entran unas ganas imparables de comer chocolate. Vas a la nevera y no hay, empiezas a sudar, necesitas cacao, tu paladar te lo está pidiendo a gritos. Bajas de nuevo y entras en el supermercado casi histérica, buscas en las estanterías y no lo encuentras, preguntas al dependiente y cuándo te dice que se les ha agotado sientes un deseo irrefrenable de estamparle contra la pared por su ultraje, aún así no lo haces y le sonríes. Te marchas con las lágrimas a punto de desbordarse, subes las escaleras cochambrosas de tu piso pensando en lo cruel que es la vida y entras en casa sin ganas de vivir. Te echas sobre la cama, no sin antes sacudir las sábanas, y lloras. Y así es como a la mañana siguiente te despiertas con el mismo cuerpo pero con una diferencia, sientes un dolor en el estómago casi inhumano. Apelas a todos los santos que conoces pero el dolor no remite. Te levantas de la cama aturdida, sintiendo que explotas por dentro. Te acuerdas del empleado del supermercado del día anterior, de su hermana, de su madre y de toda su familia también y le odias, le odias porque realmente necesitabas ese chocolate. Sientes náuseas y ganas de matar a alguien, menos mal que siempre has vivido solo. Vas al cuarto de baño sintiendo que algo se ha roto en tu interior, lo notas bajando por la entrepierna. Los recién estrenados ovarios te duelen de una manera difícil de soportar y es entonces cuando ves la sangre. ¿Así qué esto es lo que llaman “el periodo”? ¿Esto lo que vas a tener que soportar cada veintiocho días? Que cruel y horrible es la vida. Pero mira el lado bueno, por lo menos no estás embarazada. 

Licencia de Creative Commons

domingo, 21 de julio de 2013

Un diario en las trincheras. [II]

2comentarios
No le caía bien, nada bien, tenía que reconocerlo, el perfecto Misha, siempre hablando de su perfecta familia, con su perfecta risa, su perfecto optimismo y a Mark solo le parecía un perfecto idiota. Si, hay que reconocer que le tenía envidia, a él no le esperaba nadie en casa, a Misha sí, una familia y una guapa mujer, cuya foto guardaba en un medallón del cual no se desprendía nunca y aprovechaba cualquier situación para mostrárselo a los demás ¡Lo que daría por cambiar sus vidas! A él no le quedaba nada, nada…
Se levantó del suelo sin molestarse en sacudirse las ropas y siguió el camino por el que Misha se había marchado minutos antes.

Cuando llegó a la zona del comedor se dio cuenta de que lo que le había dicho el soldado era verdad; unos brindaban por volver a casa, otros, entre risas, por todo lo contrario, no volver y así no tener que ver a su suegra de nuevo, también había grupos apostando acerca de cuantos iban a matar en el siguiente asalto, por supuesto no faltaban aquellos que observaban la situación con mirada reprobatoria. De entre todos estos hombres, vestidos casi igual, resaltaba uno, que además, en ese mismo momento, se encaminaba hacia Mark, con una enorme e irritante sonrisa en su rostro, ya rojo por el calor del alcohol.

viernes, 14 de junio de 2013

Campanas para el caos.

3comentarios

"Τα παιχνίδια των θεών είναι επικίνδυνα για τον άνθρωπο."

(Los juegos de los dioses son peligrosos para los hombres.)


La manzana estaba sobre la mesa. Simplemente se encontraba allí. Nadie sabía cuando había aparecido o si llevaba en el frutero de plata con las demás frutas desde que comenzó la ceremonia. Aunque eso era prácticamente imposible, pues un objeto así llama la atención: estaba hecha de oro macizo y refulgía con luz propia destacando su posición, haciendo que los ojos de todos los asistentes se fijasen en ella.
Todos estaban maravillados, menos Tetis y Peleo que consideraban la aparición del áureo fruto como presagio de algo terrible. Sabían perfectamente que la manzana no estaba allí al comienzo de la celebración, ellos mismos habían organizado todos los manjares y la ambrosía que disfrutaban los dioses Así que alguien, intencionadamente, la había traído. Alguien perverso que había grabado en la dura piel una inscripción ambigua y clara al mismo tiempo: “Para la diosa más hermosa”.
¿Cuántas diosas habían acudido? Prácticamente todo el panteón femenino: desde la salvaje Artemisa hasta la enigmática Hécate, incluso Perséfone había dejado el Hades para asistir al enlace. Aún así faltaba alguien, la única deidad rechazada hasta por los suyos, la única capaz de arruinarlo todo incluso sin haber sido invitada: Eris, la diosa de la Discordia.
Que ingenuos habían sido Tetis y Peleo, pues confiaban en que si no convidaban a Eris todo marcharía a la perfección, pero el caos es grande y llega incluso a los lugares más recónditos. Nadie se libra de él, ni siquiera los dioses.

La manzana seguía imperturbable sobre la mesa, avergonzando a las demás frutas y deslumbrando a los dioses, nereidas, ninfas, sátiros incluso al mismísimo Zeus que la miraban sin parpadear. Y de pronto una figura avanzó bajo la atenta mirada de los presentes.  Hera se situó frente a la mesa mirando a todos directamente a los ojos y dijo:
-Esta manzana me pertenece. Alguien quiere hacerme un regalo y no se atreve a presentarse ante mí en persona.

“¡Oh no! Ya ha empezado.” Pensó consternada Tetis mientras observaba la magnífica figura de la reina de las diosas acercarse para coger el fruto…
-¡No, Hera! Esa manzana es mía. No por ser nuestra reina eres la más hermosa de nosotras.
La voz de Atenea inundó el Olimpo e hizo que Hera se detuviese en su propósito. Pero faltaba algo, la escena no estaba todavía completa…
-Queridas- Dijo una voz melosa, suave, fresca y cautivadora – No discutáis por algo tan sumamente obvio. La inscripción deja bien claro que yo soy la única y verdadera propietaria de esa manzana.
Afrodita se situó junto a las dos diosas y las miró, como retándolas a desmentir sus palabras.

