"Όταν θέλουμε κάτι που δεν σταματούν να καταστρέψει."
(Cuando queremos algo no paramos hasta destruirlo.)
Sola.
Sola en este triste lugar, donde la luz del Sol no llega, donde mis únicos
compañeros son monstruos y bestias y donde mi marido me tiene confinada. Así
pasarán mis días, junto a un hombre que me ama por capricho, pero al que he
llegado a coger cierto cariño. Es verdad que Hades se preocupa por agasajarme
como a la reina que ve en mí, pero no se da cuenta de que mi lugar no está en
el inframundo, que yo pertenezco a la tierra y a la vida, como mi madre, y que
aquí solo hay muerte y almas perdidas. Pero aun así me resigno, porque ¿qué
otra cosa puedo hacer? Ahora reino en el infierno, junto a él y eso es algo por
lo que tengo que estar agradecida, ¿no?
Hades
puede parecer un dios frío, un ser oscuro y terrible cuyos dominios son tan
hostiles como él mismo. Pero si algo he podido observar en los largos años que
llevo junto a él es que hasta el dios de los muertos está vivo, siente tanto, o
incluso más, que el propio Apolo. Aunque no lo parezca su corazón late. He
tardado mucho en darme cuenta de esto, quizá porque al principio solo sentía
odio hacía él por haberme separado de mi madre, del mundo exterior y de todo lo
que quería. Fue entonces cuando amé a otros hombres, cuando los deseaba por
pura lascivia y sed de venganza, cuando luché por Adonis y humillé a Afrodita y
sobre todo cuando conocí a Orfeo.
¡Oh
Orfeo! Aun hoy, en el frío lecho junto a mi esposo, me acuerdo de ti. Recuerdo
tu tez blanquecina como de mármol, tus fuertes brazos, tu torso ancho y
fornido, tus ojos azules como el mar de Posidón…pero sobre todo, lo que todavía
me hace suspirar, es el recuerdo de esa música que me cautivó y que me hizo
amarte. Las notas profundas que sacabas de esa lira que era como una extensión
de tu propio cuerpo, inundando los salones de este palacio siempre vacío,
siempre frío.
Recuerdo
que cuando te presentaste ante nosotros nos dejaste sorprendidos porque habías
conseguido dormir a nuestro can Cerbero, algo que nadie había logrado antes. En
cuanto te vi, en medio de la sala del trono tan pequeño e indefenso mirando,
nervioso, hacía donde nos sentábamos Hades y yo, me vino el olor de la tierra y
el rumor del agua. ¡Venías del exterior! De aquél lugar que había dejado atrás
y que añoraba profundamente. No pude hacer otra cosa que fijarme de una manera
especial en ti, dando paso a los primeros síntomas del amor.
Era obvio
que algo querías, por algún motivo habías cruzado junto a Caronte la laguna
Estigia y te habías presentado ante nosotros corriendo tantos peligros. Yo
creía que mi esposo iba a echarte de allí ofendido por la presencia de un
mortal en su reino, pero Hades, tan sorprendido como yo, te instó a hablar;
algo que ahora hubiera preferido que nunca ocurriera. Entonces nos contaste tu
historia. Venías a buscar a tu amada Eurídice que había muerto por la picadura
de una serpiente. Nos rogaste que te la devolviéramos, que no sabías vivir sin
ella. Tu rostro, compungido y sincero, nos ablandó el corazón, aún así no
cedimos. Hades no pensaba incumplir sus propias normas y devolver un alma a la
vida y yo… yo odiaba a Eurídice. Si, en cuanto la nombraste y le diste la
categoría de tu amada unos celos infundados y absurdos me invadieron. ¿Qué
tenía Eurídice que no tuviera yo? ¡Yo, Perséfone, hija de Démeter! Yo debía ser
tu amada, no ella. Y por un momento me alegré de que hubiera muerto.
Pensamientos
crueles, ahora me doy cuenta. Pero ¿qué esperabas? Estaba recluida en el
infierno, secuestrada por el hombre que me amaba y al que yo, en ese momento,
odiaba. Verte fue un soplo de aire fresco que inundó mis pulmones llenos de
ceniza. Además eras la venganza perfecta, tú que rechazabas a todas las ninfas
que se enamoraban de ti. Imagínate que cara hubiera puesto Hades si le
hubiésemos confesado nuestro amor furtivo. Habría pagado por verla… ¡Pero tenía
que entrometerse esa a la que decías que amabas! Todas mis cábalas destruidas
en cuanto pronunciaste su nombre.
