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lunes, 14 de enero de 2013

Los que han muerto te saludan.


Todo es oscuro, sin rastro aparente de alguna luz esperanzadora. Ni siquiera el velo de los fantasmas que antes paseaban por aquí queda como muestra de su irrefutable existencia.
Cuesta acostumbrares al silencio sepulcral, a la soledad infinita y al eterno letargo, pero supongo que esta es la parte mala que tiene la muerte, no podía ser todo tan bueno como se presentaba al principio ¿Verdad?

Antes, cuando mi pulso era todavía perceptible, la muerte me parecía la mejor opción…o quizá no la mejor, sino simplemente la única. Llevar mi vida a término era lo único que ocupaba mi mente en los últimos días de mi martirizada vida; era una necesidad imperiosa impuesta por los seres que se ocupaban de mi castigo.
 Desde que el Sol –¡Oh Dios mío! Como echo de menos la luz de ese gran astro- salía hasta que volvía a esconderse mi vida se desarrollaba dentro de una aparente normalidad, pero cuando la noche caía y era la Luna la reina del cielo ellos venían a atormentarme. Miles de fantasmas acudían a mi casa buscando la morbosa diversión de la tortura. Creaban imágenes grotescas en mi mente, jugaban con mi percepción  y me hacían ver cosas que en realidad no existían, cambiaban objetos de lugar una y otra vez para que me volviera loco. Pero a pesar de todo eso yo aguantaba, las noches se convertían en largas y agónicas vigilias, pero la esperanza de que en algún momento la luz volvería a aparecer tras la línea del horizonte y que con su llegada se irían las terribles sombras, me mantenía vivo y me impulsaba a levantarme una mañana más. Sin embargo prolongar esta lucha era algo absurdo, cada noche que pasaba me debilitaba un poco más, mis fuerzas menguaban igual que mis ánimos por sobrevivir. Al principio pensaba que sería algo temporal, que los extraños espectros se cansarían y se marcharían, pero no me daba cuenta de que me enfrentaba a seres eternos para los cuales el tiempo o el cansancio no significan nada.

Finalmente lo que estaba escrito de antemano se cumplió y llegó el día en el que abandonaría este mundo por mi propia voluntad. Tengo pocos recuerdos de mi vida pasada y aún menos de ese día exacto, pero hay símbolos que nunca me abandonarán, sentimientos que ya no puedo sentir pero que seguirán presentes en el perpetuo castigo de quedarme anclado a la tierra sin poder descansar en paz.

Cuando llegué aquí, un segundo después de que la sangre abandonara mi cuerpo a causa de los cortes que me había hecho en las muñecas, me estaban esperando esos miles de fantasmas que me habían fustigado durante tanto tiempo y que por fin habían conseguido lo que ansiaban: ver a su asesino muerto como ellos, la persona que les había arrebatado la vida condenada al igual que sus pobres almas inocentes.

Sí, yo maté a toda esa gente y este es el castigo que merezco por aquello. Aquí  todo es oscuro, sin rastro aparente de alguna luz esperanzadora.

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