-Afrodita, vete con tus juegos de seducción a otra parte. ¿No te está Hefesto esperando impaciente en el lecho?.- Ante esta provocación por parte de Hera los sorprendidos invitados reprimieron la risa y trataron de disimular con ademanes absurdos que no le pasaron inadvertidos a la diosa del amor que contestó airada.
-Hera, puede que mi marido sea un tullido, pero por lo menos me es fiel. ¿Cómo piensas reclamar esta manzana si hasta el propio Zeus, teniéndote a ti como esposa, pasa más tiempo fuera de casa retozando incluso con simples mortales?
-Afrodita, no hables de fidelidad cuando ni siquiera la entiendes. Todos hemos sido testigos de tus pasiones con Ares, no vengas a reclamar algo que no te mereces.
-Vaya vaya, Atenea, la eterna virgen. ¿Realmente creíste que alguien había pensado en ti al dejar la manzana? Ingenua…
-No hay forma de que resolvamos este conflicto entre nosotras.- Sentenció Hera. –Necesitamos que alguien decida quién es la más hermosa. Alguien lo suficientemente poderoso como para que su veredicto sea irrefutable…
-¿A quién propones pues?
Una leve sonrisa se dibujó en los labios de la reina y con el aplomo de quien ha ganado una guerra dijo:
-Zeus por supuesto ¿Quién sino?
-¡Eso no es justo! No podemos poner a mi padre ante tal tesitura.
-¿Tienes miedo Atenea? ¿Qué le preocupa a la diosa de la justicia? Tal vez crees que el gran rey de los dioses elegiría antes a su amada esposa que a su hija que lo único que le ha provocado son dolores de cabeza, y nunca mejor dicho, pues de su testa naciste…

La sonrisa dejó de ser leve y se convirtió en un gesto lascivo y punzante cargado de odio e ira hacia la hija de su esposo.

-Hera tiene razón, que Zeus decida. Él mejor que nadie para reconocer la innegable belleza que poseo. No en vano los hombres me consagran a mi la pasión y el erotismo y me veneran como la única diosa del amor y el deseo.

Juntas se encaminaron hacia el majestuoso trono de mármol negro desde donde el señor del Olimpo gobernaba el mundo de los mortales con mano de hierro. Las tres diosas se quedaron al pie de los siete escalones de oro que llevaban al sitial. Zeus, en lo alto, las escuchaba petrificado pues no sabía como resolver la situación ya que irremediablemente su decisión traería serias consecuencias que caerían sobre él como un jarro de agua del Estigia. ¿Qué hacer? ¿Reconocer el atractivo innegable de Afrodita traicionando así a su esposa y a su hija? ¿O contentarlas a ambas engañándose a si mismo?
Tras cavilar una respuesta que no llegó se le ocurrió una solución que le eximiría de toda culpa.
-Queridas, aquí no hallaréis término a vuestro problema pues para mi sois igual de hermosas. Dejemos que sean los mortales quienes decidan. A veces la simpleza de pensamiento de quién sabe que en algún momento morirá es la respuesta más esclarecedora a cualquier pregunta.

Hubo un momento de silencio en el que las tres deidades se miraron íntimamente mientras Zeus rogaba que picaran el anzuelo.
-Está bien- Dijo Hera. –Pero serás tú quien elija al humano.

La tríada asintió y Zeus advirtió como un peso se elevaba de su estómago y desaparecía. Sabía perfectamente a quién designar para tan tremenda misión. A Paris, príncipe de Troya, hijo de Príamo y Hécuba, un joven que vivía alejado de las pasiones de los de su especie y cuya decisión sería totalmente imparcial.
Después de comunicarles el veredicto a las diosas, estas se encaminaron a bajar al mundo de los mortales guiadas por Hermes.  Estaban decididas a defender su honor e iban equipadas cada una con sus mejores armas de seducción.

Se encontraba Paris en una colina cercana a Troya contemplando pensativo el mar cuando notó que algo había cambiado, no sabía porqué pero percibía la atmósfera más pesada o tal vez eran imaginaciones suyas… De pronto una voz le sorprendió a su espalda.

-Hola Paris, futuro rey de Troya.- Era la voz más atrayente que había oído nunca y cuando se dio la vuelta para ver de donde procedía, su mente se colapsó por un momento y sus ojos se negaron a creer lo que veían. Tres mujeres, que reconoció a la perfección, se encontraban ante él rodeadas de una poderosa áurea blanquecina que difuminaba sus cuerpos pero no impedía apreciarlos en todo su esplendor. La que comenzó hablando siguió su soliloquio.

-Sabes perfectamente quienes somos. Hera, Atenea y Afrodita. Venimos porque necesitamos tu ayuda. Eres la única persona capaz de despejar una duda que nos corroe por dentro y que necesitamos resolver cuanto antes. Te la planteo ahora sin más demora, pues cuanto antes contestes antes se acabará todo esto. ¿Quién de nosotras es la más hermosa? Tomate tu tiempo si quieres, pero es necesario que sepas que tu decisión tendrá una recompensa si me elijes a mí. -En ese momento la figura de Hera pareció crecer, haciéndose más notable y mucho más imponente. – Si yo soy la designada, ten por seguro que no te faltará el dinero, serás el hombre más poderoso que exista en este mundo y todo el vasto imperio de Asia será tuyo.

Paris tragó saliva ruidosamente. Sin parpadear observó como otra silueta avanzaba relegando a Hera a una segunda categoría.

-Querido príncipe, se justo en tu elección, mas me veo obligada a ofrecerte algo como obsequio si me nombras a mí. Yo, Atenea, diosa de la guerra, te ofrezco la victoria. Serás el ganador de cualquier batalla a la que te enfrentes. No tendrás rival equiparable y tus enemigos te temerán pues sabrán que si se enfrentan a ti la derrota es su única opción.

A todo esto Afrodita contemplaba divertida los ofrecimientos de sus compañeras y esperó el momento exacto para hablar, justo cuando Paris parecía decidido a dictar sentencia.

-Yo simple y llanamente te ofrezco lo que está en mi mano, el amor verdadero de la mujer más hermosa que habita hoy sobre esta tierra: Helena de Esparta, casada injustamente con el rey Menelao.

