Noche negra sobre un campo verde. Árboles que hacen guardia
impertérritos en la oscuridad. Animales que guardan sus vidas en madrigueras o
cuevas esperando la llegada del nuevo día. La luz de la Luna, plateada, pura,
limpia, se derrite por todo el extenso bosque que duerme. Todo es paz y
tranquilidad, pero no solo animales y plantas viven en él, los humanos
comparten el mismo espacio que estas criaturas en absoluta armonía. Hombres y
mujeres que viven en un poblado de apenas cuatro chozas de paja y adobe, vistiendo
con prendas confeccionadas a mano con cáñamo, lino o algodón, con una jerarquía
política muy diferente de la nuestra, simple y sencilla en apariencia pero con
el trasfondo de la tradición avalándola.
El fuego se
alza en medio del poblado, lamiendo con sus llamas la madera que sirve de
combustible y arrojando una luz rojiza que compite con la argentada de la Luna.
Los indígenas se reúnen en torno a esta hoguera formando un círculo, y es Tayel,
el jefe de la tribu, el que habla.
-Hoy la
noche es más oscura, sombras temibles de nuevos Dioses nos acechan. Más unidos
que nunca hoy debemos estar. El Chamán ha visto cosas en las entrañas de los
animales y lo que ha visto bueno no parece. Hermano Surem, que tu voz se oiga
ahora y que todos sepamos a lo que nos debemos enfrentar.
Al lado de Tayel se encuentra un anciano
enjuto y demacrado, con el rostro surcado por mil arrugas y rasgos afilados,
con la nariz atravesada por una fina caña de bambú.
-¡Hermanos
todos somos!- Su voz, azuzada por miles de espíritus antepasados, inunda el
poblado y se extiende por todo el bosque.- Hoy Maman Brigitte, nuestra gran
diosa del ciclo vital, me ha enviado visiones que esclarecer no puedo. En las
entrañas de los pájaros vi la muerte de nuestra pequeña civilización. –Al decir
esto miles de murmullos se extienden entre los habitantes de la tribu, pero
Surem los hace callar a todos con un simple gesto de la mano. –Hombres vendrán
y nos destruirán, altos y con extrañas ropas cubriéndolos. Con artilugios misteriosos en sus manos capaces de causar la muerte de varios de nosotros. –Esta
vez no hay ningún murmullo. Un niño de cabello negro como el carbón da un paso
al frente y mirando desde su pequeña altura directamente a los ojos del gran
chamán dice:
-Poderoso
Surem ¿Nuestros Dioses abandonarnos han decidido?.
-Pequeño
Tsijiari, nuestros Dioses son y dejarán de ser, pues el mundo de fuera
avanza. Nosotros nos reuniremos con
ellos allá en el Otro Mundo. Allí impacientes nos esperan.
EL niño baja
la mirada y comprendiendo al fin el destino que le espera a él y a toda su
familia vuelve con los demás, resignado.
-Hermanos,
no debéis sentir temor. –Prosigue el chamán- Vivimos aquí desde hace muchas
Lunas. Nuestros antepasados duermen en cada árbol y cada piedra y aquí seguirán
cuándo nosotros nos marchemos. El mundo de afuera peligroso es y ahora viene a
matarnos, pero gracias a eso ese mundo nos conocerá y así nuestra tradición
jamás olvidada será.
-¿Y qué
dioses tan poderosos son los que acabarán con los nuestros?- Tayel habla preocupado,
desea saber, conocer, vislumbrar la respuesta, el porqué de todo lo que viene.
-Por raro
que ahora os parezca, no son dioses, sino dios. Desconozco cuál es su verdadero
nombre, solo sé que así lo llaman simplemente las personas que en él creen:
Dios. Y este es su símbolo. –Se agacha con dificultad oyendo como los huesos de
su estropeada espalda crujen por el esfuerzo. Coge dos largos palos y los
superpone formando una cruz, la alza para que todos la contemplen. Ante la visión del símbolo maldito los indígenas
se tapan los ojos horrorizados.
-¡¿Cómo un
simple dios sin nombre es capaz de derrotar a los padres de la tierra, a los
que crearnos decidieron?!- El jefe de la tribu grita furioso al pacífico anciano.
-Tayel, más
poderoso ahora Él es pues los hombres extranjeros le dan valor. Desea alzarse
contra todos los dioses y dominar. Mas así ha de ser, pues somos muy pequeños y
el mundo muy grande. Ahora hermanos, despidámonos de la tierra.
Y juntos
comienzan un canto qué inunda la selva. Los animales escuchan expectantes
pues están unidos con la tribu. La lluvia comienza a caer mojando el suelo
habitado por miles de espíritus. La lluvia les trae algo más que humedad, pues
las gotas, al mojar sus cuerpos, les hacen caer en un sueño profundo del que
jamás regresarán.
Así son las
guerras de los Dioses: para que el mundo avance Ellos deben pelear en épicas
batallas. Unos caen y con ellos muere una civilización, pero así otra nueva se
impone y el mundo se renueva. ¿Qué Dios o Dioses surgirán en el futuro? Nuestro
único Dios redentor también se verá derrotado en algún momento, y será entonces
cuando hombres nuevos, armados con la palabra de otras Deidades, gobernarán la
tierra relegando nuestras creencias a simples mitos y leyendas ficticias. Y nadie puede impedirlo, pues así es como el mundo ha sobrevivido durante millones de años y de la única manera que puede seguir haciéndolo.
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