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jueves, 15 de agosto de 2013

La bala y la conciencia.

El disparo sonó certero. La bala recorrió la pequeña distancia que separaba a los dos hombres y penetró en el cuerpo de uno de ellos, perforando la carne, abriéndose paso desgarrando músculos y tendones hasta que salió por el lado contrario, no sin antes romper algunas vértebras. En ese momento el mundo quedó en silencio. El cuerpo inerte cayó sobre el suelo de tierra y la sangre comenzó a mancharlo todo de rojo, formando un gran charco bajo el cadáver.
La silueta que sujetaba el arma con una mano miraba impasible la mortal escena. Sus ojos del color del acero mostraban un brillo especial, como de alegría ante una victoria. Se apartó rápido del cuerpo antes de que la sangre, que avanzaba rápido, le manchase sus zapatos nuevos. Se dio la vuelta y se alejó silbando siniestramente una vieja canción de Cat Stevens.

DOS HORAS ANTES…

El aire nocturno era frío y húmedo, las farolas arrojaban una quirúrgica luz blanquecina que se difuminaba entre la espesa niebla de Londres. El Asesino respiraba relajadamente mientras su cabeza maquinaba. Vestía unos pantalones tan ajustados que casi intentaban fusionarse con su piel y una camisa de seda blanca, todo esto debajo de una gabardina marrón anudada con un cinturón de hebilla prominente. Sobre la cabeza un sombrero de ala ancha ocultaba un pelo tan negro como el ala de un cuervo. El Asesino andaba de manera tan imperceptible y sutil que parecía que la gran avenida, desierta a esas horas de la noche, avanzaba hacia él ahorrándole el esfuerzo de mover las piernas. Tenía mucho que agradecer a esa forma de caminar, pues gracias a sus pasos muchas personas no habían sentido la presencia de la muerte hasta que la tenían encima. El recuerdo de algunos de sus asesinatos le hizo sonreír pues cada uno era mejor que el anterior. Se superaba día a día, ideando nuevas formas de matar, jugando con las vidas humanas como si de un dios se tratase. Realmente así se sentía, como un auténtico dios capaz de decidir quién vivía y quién moría. Recordaba especialmente, y con cierto cariño morboso, uno de sus trabajos más limpios. El objetivo era acabar con una joven universitaria de veinte años que había contraído una importante deuda con la gente que le facilitaba la marihuana que tanto le gustaba fumar. Si todo salía bien sería su víctima más joven, un nuevo logro en su carrera. Fue a su casa a medianoche, cuando todo el vecindario dormía. Entró por una ventana del primer piso que estaba abierta y se encontró en un salón enorme lujosamente decorado. Una música inundaba el ambiente, ahora no era capaz de acordarse de quién cantaba, aunque estaba seguro que era un hombre. La joven estaba de espaldas a él, sentada frente a una mesa, cenando sola. Que fácil había sido, desenfundó su pistola y disparó. La cabeza de la chica cayó cómicamente sobre el plato de comida, pero lo más gracioso fue descubrir que había alguien más en la casa, seguramente su padre o un hermano, algún varón por los pasos agigantados que dio cuando oyó el tiro. ¡Pero no pudo hacer nada! Cuando llegó al salón él ya se había ido y el trabajo estaba hecho. La adrenalina del recuerdo le inundó por dentro y le hizo darse cuenta de lo bueno que era.

¡Pero hoy no podía ocupar su mente con evocaciones absurdas del pasado! Tenía que estar despejado pues estaba a punto de cometer el crimen de su vida. Por la mañana, cuando el reloj marcaba las doce, había recibido una llamada de alguien que quería encargarle un trabajo. Un hecho común y cotidiano para él hasta que la persona que estaba al otro lado de la línea le había dicho a quién debía aniquilar. Le pagarían una enorme suma de dinero si acababa con Charles Easton, dueño de una importante multinacional inglesa con fuerte influencia en el parlamento. Al parecer el querido Charles, muy apreciado por la prensa y las autoridades por su conocida labor humanitaria, había engañado y estafado a sus propios trabajadores que ahora pedían venganza ya que en los tribunales no la habían obtenido, quizá por tratarse el demandado de quien se trataba. Realmente esto le resultaba del todo indiferente, lo que más ansiaba era quitarle la vida a un pez gordo, pues esos mueren de una manera distinta a la de las demás personas.
El asesinato tendría lugar a las cuatro y media de la madrugada exactamente, en el Hyde Park and Kensington Gardens dónde se esperaba que el magnate acudiría, como tantos otros días, sin escolta alguna. El pago por el trabajo realizado se efectuaría después como era costumbre.

La niebla seguía anclada a la tierra cuando el Asesino divisó la entrada del parque, trepó por la valla cerrada y cayó al otro lado. Al levantarse se sacudió el polvo de la gabardina, se limpió los zapatos y se encaminó hacía Speaker’s Corner donde ya debería estar el tal Charles.
Cuando llegó por un camino cubierto de maleza le sorprendió no ver a nadie y más le sorprendió la voz que escuchó justo detrás de él.
-Hola. No existe ningún grupo de ex-trabajadores del señor Charles Easton. Tampoco es cierto que necesitara de tus servicios. Yo te llamé y me lo inventé todo. Tenerte aquí delante, de nuevo, es algo perturbador no te voy a engañar.-La figura hablaba enérgicamente, y al Asesino le costó comprender que estaba pasando hasta que su vista se desvió hacia la mano del sujeto que amarraba firmemente una pistola.- Tú mataste a mi hija conmigo delante. Rose, mi pequeña Rose. No tuviste ni la decencia de dejar que el disco del gramófono acabase de escupir las últimas notas de esa canción de Cat Stevens que ella siempre escuchaba. Pero en fin, no pasa nada, he venido a vengarla, así que hasta luego.

Todo sucedió muy rápido, sin que el Asesino tuviera opción a reaccionar. El disparo sonó certero y todo se volvió oscuro para el hombre que tantas vidas había quitado…

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1 comentario:

  1. ¡JA! ¡ESO! Mero karma, MERO KARMA *0* (? Jaja, me encantó el relato. El final fue bastante inesperado.
    -Pao

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