La duda se instauró en la mente del joven príncipe. Helena…la bellísima Helena de Esparta, la única mujer a quién todos amaban en secreto y deseaban….
Poder, victoria, amor… la decisión era difícil pero estaba tomada.

-Soy un simple hombre mortal y no soy digno de entrometerme en asuntos de dioses, pero puesto que vosotras mismas habéis acudido a mí yo os ayudaré como buenamente pueda. Mi decisión esta tomada, para mí la diosa que merece la categoría de la más hermosa es, sin ninguna duda, Afrodita, diosa de la belleza.

Atenea y Hera se quedaron atónitas y en el fondo de su alma inmortal encontraron algo parecido a la vergüenza. Se dieron la vuelta y comenzaron a andar mientras sus contornos se desdibujaban y sus cuerpos dejaban que la luz los traspasase hasta que desaparecieron irritadas.

-Has sido sabio Paris y como te he prometido, desde este mismo momento  el corazón de Helena es tuyo. Ahora será mejor que vayas a buscarla, pero ten cuidado con Menelao, pues todavía él es su esposo.


Y Afrodita también desapareció dejando a Paris con una inusitada sensación de soledad pero con el corazón latiendo a mil por hora. Pediría a su padre que organizara un viaje a Esparta, con la excusa de entablar relaciones de amistad con el país vecino, sería entonces cuando seduciría  a Helena para que se fuera con él y juntos vivirían una historia de amor plagada de pasiones. Pero estaba el problema de Menelao ¿Cómo se sentiría cuándo se enterase de que su mujer, la reina, se había fugado con el príncipe de Troya? Seguramente ni le importaría pues era conocido que no amaba a su mujer. Seguramente ni se molestaría en averiguar a donde se había ido, seguramente…

Licencia de Creative Commons

lunes, 27 de mayo de 2013

Bienvenido a Raven's House. [I]

3comentarios

[Primera parte.]

Ahora que ya todo ha pasado, que la oscuridad ya no nos persigue, creo que debería conocer la historia que me obligó a salir huyendo de la mansión de mi querido tío Ferdinand.
Se que es un hombre impaciente, pero este macabro relato debe ser contado sin prisas pues los horrores que viví en aquella casa, apartada de la civilización, necesitan tiempo para ser descritos.
Coja ahora varios papeles y la pluma que guarda en su portadocumentos pues si lo que venía buscando era algo sorprendente créame que lo ha encontrado.

Bien, empecemos por el motivo que me llevó a visitar a mi tío, al que hacía años que no veía y del que poco recordaba, solo lo que en la familia se oye, sabe usted, sobre un familiar poco común: lo solitario y excéntrico de su persona, la misteriosa presencia de su mujer de la que nada parecían conocer, el deterioro de la mansión donde vivía, etc, etc, etc. Realmente el tío Ferdinand era la oveja negra que toda familia importante tiene, el eslabón más alejado del que se siente miedo y respeto al mismo tiempo. Yo, personalmente, tenía una fascinación platónica por su persona, pues mi espíritu es salvaje y no se acoge a moldes y mi tío parecía ser la misma clase de individuo. Mas me equivocaba ya que Ferdinand era esto y mucho más.
Pero no nos desviemos del comienzo, ya habrá tiempo para desentrañar la personalidad de mi pariente.


Por aquel entonces yo era joven y emprendedor, había finalizado la carrera de Derecho con insuperables notas y me había incorporado a un importante bufete de abogados, de los más prestigiosos de Londres. Los casos llegaban y yo los ganaba, obtenía importantes ingresos que servían para mantener las promesas que le hacía a mi querida Elizabeth de que algún día nos compraríamos una gran casa apartada del mundo y pasaríamos los años juntos, lejos de la capital, de la gente y de los asfixiantes lazos de mi familia. Todo se desarrollaba bajo esta rutina hasta que un día recibí una misteriosa llamada. Recuerdo ese día en especial porque fue el que desencadenó la serie de grotescos sucesos que hoy me dispongo a contarle.
 Bien, como decía recibí una llamada proveniente de Raven´s House (la mansión de mi tío que, como puede percibir, hasta el nombre encierra oscuridad) y al otro lado de la línea una voz, que manifestaba pertenecer al mayordomo de la casa, me decía que mi tío requería de mis servicios. Como puede imaginarse mi sorpresa fue descomunal ya que, como le he dicho antes, poco recordaba del tal Ferdinand y dudaba de que él precisamente me recordase a mi. Pero la voz me explicó que mi pariente estaba informado, gracias a que leía la prensa diariamente, de los casos que había ganado con anterioridad y pensaba que yo era la persona idónea para realizar un importante trabajo y que además, al ser de la familia, la discreción y la confianza estaban garantizadas. Pregunté, por supuesto, en varias ocasiones sobre el asunto en el que tenía que trabajar pero el mayordomo me daba evasivas y me instaba a trasladarme a la mansión lo antes posible, donde sería tratado el tema con tranquilidad. Turbado y desconcertado miraba a Elizabeth, que en ese momento se encontraba conmigo, que a su vez me miraba sorprendida por las respuestas incongruentes y extrañas, como si de una absurda conversación se tratara, daba a mi interlocutor. Por más que lo intentaba la información que obtenía era escasa y siempre la misma: mi tío Ferdinand estaba llegando al término de su vida y necesitaba, antes de morir, dejar unos asuntos atados y aclarados y yo era la única persona que podía hacerlo. ¿Qué asuntos? Si quería responder a esa pregunta tendría que desplazarme a Wellow, un pequeño pueblo en la remota Isla de Wight a ciento seis millas de Londres, donde se encontraba Raven’s House. Allí me esperarían el señor y su esposa a lo largo de la misma semana.

Cuando colgué le conté a la sorprendida Elizabeth todos los detalles del diálogo con el mayordomo y lo primero que me dijo es que ni se me pasase por la mente acudir a esa cita tan extraña. ¡Qué cosas horribles podrían sucederme en una alejada isla con un señor del que poco sabía y que lo que conocía de él era cuanto menos enigmático!. Sus argumentos, ahora me doy cuenta, iban cargados de advertencias sobre posibles peligros que yo desechaba alegando que un miembro de mi propia familia no iba a hacerme ningún daño. Ojalá hubiera escuchado, ojalá hubiera actuado sin seguir el impulso que me llamaba a reunirme con mi tío. Pero bueno, ahora ya es demasiado tarde y solo puedo ceñirme a los hechos.

