Supongo que hay momentos en los que debemos retirarnos,
aceptar y pasar el testigo, somos lo que nuestras memorias nos cuentan, nada
más… y nada menos. Luchamos en guerras que ganamos o perdemos; mentimos,
asesinamos, usamos, traicionamos y en ningún momento hay tiempo para el duelo.
Podéis decir monstruos, si, pero alguien debe desempeñar ese papel, alguien
debe sufrir para que otro esté en paz, alguien se debe sacrificar para que otro
viva. No, no somos monstruos, somos los protectores de una ciudad silenciosa
que no se defiende, somos la línea que intenta mantener el mundo a salvo.
Las puertas al futuro están cerradas y es que nunca nos
correspondió abrirlas, el esqueleto que las guarda observa todo con sus cuencas
vacías porque incluso él tiene prohibido mirar, pues su hora ya pasó y nada
puede hacer ni por el presente ni por el futuro. Sus manos crujen cuando mueve
sus blanquecinos dedos, guardando entre ellos la llave del destino y fantasmas
traslúcidos la merodean, arrojando de sus transparentes cuerpos una luz
plateada.
La escena tétrica atenaza nuestros cuerpos, nos crea un nudo
en la garganta, nos impide respirar, movernos, pensar y es que tan fácilmente
como nacemos morimos, sin que nada esté nunca en nuestras manos.
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