El disparo sonó certero. La bala recorrió la pequeña
distancia que separaba a los dos hombres y penetró en el cuerpo de uno de
ellos, perforando la carne, abriéndose paso desgarrando músculos y tendones
hasta que salió por el lado contrario, no sin antes romper algunas vértebras.
En ese momento el mundo quedó en silencio. El cuerpo inerte cayó sobre el suelo
de tierra y la sangre comenzó a mancharlo todo de rojo, formando un gran charco
bajo el cadáver.
La silueta que sujetaba el arma con una mano miraba impasible
la mortal escena. Sus ojos del color del acero mostraban un brillo especial,
como de alegría ante una victoria. Se apartó rápido del cuerpo antes de que la
sangre, que avanzaba rápido, le manchase sus zapatos nuevos. Se dio la vuelta y
se alejó silbando siniestramente una vieja canción de Cat Stevens.
DOS HORAS ANTES…
El aire nocturno era frío y húmedo, las farolas arrojaban
una quirúrgica luz blanquecina que se difuminaba entre la espesa niebla de
Londres. El Asesino respiraba relajadamente mientras su cabeza maquinaba.
Vestía unos pantalones tan ajustados que casi intentaban fusionarse con su piel
y una camisa de seda blanca, todo esto debajo de una gabardina marrón anudada
con un cinturón de hebilla prominente. Sobre la cabeza un sombrero de ala ancha
ocultaba un pelo tan negro como el ala de un cuervo. El Asesino andaba de
manera tan imperceptible y sutil que parecía que la gran avenida, desierta a
esas horas de la noche, avanzaba hacia él ahorrándole el esfuerzo de mover las
piernas. Tenía mucho que agradecer a esa forma de caminar, pues gracias a sus
pasos muchas personas no habían sentido la presencia de la muerte hasta que la
tenían encima. El recuerdo de algunos de sus asesinatos le hizo sonreír pues
cada uno era mejor que el anterior. Se superaba día a día, ideando nuevas
formas de matar, jugando con las vidas humanas como si de un dios se tratase.
Realmente así se sentía, como un auténtico dios capaz de decidir quién vivía y
quién moría. Recordaba especialmente, y con cierto cariño morboso, uno de sus
trabajos más limpios. El objetivo era acabar con una joven universitaria de
veinte años que había contraído una importante deuda con la gente que le
facilitaba la marihuana que tanto le gustaba fumar. Si todo salía bien sería su
víctima más joven, un nuevo logro en su carrera. Fue a su casa a medianoche,
cuando todo el vecindario dormía. Entró por una ventana del primer piso que
estaba abierta y se encontró en un salón enorme lujosamente decorado. Una
música inundaba el ambiente, ahora no era capaz de acordarse de quién cantaba,
aunque estaba seguro que era un hombre. La joven estaba de espaldas a él,
sentada frente a una mesa, cenando sola. Que fácil había sido, desenfundó su
pistola y disparó. La cabeza de la chica cayó cómicamente sobre el plato de
comida, pero lo más gracioso fue descubrir que había alguien más en la casa,
seguramente su padre o un hermano, algún varón por los pasos agigantados que
dio cuando oyó el tiro. ¡Pero no pudo hacer nada! Cuando llegó al salón él ya
se había ido y el trabajo estaba hecho. La adrenalina del recuerdo le inundó
por dentro y le hizo darse cuenta de lo bueno que era.
¡Pero hoy no podía ocupar su mente con evocaciones absurdas
del pasado! Tenía que estar despejado pues estaba a punto de cometer el crimen
de su vida. Por la mañana, cuando el reloj marcaba las doce, había recibido una
llamada de alguien que quería encargarle un trabajo. Un hecho común y cotidiano
para él hasta que la persona que estaba al otro lado de la línea le había dicho
a quién debía aniquilar. Le pagarían una enorme suma de dinero si acababa con
Charles Easton, dueño de una importante multinacional inglesa con fuerte
influencia en el parlamento. Al parecer el querido Charles, muy apreciado por
la prensa y las autoridades por su conocida labor humanitaria, había engañado y
estafado a sus propios trabajadores que ahora pedían venganza ya que en los
tribunales no la habían obtenido, quizá por tratarse el demandado de quien se
trataba. Realmente esto le resultaba del todo indiferente, lo que más ansiaba
era quitarle la vida a un pez gordo, pues esos mueren de una manera distinta a
la de las demás personas.
El asesinato tendría lugar a las cuatro y media de la
madrugada exactamente, en el Hyde Park and Kensington Gardens dónde se esperaba
que el magnate acudiría, como tantos otros días, sin escolta alguna. El pago
por el trabajo realizado se efectuaría después como era costumbre.
La niebla seguía anclada a la tierra cuando el Asesino
divisó la entrada del parque, trepó por la valla cerrada y cayó al otro lado.
Al levantarse se sacudió el polvo de la gabardina, se limpió los zapatos y se
encaminó hacía Speaker’s Corner donde ya debería estar el tal Charles.
Cuando llegó por un camino cubierto de maleza le sorprendió
no ver a nadie y más le sorprendió la voz que escuchó justo detrás de él.
-Hola. No existe ningún grupo de ex-trabajadores del señor
Charles Easton. Tampoco es cierto que necesitara de tus servicios. Yo te llamé
y me lo inventé todo. Tenerte aquí delante, de nuevo, es algo perturbador no te
voy a engañar.-La figura hablaba enérgicamente, y al Asesino le costó
comprender que estaba pasando hasta que su vista se desvió hacia la mano del
sujeto que amarraba firmemente una pistola.- Tú mataste a mi hija conmigo
delante. Rose, mi pequeña Rose. No tuviste ni la decencia de dejar que el disco
del gramófono acabase de escupir las últimas notas de esa canción de Cat
Stevens que ella siempre escuchaba. Pero en fin, no pasa nada, he venido a
vengarla, así que hasta luego.
¡JA! ¡ESO! Mero karma, MERO KARMA *0* (? Jaja, me encantó el relato. El final fue bastante inesperado.
ResponderEliminar-Pao