Acepté sin dudar la oferta del mayordomo quedando en que al día siguiente cogería el primer tren que saliera para Yarmouth y una vez allí tomaría el ferry a Lymington donde me esperaría un coche que me trasladaría a la mansión.

Después de discutir con Elizabeth sobre lo beneficioso que podría resultar este asunto para mi carrera pues, creo que no lo he mencionado antes, pero mi tío era un afamado cirujano ya retirado que había amasado una gran fortuna lo cual significaba que mi tarea, seguramente, era encauzar o dirigir ese dinero en el testamento lo que, si todo salía bien, me consagraría como abogado familiar. Bien, pues después de toda esta retahíla de argumentos convincentes comencé a buscar en mi estudio todos los papeles que podrían serme útiles en Raven’s House, véase dosieres de casos parecidos en los que había trabajado, algún que otro libro de leyes e incluso un testamento que guardaba de unos antiguos clientes. Todo esto lo metía a prisa en mi bolsa de mano ante la atenta mirada de mi prometida. Como no sabía exactamente los días que iba a pasar en la isla metí abundante ropa en un baúl de viaje de mediano tamaño y lo coloqué junto a la entrada pensado e incluso rogando que todas las prendas que había colocado fueran excesivas para el tiempo que durase mi estancia allí.

Llegó la noche y acuciantes nervios me impedían dormir, pensaba en lo rápido que había sucedido todo, en lo aburrido e insulso que se presentaba el día hasta que la llamada del mayordomo hizo girar todo trescientos sesenta grados. Reflexionaba sobre qué sería exactamente lo que mi tío esperaba de mí y por otro lado me sentía extrañamente excitado por lo que al día siguiente descubriría en la mansión, por fin analizaría con mis propios ojos la aparente decadencia de la familia de Ferdinand y confirmaría o desecharía todos los rumores que había escuchado desde que era niño.

Sonó el viejo reloj de cuco del salón indicando las siete de la mañana. De un salto salí de la cama mientras Elizabeth, a mi lado, se desperezaba para preparar el té matutino. Me duché y me afeité con el estómago encogido por la emoción, me bebí el dulce té casi de un sorbo, agarré la cartera con los documentos y cargué con la maleta. Me despedí de mi prometida con un apasionado beso, casi como si fuera el último que nos diéramos en mucho tiempo, y salí por la puerta repitiendo la misma cantinela de que estaría bien, que escribiría todos los días y que trataría de volver lo antes posible. ¡Ay, si llego a saber lo que al final del viaje me esperaba nunca habría cruzado esa puerta!

Me dirigí a la estación de tren donde cogí el expreso de las ocho y allí me ocurrió el primer extraño episodio que daría pie a muchos otros: Estando a punto de pagar mi billete, la taquillera me miró extrañada y me dijo: “¿No tendrá usted intención de coger el ferry en Yarmouth verdad?” A lo que yo respondí que ese era mi principal objetivo y pregunté, airado, el porqué de su curiosidad: “No quiero entrometerme en sus asuntos” me dijo “Pero dicen que en la Isla de Wight pasan cosas raras últimamente”. “Tonterías” repliqué yo “Habladurías sin importancia, usted limítese a darme el billete no vaya a ser que pierda el tren por su culpa”. Hasta yo mismo me sorprendí puesto que una contestación tan brusca no suele ser propia de mí, pero los nervios me atenazaban el estómago y un temor inexplicable comenzaba a embargarme lentamente.

Subí al tren no sin antes echar un último vistazo atrás, como para retener en la memoria  la última imagen de Londres por si nunca volvía a pisarlo.
Caía la tarde cuando el tren paró al final del trayecto. Raudo y con la maleta a cuestas me dirigí al pequeño puerto para coger el primer barco que partiese. Compré el ticket y me subí a la pequeña embarcación de madera.
El viaje era corto, pero el tiempo me engañaba alargando los minutos, riéndose de mí haciendo que el trayecto se me hiciese interminable. Una espesa niebla lo cubría todo, yo dudaba de cómo el capitán del ferry podía ver por dónde íbamos ya que el mar parecía haber desaparecido bajo un manto blanco.
 El Sol ya se había ocultado y por fin, a lo lejos, divisé, no sin cierto pavor, el final del viaje: el puerto de Lymington con su pequeño faro guiándonos entre la niebla como moscas hacía la luz.

El ferry escupió su carga y yo me encontré, cartera en mano, en un camino de tierra frente a un coche del que se bajó el hombre más peculiar que había visto en mucho tiempo: vestía un uniforme pasado de época y llevaba el pelo cano peinado hacia atrás despejando su cara de rasgos afilados y amenazadores. Su rostro surcado de mil arrugas decía muchas cosas acerca de su vejez y sus años pero lo que más me sorprendió fueron sus ojos grises, fríos y duros como el acero, pero aún así extrañamente serviciales.
-Señor Howard, bienvenido a la Isla de Wight, su tío le espera.- No pregunté cómo había sabido que era yo la persona a la que buscaba, tampoco pregunté el porqué de un coche tirado por caballos en vez de las maravillas de vehículos a motor que se vendían desde hacía algún tiempo, simplemente me subí a la parte de atrás del anticuado, aunque lujoso, carro y me encaminé hacia Raven’s House…

Licencia de Creative Commons

jueves, 23 de mayo de 2013

Un diario en las trincheras. [I]

6comentarios
[Primera parte.]


