Es un día
triste, a pesar de que no lo parezca.
El señor Smith, el bueno del señor Smith, ha
muerto. Nunca le hizo daño a nadie, pero aún así está muerto. Ayer resbaló en la
ducha con tan mala fortuna de dar con la cabeza en la cerámica lo que provocó
que su cuello se quebrase de una forma insólita causando la muerte en el acto.
Bueno, al menos no sufrió demasiado.
Hoy es su
funeral, se está celebrando en el jardín trasero de su casa. No hay mucha
gente, solo familiares cercanos vestidos todos de negro y con la misma cara de
tristeza, como si se hubieran prestado la expresión unos a otros. Hay camareros
sirviendo sencillos entremeses y bebidas diversas, ninguna con alcohol claro.
El féretro está situado justo en el centro del jardín, abierto para poder
observar al difunto y rodeado con largos candelabros donde se consumen velas
amarillas y coronas de flores que descansan a los pies del ataúd.
Lo más
curioso no es que los asistentes al funeral, los pocos que hay, hagan caso
omiso de los camareros o de lo que llevan en las bandejas, si no que todos
están apelotonados en torno al señor Smith en completo silencio. Con las
cabezas casi metidas dentro de la urna, como analizando el cuerpo para ver si
detectan algún movimiento en el cadáver o se le ocurre decir alguna palabra que
no haya podido pronunciar antes.
-Pero
¿Vosotros creéis que está muerto de verdad?- Pregunta, rompiendo el tenso
silencio, la que fue suegra del difunto.
-¿Cómo no va
a estar muerto mamá? –La que habla es la
viuda del pobre señor Smith, que deja escapar alguna que otra lágrima
acompañada de ciertos sollozos. -¿No ves la cara de muerto que tiene?
-Hombre, si
es por eso, muy muerto no parece.- El hermano de la viuda y ex-cuñado del
muerto es ahora el que se hace oír.- ¡Si tiene hasta rubor en las mejillas!
-Si, pero
eso es el maquillaje que le han puesto los de la empresa esa de maquilla
muertos. –Contesta su mujer, la del cuñado quede claro. –Tiene que estar
muerto, porque sino ¿Qué hacemos aquí?
-¿Pero no
oís como una leve respiración?- La suegra vuelve a hablar, dispuesta a destapar
la mentira de su yerno. –No es muy fuerte, pero ahí está ese sonido.
Todos pegan
la oreja al cadáver, y poco falta para que alguien se caiga dentro con él.
-Pues yo no
oigo nada, yo creo que está muerto. Es que tiene que estarlo, porque sino este
funeral no tiene sentido. Además era mi marido, ¿Quién mejor que yo para saber
si está muerto o no?
-Pues yo que
soy su madre.- Una nueva voz, que se había mantenido en silencio, se une al
debate. –Y te digo que no está muerto. Mi hijo siempre fue muy de actuar y esas
cosas y no sería la primera vez que hace algo así.
De pronto,
interrumpiendo la discusión, un señor aparece por la puerta trasera de la casa.
Va ataviado con una camisa negra y un alzacuello, además porta una Biblia en la
mano. Poco deja a la imaginación sobre su persona...
-Buenos
días, sois la familia de Alfred Smith ¿Verdad? Cuanto lo siento, en serio…
-Un momento-
Interrumpe la suegra cabezota- ¿La familia de quién ha dicho?
-Del señor
Smith, Alfred Smith, este es su funeral ¿No?. Siento la tardanza, pero es que
había un atasco tremendo y no…
-Es que aquí
no conocemos a ningún Alfred Smith- La cara del hermano de la viuda, que es
ahora el que habla, expresa tanto desconcierto como la situación le permite.
-Pero ese de
ahí es el señor Smith- replica el cura señalando el féretro abierto- Lo sé
porque era un feligrés nato y venia todos los domingos a misa, le conocía muy
bien. ¿Ustedes quiénes son?
-Pues ahora
que lo dice –La viuda ha dejado de llorar y sollozar y mira al frente con
semblante pensativo- Yo creo que nunca me he casado…
-¡Anda
claro!- Salta la madre y suegra.- Eso explica lo raro que se me hacía a mí
tener yerno. Si ya decía yo…
-La verdad
es que yo nunca he tenido un hijo. Solo una hija y tiene trece años….-Confiesa
la supuesta madre del señor Alfred.
-Bueno,
entonces nos vamos ¿No?- Dice el hermano de la presunta viuda. -¿Qué sentido
tiene que estemos aquí si a este hombre no le conocemos de nada?
-Sí, sí.
Pues tienes razón. Vámonos, porque aquí estamos perdiendo el tiempo.
Y puestos
todos de acuerdo, y sin emitir ni una palabra más, salen del jardín trasero de una casa que no es suya ni de su marido,
ni de su hijo, ni de su yerno, ni de nadie al que conocieran, dejando al cura
plantado en medio del jardín sin saber qué hacer ni para quién pronunciar el
funeral.
-Yo no sé qué
está ocurriendo últimamente. Ya es la tercera vez en esta semana que me pasa
una cosa así. ¡Será posible! ¿Pero qué interés tienen ahora las familias
porque se les muera algún miembro? Como si no tuviésemos suficientes desgracias
ya. Y espérate, que todavía el muerto sale del ataúd y me da los buenos días, que no sería la primera vez que me pasa. No me pagan lo
suficiente para soportar esto, y quién diga que la Fe de Dios lo recompensa
todo que venga y me lo cuente.
Pobre señor
Alfred, ahí tumbado en esa especie de caja de madera…¿Es posible que haya
movido un dedo? Sí sí, casi imperceptiblemente…¿Pero este señor está muerto o
qué? Bueno, dejémoslo estar, es un misterio que no nos compete a nosotros
resolver…