Por eso
nos mostramos tan duros contigo, por eso te ordenamos que salieses cuanto antes
de allí si no querías quedarte para siempre. Te llamamos cobarde por ir a
buscar a tu esposa estando vivo y no haberte atrevido a morir por ella, como
hizo Alcestis que cambió el destino de su amado Admeto muriendo en su lugar.
Pero tú aguantaste todos estos envites e hiciste algo sorprendente, algo que
nos dejó callados sin opción a réplica. Te sentaste en el vasto suelo de mármol
negro y comenzaste a tocar tu lira. Era evidente que no pensabas moverte de
allí hasta que accediéramos a devolverte a Eurídice y mientras, la dulce
música lo envolvía todo. De pronto la luz solar pareció penetrar en el palacio,
cosa imposible ya que estábamos a muchos metros bajo tierra. Un viento suave y
fresco, cargado con el perfume de las flores que mi madre hacía florecer en
primavera, se coló por todos los resquicios. La melodía era embriagadora, nos
llenaba por dentro limpiando nuestras almas inmortales y entonces entendimos
porqué Jasón te necesitó en su expedición para acallar el canto de las sirenas.
Entendimos porqué las ninfas te adoraban y porqué Apolo te envidiaba. Todo
brillaba y refulgía y entonces, cuando ya no podíamos contener las lágrimas,
dejaste de tocar. La magia se rompió y la oscuridad retornó a su lugar.
Hades se
levantó y se acercó a ti, a su lado parecías un joven cervatillo muerto de
miedo, y te dijo que podías recuperar a tu amada. Tus rasgos compusieron
una mueca de increíble felicidad y fue en ese momento cuando mi ira estaba en
su punto más álgido. No podía permitir, después de lo que había escuchado,
dejar que Eurídice volviera contigo como si tal cosa, aunque no pudiera revocar
la decisión de mi esposo. Recuerdo, con mucho pesar, que alcé la voz y te
maldije poniéndote una condición cruel e inhumana para volver con tu amada. Te
dije que ella volvería contigo, pero que en el trayecto de regreso al mundo de
los mortales iríais uno detrás del otro y tú siempre delante. Si en algún
momento volvías la cabeza para mirarla, aunque solo fuera un segundo, Eurídice desaparecería
y no la volverías a ver.
Nunca me
he arrepentido tanto de mi crueldad, todavía hoy no comprendo por qué lo hice
si te amaba.
Te vimos
partir, delante, siempre delante, sin girarte ni una vez. Eurídice iba detrás,
pero tu curiosidad, o tú preocupación por saber si ella realmente estaba ahí y
se encontraba bien, hicieron que te dieras la vuelta cuando ya casi lo habíais
logrado. Como predije tu amada desapareció y retornó al mundo de los muertos y
tú te quedaste destrozado, tanto esfuerzo para nada. Tanto sudor derramado en
vano, tantas lágrimas… Y entonces, esta vez sí, decidiste volver con nosotros
como lo hacen todas las almas, muriendo.
Lo siento
Orfeo, no sé si algún día podrás perdonarme, pero es necesario que sepas que
ahora, cuando me asomo a la ventana y os veo a Eurídice y a ti flotando en el
Elíseo, solo pienso en que por fin seréis felices eternamente.
Me ha encantado el detalle de la frase en griego.
ResponderEliminarEn serio, gran trabajo ^^
Muchas gracias por el comentario. Me alegra mucho saber que te ha gustado porque realmente es lo que nos impulsa a seguir.
EliminarMuchas gracias! :)
He disfrutado muchísimo con la lectura de este relato de carácter intimista, donde los personajes aparecen envueltos en sueños y emociones nacidos de la fértil imaginación del escritor. Felicitaciones por tan hermosa historia.
ResponderEliminarTenías razón, me ha gustado y mucho *-* Amo la mitología griega, y amo tu relato.
ResponderEliminar-Pao