Cargar, apuntar, disparar, correr, esconderse, cargar, apuntar, disparar, correr, esconderse, cargar, apuntar, disparar, correr, esconderse… ese era el ciclo eterno al que se encontraban sometidos los soldados, y como banda sonora, para alentarles a continuar la lucha, se escuchaban los cañonazos y el sonido de las bayonetas al clavarse en la carne, todo un deleite para los sentidos de las personas que allí se encontraban. Quizás, viendo esta escena, Rousseau se hubiera pensado más el decir que el ser humano es bueno por naturaleza.
En el campo de batalla trozos de tierra saltaban continuamente, por el impacto de los proyectiles, y el terreno que no estaba cubierto por cuerpos, tanto de aliados como de enemigos, presentaba el color granate de la sangre al mezclarse con la arena y hacer un macabro barro. Pero está bien, esa horrible visión ya era el pan de cada día, se había convertido en algo que los acompañaría de por vida, incluso sin vencían y conseguían volver a casa, sabían a ciencia cierta que todas las noches volverían a estar allí, peleando, con el olor de la pólvora entrando por sus fosas nasales y el peso de sus armas en la mano derecha, pero todo por la patria, por defender los colores de una bandera.

Poco a poco cada soldado se ha ido retirando a su base, parece que hoy no ha conseguido avanzar ninguno de los dos jugadores de este ajedrez gigante, y solo han perdido vidas, quizás cientos de ellas, gastadas inútilmente.


Mark estaba sentado, con la espalda apoyada en una de las paredes de tierra, manchándose el uniforme, pero ese era el menor de sus problemas, con la vista fija en la pared contraria, gastaba sus minutos limpiando con un viejo y sucio pañuelo el arma que siempre le acompañaba. Los sonidos de pasos y los gritos de unos militares a otros no conseguían que el soldado reaccionara, cosa que no parecía importarle mucho a los que caminaban, e iban de un lado a otro, pasando por delante de él, la mayoría cargados con cajas, los últimos restos de municiones, armas y vendas.

Levantó la vista cuando un joven corriendo, con una de esas cajas en las manos, le golpeó en el pie, este no se detuvo a disculparse y simplemente siguió a lo suyo. Mark miró su arma como si lo hiciera por primera vez en mucho tiempo, y al ver que ya estaba limpia, se ató el mugroso pañuelo alrededor de la reciente herida que se había hecho, apenas unos días atrás, algún que otro medico militar ya lo había regañado por hacer eso, pero su respuesta siempre era la misma “Si no tengo mi arma preparada moriré aquí, solo así tengo alguna oportunidad de volver a casa” ¿Pero de verdad quería volver a casa? No, realmente no, no le esperaba nadie allí donde fuese, hacía tiempo que había perdido su familia, y quizás por temor, nunca pensó en formar una nueva, y así estaba ahora él, un soldado que no le importaba a nadie, en mitad de una guerra que le daba igual y sin nada que perder.

— ¡Soldado!— Gritó de repente una voz autoritaria, que hizo que Mark levantara la vista alarmado después de haberse atado la venda.

Su mirada se relajó al darse cuenta de quién era— Misha— Se quejó— ¿Qué quieres?

— No puedes pasarte aquí toda la noche… otra vez— Cruzó los brazos sobre el pecho, en esos momentos no llevaba el arma— Ven a beber, antes de que se acabe lo que queda.

— ¿Y qué celebramos?

— Que llueve, que no llueve, que hace sol, que está nublado, que ganamos, que perdimos… Elije— respondió con una sonrisa, que Mark no sabría definir si era macabra o sarcástica.

— Prefiero quedarme aquí con Brigitte— Fue lo único que dijo dando por terminada la conversación.

— ¿Brigitte?— Cuestionó extrañado— ¡Oh! Ya, tu dichosa arma— Suspiró exasperado— Si trataras a una mujer de la misma forma en que tratas a tu bayoneta no tendrías problemas en conseguirla— El silencio se hizo entre ellos y cuando Misha vio que no iba a responderle, se dio la vuelta, marchándose por donde había venido con un fuerte resoplido.

Licencia de Creative Commons

jueves, 16 de mayo de 2013

¿Un discurso para una vida?

0comentarios

Quizás debamos observar a nuestros amigos y ver cómo han evolucionado, o más importante, como hemos crecido con ellos, gracias a ellos.

Aceptar que el tiempo pasa, que no somos imperecederos, que la vida no se va a repetir, que es única.

Contemplar nuestros fallos y nuestros aciertos, nuestras aventuras y desventuras, nuestros momentos de mala o buena suerte.

Es el momento de aceptar las despedidas que al fin y al cabo son algo necesario para que haya un nuevo comienzo, ni mejor ni peor, solo diferente.

Es el momento de hacer planes nuevos, de destrozar los antiguos.

Es el momento de romper moldes y de abrirnos a nuevos encuentros que rompan los nuestros.

Creo que es el momento de dejar de preguntarnos el porqué de las cosas y empezar a preguntarnos ¿Por qué no?

Licencia de Creative Commons

domingo, 5 de mayo de 2013

Bono Morti Sociedad Anónima.

3comentarios

El edificio aparentaba normalidad. Era la clase de edificio aburrido con oficinas aburridas dentro y trabajadores muy muy aburridos que tomaban café o entraban en facebook sin que el jefe les pillara. La fachada era insulsamente blanca, con grandes ventanas que, por un extraño efecto óptico, no dejaban ver nada de lo que ocurría en el interior. Un gigantesco letrero de metal ligero rezaba en letras rojas: “La solución está aquí. No busque más, Bono Morti S.A es la respuesta.”

Un hombre ataviado con un elegante traje y portando un maletín negro en la mano se detuvo y leyó el cartel.

-Bien, parece que es aquí.- Dijo soltando un suspiro típico de la persona que tiene algo que hacer y que no le agrada en absoluto.

Se acercó decidido a la puerta de entrada y la abrió. Dentro se podía haber celebrado perfectamente un funeral o cualquier acto que requiriese ambiente de luto pues el silencio imperaba sobre todas las cosas. No era un silencio amargo, ni uno de esos silencios incómodos que se generan entre dos personas que hablan y fingen al mismo tiempo, sino más bien un silencio vacío, un silencio propio sin el cual te sentirías extraño o incluso incompleto. El hombre lo notó y un escalofrío recorrió su espalda. Sus ojos se posaron lentamente sobre lo que parecía una salita de espera bastante poco trabajada: apenas cuatro sillas, una mesa comprada por piezas y montada lo más torpemente posible y una planta seca y marchita. Luego desvió la mirada hacia el otro lado y descubrió dos figuras, un hombre y una mujer, que hablaban en susurros detrás de un mostrador.

