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domingo, 21 de julio de 2013

Un diario en las trincheras. [II]

No le caía bien, nada bien, tenía que reconocerlo, el perfecto Misha, siempre hablando de su perfecta familia, con su perfecta risa, su perfecto optimismo y a Mark solo le parecía un perfecto idiota. Si, hay que reconocer que le tenía envidia, a él no le esperaba nadie en casa, a Misha sí, una familia y una guapa mujer, cuya foto guardaba en un medallón del cual no se desprendía nunca y aprovechaba cualquier situación para mostrárselo a los demás ¡Lo que daría por cambiar sus vidas! A él no le quedaba nada, nada…
Se levantó del suelo sin molestarse en sacudirse las ropas y siguió el camino por el que Misha se había marchado minutos antes.

Cuando llegó a la zona del comedor se dio cuenta de que lo que le había dicho el soldado era verdad; unos brindaban por volver a casa, otros, entre risas, por todo lo contrario, no volver y así no tener que ver a su suegra de nuevo, también había grupos apostando acerca de cuantos iban a matar en el siguiente asalto, por supuesto no faltaban aquellos que observaban la situación con mirada reprobatoria. De entre todos estos hombres, vestidos casi igual, resaltaba uno, que además, en ese mismo momento, se encaminaba hacia Mark, con una enorme e irritante sonrisa en su rostro, ya rojo por el calor del alcohol.


— Me alegra que vinieras, sí, me alegra— dijo efusivamente— sabía que vendrías, solo te haces de rogar.

Mark frunció el ceño, molesto, porque le pareció notar en la voz de Misha un cierto tono a superioridad, pero una palmada en la espalda le sacó de su ensimismamiento e hizo que volviera a escuchar lo que este le decía.

— Deja ahí el arma, perdón…— añadió enseguida con una irónica sonrisa— a Brigitte— mientras señalaba un rincón en el que había muchas bayonetas apiladas— y ven a beber con nosotros— dicho esto se marchó hacia su grupo de camaradas, que parecían ser los más ruidosos de todos los que se encontraban allí.

— ¿Por qué lo invitas?— Preguntó uno de ellos cuando vio a Misha acercarse de nuevo y observando cómo Mark llevaba su arma a un lugar más alejado donde dejarla, para que no se confundiera con las otras— No se si te has dado cuenta, pero está bastante loco.

— Ray, es de mala educación decir eso— Ante tal comentario el aludido solo levantó una ceja incrédulo.

— No sabía que me había traído a mi madre a la guerra— Se quejó.
La carcajada de Misha fue lo único que obtuvo por respuesta, ya que en ese mismo momento Mark se acercaba a ellos con una jarra de cerveza.


El alcohol corría por la sala, al igual que el sonido de las risas o el ego de los hombres inflándose jarra tras jarra. La bebida les hacía decir más de lo que estando en su sano juicio habrían dicho, pero qué más daba, mañana no se acordarían. Estaban en guerra, sí, pero en aquella sala solo había esa noche un escuadrón, sin generales ni capitanes, solo ellos.


— Y nos vamos a casar cuando vuelva— Decía casi a pleno pulmón con una sonrisa embobada en el rostro y sin dirigirse a nadie en particular, apoyándose en la mesa para no tambalearse bajo los envites de las cervezas que ya llevaba en el cuerpo. En su mano, meciéndose, estaba el medallón con la foto de la joven afortunada, era guapa, no se podía negar. A pesar de que la imagen era en blanco y negro, a Mark le parecía ver los bucles de pelo negro como el carbón, los ojos verdes y la piel clara, de todas las veces que Misha la había descrito. 

De repente, una voz se escuchó por encima de todas las demás, que se callaron el instante.
— No recuerdo que nadie diera permiso para montar esto— La voz del teniente era seria y se notaba enfadada— Os quiero a todos en vuestros puestos, aunque en el estado que estáis a los únicos a los que podréis pegar un tiro será a vosotros mismos. 
Una carcajada se escuchó en la sala y las miradas recayeron sobre Misha, el teniente, con un evidente instinto asesino en sus ojos señaló a Mark  Llévatelo, ya hablaremos cuando sea capaz de coordinar la lengua y la sensatez.
Mark se calló las quejas, poniéndose el brazo de Misha sobre los hombros y conduciéndolo hacia la salida, caminó con él casi arrastrándolo, hasta que se le ocurrió una idea y con una extraña sonrisa giró por una de las esquinas. 

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