-Mira, un cliente.- Decía el de género masculino a su compañera en tono emocionado.
-Ya, y este déjamelo a mí ¿eh?.- Contestaba ella.
El hombre trajeado se acercó y dijo:
-Hola, buenos días. Vengo a…
-¡Hola, hola!- Dijo la mujer antes de que el otro acabara de presentarse. Y casi saltando por encima del mostrador se plantó frente al sorprendido hombre. -¿Qué tal todo? Bueno, que pregunta más absurda ¿no? Jajajaja. En fin, yo soy Evelyn y este de aquí Thomas. Nos alegramos de que haya usted venido aquí. Vamos a ayudarle en todo lo que podamos, usted no tiene que preocuparse por nada…
-No, si yo solo venía a por…
-¡Si, si! Lo sabemos, por eso estamos aquí. Ha hecho lo correcto, contratar nuestros servicios es lo más sensato. Bien, y ¿Qué tipo de suicidio podemos ofrecerle?.
-¿¡Cómo suicidio!? ¡Pero oiga…
-Bueno, bueno. Nosotros preferimos llamarlo Solución Definitiva, ya sabe, más poético ¿no? Jajajaja. Somos una empresa líder en este sector, quizá se deba a la poca competencia que tenemos, no sé, quizá…

Evelyn hablaba enérgicamente, casi sin dejar espacio entre las palabras. Había encontrado un cliente y estaba dispuesta a hacer lo que fuera para que no se marchara como los cincuenta últimos. Tal vez les asustó el precio… bueno, pero desde entonces ya los habían bajado.

-Oiga señora…
-Llámeme Evelyn.
-Bueno, Evelyn, yo no sé qué es esto de la Solución Definitiva ni quiero tener que ver en absolutamente nada, yo solo he venido a…
-Pero vamos a ver ¿No siente la necesidad de quitarse la vida? Seguro que hay algún problema que le atormenta enormemente y por eso estamos nosotros aquí.- Una sonrisa complaciente iluminaba su cara.
-No la verdad es que no. Mi vida es bastante buena…
-¿Nada? ¿Su mujer no le engaña? ¿Su trabajo no es absolutamente nefasto? ¿Ni siquiera su perro se hace pis en la alfombra y no puede hacer nada para evitarlo?
-No, no tengo perro…
-Bueno, la primera fase es la negación…
-Pero yo solo he venido, como llevo rato intentando decirle, a…
-A acabar con sus problemas claramente, le hemos visto leyendo el cartel de fuera.
-¿Ah si?- Es lo único que alcanzó a preguntar, su mente era un mar de dudas, todo estaba sucediendo demasiado rápido y él nunca había sido una persona avispada con lo que le costaba reaccionar ante situaciones de este tipo.
-¿Bonito eh? Aún así no atrae a mucha gente, creo que debería ser más grande. ¡Thomas!- El interpelado sacó la cabeza de detrás del mostrador rápidamente, asustado. –El cartel tiene que ser más grande, te lo he dicho mil veces.
-¿Eh? Si, si, no te preocupes mañana lo amplío.- Y volvió a sumergir la cabeza tras la barra.
-Bueno, bueno. ¿Y cuál es su nombre señor?.
-Mmmm, Henry, me llamo Henry.
-¡Oh, que nombre más bonito! ¡Quedara perfecto en la lápida, ya verá!
-¡¿Cómo en la lápida?!
-Claro, claro. Aquí nos gusta rematar el trabajo, es nuestro sello de identidad. Tenemos una funeraria asociada.
-Oh, que previsores.
-¿Verdad qué si? Bueno, vayamos a lo que nos importa. Contamos con numerosos tipos de suicidio: suicidio Clásico, Artístico, Feliz, Dramático… Aquí le dejo unos folletos, vaya a la sala de espera y écheles un vistazo.
-Pero yo…
-Ya, ya. Usted mírelos, ya verá cómo cambia de opinión en seguida. Mientras tanto aquí le esperaremos.- Y la sonrisa nunca se iba de su rostro, estaba realmente feliz.

Henry se sentó en una de las sillas, y pensó. Al cabo de un rato volvió al mostrador con los ojos rojos y la nariz hinchada.

-¡Mi vida es una mierda!- Se desplomó sobre el cristal y comenzó a llorar a lágrima viva. -¡No tengo nada! ¡Odio mi trabajo, no tengo mujer y dudo que alguien alguna vez quiera casarse conmigo, si casi ni tengo amigos!- Las lágrimas se derramaban empapándolo todo.
-Bueno, por eso estamos nosotros aquí, ¿Ha decidido ya señor Henry?
-¡Si, los quiero todos, quiero morirme!
-Bien, el completo entonces. Serán novecientos euros. ¿Cómo piensa abonarlos?
-¡Tome!- Y tiró la cartera contra el mostrador- ¡El número de la tarjeta es uno, dos, dos, uno! ¡Qué vida más triste!
-Perfecto, si es tan amable de acompañarme…

Evelyn guió a Henry hasta una puerta tras la cual se escuchaban ruidos estridentes, como de cuchillas girando a gran velocidad o taladros puestos a máxima potencia. Henry dudó un momento de si realmente no sería una empresa de albañilería encubierta… Qué tontería, ¿Para qué iba a querer un albañil esconderse?. Pensado esto cruzó la puerta y no volvió a salir de allí jamás. Evelyn retornó a su puesto de recepcionista junto a Thomas.

-Buena caja hemos hecho hoy ¿eh?.- Dijo Thomas tecleando en el datáfono el número secreto de la tarjeta.
-Por cierto, ¿Sabes quién era ese? Porque a mí me sonaba un montón…
-¡Claro! Era el cobrador del banco, debemos seis meses de agua y de luz.
-¡Ah!
Y otra vez el silencio lo envolvió todo, así hasta que entrase algún otro cliente.

Licencia de Creative Commons

miércoles, 1 de mayo de 2013

Tótem.

0comentarios

Noche negra sobre un campo verde. Árboles que hacen guardia impertérritos en la oscuridad. Animales que guardan sus vidas en madrigueras o cuevas esperando la llegada del nuevo día. La luz de la Luna, plateada, pura, limpia, se derrite por todo el extenso bosque que duerme. Todo es paz y tranquilidad, pero no solo animales y plantas viven en él, los humanos comparten el mismo espacio que estas criaturas en absoluta armonía. Hombres y mujeres que viven en un poblado de apenas cuatro chozas de paja y adobe, vistiendo con prendas confeccionadas a mano con cáñamo, lino o algodón, con una jerarquía política muy diferente de la nuestra, simple y sencilla en apariencia pero con el trasfondo de la tradición avalándola.

El fuego se alza en medio del poblado, lamiendo con sus llamas la madera que sirve de combustible y arrojando una luz rojiza que compite con la argentada de la Luna. Los indígenas se reúnen en torno a esta hoguera formando un círculo, y es Tayel, el jefe de la tribu, el que habla.

-Hoy la noche es más oscura, sombras temibles de nuevos Dioses nos acechan. Más unidos que nunca hoy debemos estar. El Chamán ha visto cosas en las entrañas de los animales y lo que ha visto bueno no parece. Hermano Surem, que tu voz se oiga ahora y que todos sepamos a lo que nos debemos enfrentar.

 Al lado de Tayel se encuentra un anciano enjuto y demacrado, con el rostro surcado por mil arrugas y rasgos afilados, con la nariz atravesada por una fina caña de bambú.

-¡Hermanos todos somos!- Su voz, azuzada por miles de espíritus antepasados, inunda el poblado y se extiende por todo el bosque.- Hoy Maman Brigitte, nuestra gran diosa del ciclo vital, me ha enviado visiones que esclarecer no puedo. En las entrañas de los pájaros vi la muerte de nuestra pequeña civilización. –Al decir esto miles de murmullos se extienden entre los habitantes de la tribu, pero Surem los hace callar a todos con un simple gesto de la mano. –Hombres vendrán y nos destruirán, altos y con extrañas ropas cubriéndolos. Con artilugios misteriosos en sus manos capaces de causar la muerte de varios de nosotros. –Esta vez no hay ningún murmullo. Un niño de cabello negro como el carbón da un paso al frente y mirando desde su pequeña altura directamente a los ojos del gran chamán dice:
-Poderoso Surem ¿Nuestros Dioses abandonarnos han decidido?.
-Pequeño Tsijiari, nuestros Dioses son y dejarán de ser, pues el mundo de fuera avanza.  Nosotros nos reuniremos con ellos allá en el Otro Mundo. Allí impacientes nos esperan.

EL niño baja la mirada y comprendiendo al fin el destino que le espera a él y a toda su familia vuelve con los demás, resignado.

-Hermanos, no debéis sentir temor. –Prosigue el chamán- Vivimos aquí desde hace muchas Lunas. Nuestros antepasados duermen en cada árbol y cada piedra y aquí seguirán cuándo nosotros nos marchemos. El mundo de afuera peligroso es y ahora viene a matarnos, pero gracias a eso ese mundo nos conocerá y así nuestra tradición jamás olvidada será.
-¿Y qué dioses tan poderosos son los que acabarán con los nuestros?- Tayel habla preocupado, desea saber, conocer, vislumbrar la respuesta, el porqué de todo lo que viene.
-Por raro que ahora os parezca, no son dioses, sino dios. Desconozco cuál es su verdadero nombre, solo sé que así lo llaman simplemente las personas que en él creen: Dios. Y este es su símbolo. –Se agacha con dificultad oyendo como los huesos de su estropeada espalda crujen por el esfuerzo. Coge dos largos palos y los superpone formando una cruz, la alza para que todos la contemplen. Ante la visión del símbolo maldito los indígenas se tapan los ojos horrorizados.
-¡¿Cómo un simple dios sin nombre es capaz de derrotar a los padres de la tierra, a los que crearnos decidieron?!- El jefe de la tribu grita furioso al pacífico anciano.
-Tayel, más poderoso ahora Él es pues los hombres extranjeros le dan valor. Desea alzarse contra todos los dioses y dominar. Mas así ha de ser, pues somos muy pequeños y el mundo muy grande. Ahora hermanos, despidámonos de la tierra.

Y juntos comienzan un canto qué inunda la selva. Los animales escuchan expectantes pues están unidos con la tribu. La lluvia comienza a caer mojando el suelo habitado por miles de espíritus. La lluvia les trae algo más que humedad, pues las gotas, al mojar sus cuerpos, les hacen caer en un sueño profundo del que jamás regresarán.

Así son las guerras de los Dioses: para que el mundo avance Ellos deben pelear en épicas batallas. Unos caen y con ellos muere una civilización, pero así otra nueva se impone y el mundo se renueva. ¿Qué Dios o Dioses surgirán en el futuro? Nuestro único Dios redentor también se verá derrotado en algún momento, y será entonces cuando hombres nuevos, armados con la palabra de otras Deidades, gobernarán la tierra relegando nuestras creencias a simples mitos y leyendas ficticias. Y nadie puede impedirlo, pues así es como el mundo ha sobrevivido durante millones de años y de la única manera que puede seguir haciéndolo.

Licencia de Creative Commons

martes, 16 de abril de 2013

Tierra virgen y madera tallada.

2comentarios

Los picos se alzan hasta el cielo y caen con furia quebrando la roca. Las manos que los empuñan son negras y están llenas de cicatrices. Las piquetas vuelven a levantarse todas juntas y descargan un único golpe que estremece la tierra. Las piedras desprendidas ruedan colina abajo huyendo de sus agresores. La nota disonante de  las herramientas al golpear es acompañada por una melodía de cadenas arrastrándose, cadenas que unen pies de caoba y que los atan uniéndolos a todos en un único ser. El Sol inclemente calienta furioso las pieles quemadas y estas contestan derramando gotas de sudor que se pierden entre las múltiples manchas de cientos de camisas roídas.
El restallar de los látigos compone el punto final de esta melodía. Chasquidos roncos que van acompañados de gritos de dolor. Sangre en la tierra virgen, escarlata en el polvo.

Las heridas se abren, pero no solo las del cuerpo, las de la mente, incurables, se instalan en los esclavos. Muchos caen, derrumbándose como la piedra partida: sus cuerpos negros y robustos desplomados sobre un suelo ardiendo. Es en ese momento cuando los oficiales temen por la integridad del grupo, tienen miedo de que alguna de las manos suelte el pico y cese su actividad presa del pánico por la presencia de la muerte. Por eso corren a donde está el fallo, abren la cadena y arrastran el cadáver fuera de la vista de los demás, dejando un surco en el suelo arcilloso. Pero los demás ni se inmutan, solo sienten envidia por el que acaba de morir y rezan porque sea eso lo que les pase a ellos en ese mismo momento.

Los ojos, del mismo color que la piel, están inyectados en sangre. Las finas partículas de tierra que forman nubes se les introducen en el iris provocando la salida de simples lágrimas. No son lágrimas de dolor, ni de pérdida, ni de nada, eso ya quedó muy atrás.


 El marrón del cuerpo es adornado ocasionalmente por colores más intensos, como el morado provocado por los golpes o el rojo de la carne abierta y supurante provocado por los latigazos.

Corazones lacerados laten todos juntos, pues saben que solo ese sonido les une. Las cadenas son demasiado frías para transmitir sentimientos y los eslabones demasiado ariscos para permitir el paso de alguna sensación que pueda ayudar al compañero.

Las mentes abotargadas por el calor y confundidas por las alucinaciones buscan, anémicas, algún retazo de vida pasada. Hay veces que el rostro de cierta mujer aparece en una de ellas o el de un niño sonriente, incluso el de un perro con la lengua fuera. Pero de pronto el pico vuelve a besar la piedra produciendo ese sonido roto y las figuras se desvanecen como el polvo en el aire.

Obediencia, sacrificio, escoria, muerte, negros, basura, sangre, dolor, castigo, ley, son las palabras que la unidad es obligada a escuchar día tras día y con las que conviven  intentando recordar si existían términos para describir cosas buenas o si son simplemente sueños incoherentes fruto del cansancio y el agotamiento.

De pronto la psique dormida de algún esclavo despierta y observa a su alrededor: ve que su mano, aunque parece ajena a su propio cuerpo, sujeta una herramienta capaz de hacer llorar a la tierra, mira sus pies sangrantes rodeados por el gélido hierro, luego observa a uno de los oficiales que se encuentra casi al final de la fila golpeando a algún compañero. Todo esto es procesado muy lentamente, el brazo se alza mientras las gotas de sudor caen al suelo, los ojos se mueven rápidamente de un lado a otro, todo parece estar sucediendo muy lejos, otro negro que está a su lado lo mira incrédulo y entonces, al cabo de un segundo, se oye un ruido metálico muy poco usual y los eslabones huraños se desparraman por todos lados a la vez que el pico se clava en la tierra de manera muy diferente a como suele hacerlo.

Todo sucede muy deprisa, un oficial viene corriendo, en la cara la expresión del terror escéptico, blandiendo el conocido látigo y lo descarga con furia contra el cuerpo esclavo. Pero algo poco común sucede y es que el ser que parece haber recobrado la conciencia no parece sentirlo a pesar de que la fusta muerde su piel rasgándola en inhumanas heridas.

El compañero que lo miraba no ha tardado en darse cuenta de lo mismo y hace algo parecido, solo que esta vez la tierra no siente la picadura del hierro pero si la calidez de la sangre. El oficial cesa en su empeño por devolver al esclavo a su sitio y cae al suelo con medio pico atravesado en el cráneo, el mismo suelo que acogió al otro negro en la muerte ahora lo espera a él.

 Sin demora vienen más oficiales pero la unidad entera está ahora libre… ¡Libre! ¡Libertad! ¡Aun quedan palabras para describir cosas buenas, nunca han desaparecido!

Los negros se mueven rápido a pesar del agotamiento y las herramientas que les dieron como castigo por su color de piel son ahora las que les salvan del calvario.

En el caldeado ambiente se crea una melodía nueva. Notas fuertes de cadenas al romperse se mezclan con el contrapunto de huesos al quebrarse. El acero contra el acero aporta la cadencia necesaria y todo se une voluptuosamente con los gritos de libertad que profieren esas bocas de gruesos labios que fueron obligadas a callar para siempre.

Licencia de Creative Commons

sábado, 13 de abril de 2013

Ave atque vale.

0comentarios

Inspirado en Jem y Will "La princesa mecánica"- Los Orígenes por Cassandra Clare

Tu habitación está desierta, hermano, el sonido de las notas, que tan maestramente creabas, se encuentra apagado, y el violín en un rincón olvidado del oscuro salón en el que ya nunca más te veré sentado, aunque el fuego que nos tumbábamos a contemplar parece no notar nuestra falta. Tu ausencia pesa, duele más que las heridas con las que he tenido que cargar durante toda una vida, y aún así oigo, irónica, tu voz en alguna parte de mi cabeza, aconsejándome, guiándome, tomando la forma de una estrella lejana que nunca más podré alcanzar. Te vas a la oscuridad, a vivir solo, a un lugar donde los huesos son tu única compañía, abandonas el bando de los vivos para protegernos, para habitar en la delgada frontera con los muertos, sin alcanzar nunca ese estado. Ahora no perteneces a ningún mundo, los dos te han dado la espalda. Y resulta irónico, que aún así, tú vayas a vivir más que yo, pero es tranquilizador saber que aunque pasen años tras mi muerte, serás tu el que continúe allí donde yo lo dejé, el que triunfe donde yo fallé, el que se levante donde yo caí, el que grite donde yo me callé… pero el que ame lo que yo amé.

Tu habitación está desierta, hermano, hasta que puedas volver, y desalojes de cada esquina el frío que ha hecho de ella su hogar y su morada.
Tu habitación está desierta, hermano, hasta que la rueda de la vida se cierre por fin.
Tu habitación está desierta, hermano, pero solo me queda una cosa por decir, por y para siempre; ave atque vale.

Licencia de Creative Commons
 

''Stop! It's Tea Time'' © 2010

Blogger Templates by Splashy Templates